En un viejo banco…
El sonido de los pájaros acompañado de la calidez que traen los rayos del sol que se filtran a través de las blancas nubes. La soledad del pequeño parque en las afueras de un pueblecito perdido entre las montañas de Japón se llena poco a poco con el creciente sonido de los infantes que acaban de salir de la guardería y acuden en pequeños grupos a jugar en los columpios. Son tan enérgicos que sus padres apenas logran controlarlos. Se mezclan los gritos de alegría con los gritos de precaución o pidiendo mejores modales. Mientras dos niñas se columpian y tres niños se dedican a subir y lanzarse por el tobogán sin un atisbo de miedo o cansancio, un pequeño se aleja del grupo contemplando los capullos de las primeras flores que comienzan a brotar en los arbustos. Sus ojos están abiertos con gran interés, tan deslumbrantes como las gotas de lluvia que reflejan el cálido sol desde las pocas hojas de los árboles. Es allí donde, sentado en un viejo y mugriento banco de madera, un anciano que parece dormido le observa desde la distancia. Está lejos, pero casi puede distinguir una leve sonrisa en su rostro. El niño se acerca, atraído por la extraña y melancólica aura que el señor desprende y distingue una lágrima tratando de abandonar su cerrado ojo derecho. A pesar de que la lluvia acababa de terminar el pequeño sabía que se trataba de una lágrima, algo en él se lo decía. Trató de llamarle la atención pero se detuvo, llevándose las manos al pecho antes de dar media vuelta y salir corriendo hacia sus padres. Sus padres escucharon al pequeño asustado y aunque no lograron entenderle por los tartamudeos, supieron que algo había más allá. Cuando padre y madre se acercaron lo suficiente para poder ver el origen de la reacción de su pequeño, ambos se llevaron las manos a la boca y notaron el vacío que en sus corazones se había llevado aquel anciano, un hombre al que reconocieron al instante. Aquel hombre al que todos en el pueblo conocían desde niños, un hombre al que muchos apodaban el cuentacuentos inmortal. Nagato, el marido de Hitomi y padre de aquél niño se acercó con rota expresión.
-Tiene un sobre en la mano. Parece grueso…
Apenas lograba hablar sin que los llantos le interrumpieran. Su mujer se acercó pesadamente y sin alzar la cabeza, dejando su hijo al cuidado de sus amigos, quienes supieron leer el ambiente y, tras acercarse uno de ellos para ver a qué venía aquel revuelo, retrocedió unos pasos. Todos los adultos ensombrecieron sus rostros y trataron de llevar una sonrisa a sus rostros para que los pequeños no se preocupasen.
-Lleva algo escrito en el dorso- mencionó Hitomi.
Nagato se acercó y cogió el sobre. Las manos le temblaban como un flan.
-Testamento para todo un pueblo que me acogió junto a mi soledad y a quien tanto he llegado a amar…
Esta vez el llanto se hizo eco en el silencio del parque, seguido del de su esposa y el de algunos de sus amigos quienes desde la lejanía de los columpios no fueron capaces de evitar que todos sus sentimientos hacia aquel anciano brotaran de repente.
Tras un tiempo hablando, acordaron hacer un llamamiento para hacerle un digno funeral al anciano. El sobre era tan grueso que bien podía contener un libro, quizás una biografía, por lo que decidieron organizar un día especial para el entierro. Los trajes negros y el cielo gris acompañaban el momento más triste que muchos habían sufrido nunca. Una vez todos se hubieron acomodado en sus asientos, el alcalde se acercó al atril y con el micrófono bien afinado y el tomo que venía en aquel misterioso sobre entre sus temblorosas manos, se aclaró la garganta y se dispuso a hablar.
-Veo que nadie en el pueblo ha querido perderse este momento. Muchas gracias por venir hasta aquí. Si no os molesta, he leído el documento que venía explicando qué es todo esto y de qué trata, así he podido organizar este día tal y como él quería.
En su ronca voz podía escucharse el efecto de toda una noche de tristeza, y aunque no parecía algo propio de un hombre adulto, menos aún de un político, todos compartían aquel sentimiento y trataron de animarle con unos aplausos que interrumpieron su inminente llanto.
-Gracias. De verdad, os doy mi mayor agradecimiento. Durante la lectura de este largo texto iremos relevándonos para que todos aquí podamos leer un poco mientras suenan los temas musicales que él nos pidió. Son casi todo canciones de anime…
Unas leves risas rompieron el frío silencio, pero todos compartían aquella leve gracia y no supuso mayor molestia.
-Así pues, debería comenzar la pequeña Himawari, pero según pone prefiere que alguien con una voz parecida a la suya inicie. Dice que para hacernos pensar que él sigue aquí y darnos algún golpecito o bien para aterrarnos.
De nuevo un par de risas sonaron en la lejanía. Los más de trescientos vecinos allí reunidos asintieron al unísono sabiendo que era el mismo alcalde quien empezaría la lectura. Éste se aclaró la garganta, aflojó su corbata, apartó una silla y, pidiendo disculpas, se sentó bajando el micrófono para tenerlo a su altura. Había llegado el momento de abrir su corazón, aunque quizás ya estuviera abierto. Mientras el frío aire de la mañana llenaba el pequeño polideportivo situado al pie de la montaña, a las afueras, el sonido de las páginas de papel comenzó a mezclarse con el de la voz del aquejado alcalde.
«Introducción y agradecimientos
No se si habrá alguien en el mundo que lamente mi marcha, he sido un hombre que ha vivido sumido en la pena de una soledad que nunca he buscado ni amado, pero por si se diera el caso de que mi paso por este mundo hubiera dejado huella en una sola persona, por respeto…no, por amor a esa persona, trataré de ser todo lo abierto que nunca fui, para que puedas conocerme, y todo lo amable que sea posible, para que tu corazón no se torne pesado con mi partir. Porque mis dulces amores, aunque nunca supiera lo que es sentirse amado por tu pareja o por tus amigos, gracias a vosotros he sabido lo que es sentir el amor por la familia; pues todos vosotros habéis sido mi gran familia y por ello, por todo cuanto me habéis dado quiero deciros: gracias! Así que, por favor, no lloréis con pena mi partir, sonreíd por esos fugaces momentos en los que he compartido parte del tiempo de este mundo con vosotros».
-Sé que esto va a ser largo y duro pero… voy a leer vuestros nombres, pero los agradecimientos vendrán después. Él nunca fue muy buen con estas cosas, así que le he hecho el último favor que me pidió en la carta y los he ubicado al final de cada tramo que vais a leer. Yo termino aquí, por eso voy a leer el mío si no os importa.
Tragando saliva y endureciendo su voz, prosiguió el alcalde con su lectura.
«A mi buen alcalde.
Por ser mi primer amigo, aunque nunca te lo haya dicho, gracias de corazón. Has sido el pilar de este pobre anciano. Por favor, dile a María lo que sientes antes de que decida hacerlo yo por ti en esta carta»
El silencio se rompió unos segundos después cuando una anciana, Maria, rompió a reír desde la primera fila, antes de levantarse y besar al alcalde ante el atónito público, un beso que habían estado aplazando durante más de medio siglo.
-Incluso muerto sigue ayudándonos sin venir a cuento- susurró el alcalde junto al micrófono.
Capítulo 1: Mi lugar en el mundo.
Brisas veraniegas…
María se sorprendió mucho ante la mención publica de sus sentimientos, pero más aún cuando su amado le pidió que se quedara a leer la segunda parte.
-Maldito genio, la segunda parte de su carta es para ti- sollozó él.
Ella sonrió sin saber qué decir. Con pesadez en los hombros y un extraño aire de melancolía se acercó al micrófono, tomó el asiento que caballerosamente le cedía el alcalde y se dispuso a leer su parte.
«La buena María, tan ruda y tan tímida. Recuerdo cuando te conocí como si hubiera sido ayer. De hecho creo que ayer volvió a dolerme la brecha que me hiciste en la cabeza aquella vez. Apenas llevaba unos pocos días en el pueblo y estaba tratando de acomodarme en el banco de piedra frente al ayuntamiento porque tenía una cita con el señor alcalde y llegué casi una hora antes de tiempo. Siempre fui un muchacho algo nervioso aunque mi aspecto fuera muy tranquilo. El sol brillaba con mucha fuerza en aquel entonces y la suave brisa portaba la calidez de un verano creciente e intenso y, en lugar de agua, aquel día el viento trajo un bonito sombrero de paja con un bello lazo rosado. Una escena tan bella y rota por el estruendoso e imparable placaje de su propietaria. Todavía no logro explicarme como una niña tan pequeña podía golpearme con semejante fuerza, incluso temí por mi integridad. Que aliviado me sentí cuando te levantaste gritando furiosa porque te había cogido el sombrero sin permiso, como un pequeño torbellino tratando de parecer un huracán, jajaja»
-Ay, recuerdo ese día. Me hice un buen chichón y mi padre me regañó más que nunca. Era la primera vez que veía a un extranjero y me asusté- se excusó entre risas y sollozos.
El público mantenía el silencio más absoluto mientras proseguía con la lectura, tanto que todos pudieron escuchar como se entreabría la puerta de entrada al pabellón, pero nadie lo atravesaba. Algunos trataron de acercarse para cerrarla, pero los pocos que entendieron de qué se trataba les pidieron que no lo hicieran con un simple gesto.
«Pasé un pequeño apuro porque no dominaba muy bien el idioma en aquel momento y quería hacer algo para despreocuparte, de ahí mi intento de sonrisa. De haber sabido que aquella imagen te asustaría tanto quizás hubiera salido corriendo, jajaja. Esto nunca te lo dije pequeña María y me disculpo por ello, pero el joven al que estaba esperando es tu querido alcalde y menudo susto se llevó al verme semi inconsciente en el banco. Creo que nunca había visto tanta sangre y casi se desmalla él también. Todavía recuerdo la reacción del médico, pensó que estábamos borrachos ambos hasta que vio el estado de mi camisa, totalmente empapada en sangre por detrás. No recuerdo mucho de aquel día, pero sí que recuerdo tu energía y esa expresión de sorpresa al verme la cara sonriendo. Fue por ello que comencé a practicar a diario en frente del espejo hasta que encontré la sonrisa que me ha acompañado hasta ahora. He visto cómo crecías, tus primeros años en secundaria, tu primer amor, recuerdo cuánto lloraste en la fuente del parque y el dolor que me causaba verte así, aunque no fue tanto como el rodillazo que me diste en la entrepierna cuando me acerqué a darte ánimos; llegué a creer que me dejarías impotente. Al final me tomé la piruleta yo solo, pero me despreocupé enseguida, en cuanto vi a mi amigo atraparte en todos los sentidos. Era tu primer día de preparatoria y él se convertiría en tu profesor para los próximos tres años. Cada estación pasó veloz como el rayo y con cada cambio de uniforme parecíais estar más cerca el uno del otro, aunque quizás fueran los productos de limpieza que me obligaban a utilizar allí (es que estuve trabajando en el mantenimiento del instituto durante casi 10 años)»
María se detuvo sorprendida por lo que acababa de leer. No recordaba lo del rodillazo hasta ese momento y jamás había visto al anciano en el instituto ni en las cercanías, por lo que descubrir que él había estado allí cuidando de ella tanto tiempo hizo aflorar las más agridulces de las lágrimas. El pesar comenzaba a adueñarse de ella por primera vez en su vida cuando una mano cálida y suave se apoyó en su pesado hombro, reconfortándola lo suficiente para seguir la lectura.
«Ah, aquel día en el que te peleaste con tu mejor amiga, Kawaguchi, por aquel mal entendido amoroso. Creo que ella pensó que ibas detrás del chico de quien estaba enamorada por las palabras que tuviste con tu profesor. Estaba junto a los baños y desde ese ángulo ella no veía al hombre con el que hablabas, pero al tener el mismo apellido lo malinterpretó en cuanto lo nombraste. Pensar que algo así os mantuvo tan distanciadas durante años me destrozó el alma. Quise decirlo, hacer algo para solucionarlo, pero a pesar de todo vi determinación en tu rostro. Supe que pasara lo que pasara saldrías adelante y te esforzarías el doble por alcanzar la felicidad y arreglar las cosas; además, yo era un cobarde y después de nuestros anteriores encuentros no quería volver al hospital por una agresión de una chica (mi médico se hubiera vuelto a burlar de mí). Y así lo hiciste. Lograste superar los obstáculos, solucionaste la situación con tu amiga el día de la graduación. Ambas reísteis y llorasteis mientras saboreabais los pasteles de fresa y cacao que preparé para la ceremonia».
De nuevo tuvo que detenerse para recordar aquel momento sin echarse a llorar. Aquellos eran sus dulces favoritos y él lo había sabido. Más importante aún que sus gustos, es que algunos de los momentos más importantes de su vida habían girado en torno a aquellos pequeños pasteles de fresa y cacao puro, en las conversaciones que trataban de averiguar cómo emular aquel delicioso postre o en las teorías sobre quien era el misterioso cocinero que les llevaba tales dulces en los momentos más importantes de sus vidas. Al fondo del salón un leve grito llamó la atención de todos. Su amiga también era una apasionada de aquel postre, tanto que había dedicado su vida, junto a María, a preparar y vender ese pastelito en la pastelería del pueblo que ambas dirigían desde que terminaron la universidad. Ambas se miraron perplejas, entendiendo ahora que en los grandes momentos de sus vidas aquel desconocido había sido parte aún sin estar presente.
-Cómo alguien tan lejano y desconocido puede haber sido tan importante y cercano…
Es lo que quiso preguntar Kawaguchi, pero el sonido se perdió entre sollozos.
-Puedes parar si lo deseas- le decía el alcalde.
Pero ella negaba con la cabeza mientras secaba sus lágrimas. Estaba dispuesta a leerlo todo, así mismo lo deseaba. Se aclaró la garganta de nuevo y continuó con las últimas líneas que tenía marcadas.
«Pero con lo bien que te marchaba todo nunca entendí una cosa: por qué no te declarabas a este atontado de hombre? Ambos sabemos que Tanaka no es muy espabilado, por mucho que él te amase desde que te conoció como profesor, por mucho que ambos hubierais abandonado hacía tiempo la escuela, si tu no se lo contabas él nunca daría el paso. Siendo tan enérgica, pensé que esa niña que una vez conocí seguiría dentro y le daría un cabezazo para pedirle un beso. Menuda impaciencia me hicisteis sentir, medio siglo enamorados uno del otro y siendo solo amigos. Pero cuando el otro día os vi sentados en mi banco del parque, juntos y acaramelados simplemente lo supe, entendía que erais felices así, que ya estabais en vuestro propio mundo. Aquello me hizo muy feliz. María, Tanaka, a los dos quiero daros las gracias, una por ser mi pequeño terremoto, el otro por ser mi pilar y punto de partida. Gracias, pues de no ser por vosotros mi vida aquí jamás hubiera empezado. Los golpes y las palmadas en la espalda, fueron todo el empuje que necesitaba para adquirir el arrojo que me permitió atreverme a vivir, de modo que por favor os lo pido, aunque solo sea en esta última etapa de vuestras vidas sin mi, vivid y sed felices juntos».
El llanto se hizo inminente en cuanto la última palabra surgió de sus labios y ambos se fundieron en un abrazo cargado de todas las emociones guardadas durante toda la vida.
No hubo palabras, no era necesario nada más entre ellos en aquel momento. Llamaron al siguiente locutor, pero su voz se había apagado hacía mucho, por lo que su esposa fue quien subió al atril. Era una mujer de aspecto severo, vestida elegante y con paso firme. En su rostro no se vislumbraba rastro alguno de dolor ni de emoción alguna. Respiró profundamente, bebió un poco de agua de la botella que se sacó del bolso, levantó el micrófono dispuesta a terminar pronto con aquella lectura y, tras echar un rápido y frío vistazo a su alrededor dio su propio discurso.
-Este hombre no era más que un vagabundo, un don nadie a quien ninguno aquí llegamos a conocer. Lágrimas por un tipo semejante, sin modales, sin una educación y además extranjero? Acaba de declarar en esta carta que os ha espiado toda la vida y parece que os da igual, María, y usted señor alcalde- les reprendió con severidad.- Me parece increíble que tenga que decirlo yo pero este señor era un perturbado a quien no deberíamos dar tanta atención.
-¿ Y por qué estás aquí entonces, si se puede saber?- gritó alguien desde algún lugar del pabellón.
-Porque mi marido es un blando, quiso venir y yo como buena esposa que soy no iba a dejarle venir solo. Pero hasta este momento he considerado que esto es un error. Mi marido lleva mudo más de tres años y le pide que venga a leer en público, es que estaba loco?
Las quejas se agolparon una sobre otra. Muchos no discrepaban de su opinión pero desde luego no les gustaba que alguien así lo dijera y desde luego no en un momento tan delicado y sensible para todos.
En cuanto ella alzó la mano se hizo el silencio.
-No obstante leeré lo que este sujeto tuviera que decir, pero omitiré cualquier detalle que considere innecesario. No tengo por qué dar detalles personales ante todos, no?
El público asintió y guardó silencio, aunque algunos lo hicieran a regañadientes.
«Capítulo 2: La rosa falsa y la espina de cristal…
El final del invierno…
«Marcus, tú eras el hombre más extraño y a la vez familiar que había conocido en mis treinta y cinco inviernos. Tu rostro siempre era serio y frío, pero tu voz era dulce y cálida, y aunque tu actitud pareciera ruda y chulesca tu mirada y, sobre todo tus actos, denotaban la gran amabilidad por la que te conocí. Tenía fuertes retortijones por culpa de un mal pastel que acababa de probar en uno de mis muchos intentos por conseguir el pastel perfecto. No sabría decir aún hoy si fueron las fresas o la nata, pero lo que sí tuve claro fue la rapidez con la que pasó por todo mi aparato digestivo hasta pedir una salida de emergencia. Los baños del restaurante estaban ocupados y había una gran cola; yo no sabía si podría aguantar aquello y salí corriendo como pude. Tardé poco en caer al suelo inmovilizado mientras trataba de llegar a mi piso pero apareciste tú. Sin mediar palabra me ayudaste a ponerme en pie y me llevaste a casa siguiendo mis escuetas indicaciones. Aún lamento lo desordenado que estaba todo, pero más aún el hedor que tuviste que soportar cuando conseguí salir del baño treinta minutos después. No necesitaba entender por qué alguien tan amable hizo algo amable, pero siempre me sentí agradecido por ello. Se que es una tontería pero mi vida antes de llegar a Japón era un desastre y no estaba acostumbrado al trato que me daban todos aquí. Algunos más bruscos, otros más pasotas, pero todos siempre educados y amables. Aquello chocaba conmigo a pesar de que era lo que siempre había deseado. Quedé sorprendido cuando te escuché cantar por primera vez en el restaurante en el que trabajaba a media jornada cuando no tenía trabajo en el instituto. Un cantante de Jazz con esa voz tan increíble, era lógico que todas las chicas se pirraran por tus huesos. Recuerdas aquella rubia americana del lazo rojo en la cabeza? Parecía salida de algún manga, alegre y enérgica como una niña a pesar de que era claramente una adulta recién licenciada. Pero me sorprendió que de entre todas las fans que tenías a tu alcance, decidieras salir con la única que te ignoraba. Ay, que nostalgia me produce escribir sobre aquellos momentos. Os veía desde la cocina charlando, a ti con una sonrisa deslumbrante incluso después de recibir un buen puñetazo de esa mujer con cara de diablo»
Tragó saliva mientras el público retrocedía un poco con sus asientos al ver aquella expresión en su rostro, como si estuviera a punto de reventarle una vena de la sien y fuera a escupir fuego en cualquier momento.
«Era extraño que cada semana pasarais al menos dos veces por el mismo ritual, tú tratando de conquistarla y ella rechazándote fríamente, pero me di cuenta de algo que me quitó todas las preocupaciones, y es que si ella de veras te detestara tal y como decía no hubiera seguido viniendo al restaurante en las mismas horas que tú, porque seamos francos, en ese momento la cocina era terrible; lo único comestible que podía preparar eran los huevos rellenos que aprendí a hacer observando a mi padre cuando era niño. Ahora que caigo, es posible que aquel momento fuera el primero en el que me sentí inspirado para probar la técnica de cocción que después utilizaría siempre para mis pasteles de frutas. Ella fue la primera en probar el pastel de lima y naranja y la primera en darme un aprobado, aunque se que no lo recordará porque en ese momento yo nunca salía de la cocina. Se puso histérica cuando mi jefe le dijo que no podía entrar por mucho que insistiera. No estoy seguro de si hubiera salido con vida de aquel encuentro, pero me alegré mucho cuando vi que el plato estaba vacío al volver a cocina. Ueda, estaba realmente bueno?»
Ueda tragó saliva y por primera vez en la noche mostró una sombra de emotividad en la mirada, una mirada que pocas veces había mostrado a alguien. Alzó el rostro buscando los ojos de su amado esposo entre el público. Allí estaba, sentado y sonriente. Aquel que había sido su cómplice en la vida, su amante y su amigo, él la comprendía mejor que nadie, tanto que pensaba era el único. Pero no era así, su marido lo sabía y con aquella sonrisa se lo confirmaba. No solo él, algunos en el pabellón la conocían y comprendían su forma de ser, veían más allá de aquella máscara de cinismo y frialdad que había llevado puesta tantos años.
«Pene, digo pino. Vaya, te he hecho decir algo embarazoso Ueda, que divertido»
Aquella lectura la puso colorada. Agachó la cabeza apretando los dientes y cerrando los ojos. Sus manos trataban de tapar todo su rostro para tratar de evitar que los vecinos la vieran tan indefensa, pero no pudo contenerse y decidió abandonar la lectura para sentarse junto a su esposo quién trató de apaciguarla con un abrazo, sin levantarse del asiento. Sus manos se movían formando palabras en lengua de signos «él nunca te lo dijo, pero le caías bien y siempre te estuvo agradecido por haberme amado tanto. Te quiero».
Ante aquella pausa el alcalde se acercó de nuevo para tomar el repentino relevo. Se le escapó una leve risa al ver donde tenía que proseguir la lectura.
-A veces no se si eras un loco o un genio. Tú nos comprendías a todos mejor que nadie, verdad viejo amigo?
«Lamento si os estoy causando muchas molestias desde aquí, pero imaginando que he hablado demasiado es posible que se haya echado a llorar o que haya quemado la página por lo que viejo amigo, te pido que continúes tú con este breve tramo para la pareja.
Marcus y Ueda, sin duda vuestra estampa es extraordinaria, como dos personas tan diametralmente opuestas han logrado encontrarse y, más aún, hacer proliferar un amor tan sincero y duradero. Muchos pensaban que os mataríais en algún momento, pero yo veía a través de ese velo y vuestros corazones rebosando felicidad. Espero que vuestros hijos y nietos logren heredar la mitad de vuestro fuego interior porque siendo así, estoy convencido de que triunfarán allá donde vayan. Marcus, a ti te agradezco por cada melodía con la que nos has deleitado durante estos cincuenta años, con el maravilloso timbre de tu voz así como por tu eterna amabilidad hacia mi humilde persona. No se si alguna vez he hecho suficiente para agradecértelo, pero tampoco sabría decir si hubiera podido hacerlo.
Ueda, a la reina del hielo y el fuego, gracias por darle tantas alegrías a Marcus, por ser tan honesta y directa. Me animaste a superar mi pasado con mano de hierro. Puede que no lo recuerdes porque apenas tuvimos contacto, pero yo nunca olvidaré el guantazo que me diste cuando me viste deprimido frente a la iglesia el día de vuestra boda, justo después de fin de año. No se qué es lo que pensaste en aquel momento, pero imaginé que ninguna mujer quiere caras largas durante su boda y menos de un desconocido. Me dijiste que la vida no buscaba darle oportunidades a quienes se dejan llevar por la pena y la tristeza, y que alguien tan lamentable nunca llegaría a nada en la vida. Me echaste a patadas, pero te entendí. Querías que me hiciera fuerte, que aprendiera a luchar por mi propia vida en lugar de regodearme en la miseria que me acompañaba desde mi infancia. Se que aquella tarta de bodas de naranja con lima y nata te encantó, creo que fue la primera vez que te vi sonreír. Lo que quiero decir es: gracias. Gracias. Y por favor, asegúrate de que el bueno de tu marido sea feliz durante los años que le queda por vivir».
-No tienes que pedirlo idiota- susurró con el rostro colorado.
Su rostro, que a pesar de la edad parecía joven, daba la impresión de haber recuperado años de vida al soltar aquellas lágrimas. El sonido del viento entrando por la puerta entreabierta del pabellón rompió el silencio dando pie a la siguiente entrada del testamento.
-Ahora es el turno de Hiroto- anunció el alcalde.
El revuelo fue inmediato y no sin razón pues era sorprendente que incluyera a la única persona que había mostrado su desprecio hacia el difunto en cada ocasión en la que se encontraban o tan siquiera era mencionado en una conversación.
Con paso lento pero firme se aceró un hombre encapuchado que había estado sentado en una esquina totalmente alejada del atril. Al llegar sujetó el micrófono con fuerza. Todos esperaban escuchar alguna señal despectiva para poder echarlo de allí. Aquel hombre había provocado su hospitalización y, según las malas lenguas, era la razón de que se marchara durante varios años sin advertírselo a nadie. Con el micro en una mano y el texto en la otra, se sentó y se dispuso a leer el que parecía ser el más largo de todos los fragmentos hasta el momento. Dibujó una media sonrisa que muchos parecieron tomarse a mal, pero a él no le importaba. Se quitó la capucha revelando una brillante calva. Su rostro se aquejaba por la edad y el mal trato que le había dado durante su juventud. La cicatriz de su ojo derecho, totalmente ciego por un golpe con una tubería de acero, la dentadura totalmente destrozada y marcada con matices negros y amarillos, y sobre todo su todavía musculoso cuerpo que, a pesar de la edad, parecían seguir fuertes. Un carraspeo sonoro fue toda la preparación que necesitó para iniciar su lectura.
«Capítulo 3: En lugar de una mancha…»
Puños de seda
«Idiota, ególatra, narcisista de mierda, toca pelotas de los …»
De este modo prosiguió un rato, soltando todos y cada uno de los insultos que se habían proferido el uno al otro durante sus años de juventud. Como era de esperar Hiroto lo leyó con una amplia y prepotente sonrisa en el rostro. Algunos vecinos se pusieron en pie con intención de detener aquella retahíla de insultos cuando se detuvo de forma brusca. Estaban sorprendidos, pero no tanto como él al seguir leyendo cada uno de aquellos adjetivos.
«Inútil, lentorro, debilucho, blando, demasiado amable para nadie. Tan fuerte, tan grande y tan duro y ni siquiera te atreviste a sincerarte contigo mismo. Te veía paseando a tus perros cada noche por el parque y cómo desde la lejanía te parabas a admirarla. Sí, era una muchacha hermosísima y delicada, quizás la joven más amable que haya pisado la faz de la tierra, pero tú la igualabas, verdad? Me golpeaste con fuerza cuando te conté lo que vi, aquel hombre patético que se lamentaba de sí mismo. Supongo que después de lo que has escuchado hasta ahora ya lo sabrás pero aún así te lo diré alto y claro: nadie ha sido más lamentable que yo. Te vi durante meses, ibas cada día al mismo lugar a pasear a tus perros, en ocasiones esperando durante horas hasta que ella salía del instituto. Mentiría si dijera que no sabía en qué pensabas y no lo haré porque ya lo sabes, verdad? Te lo dije y por eso me pateaste. Me utilizaste para descargar tu frustración durante todo un año y yo no estaba para esos trotes en aquel momento.
Mi corazón estaba destrozado, fue la peor época de mi vida».
Fuera, en la entrada del pabellón, una sombra se llevó una mano al pecho mientras trataba de guardar silencio.
«Y sin embargo siempre quise darte las gracias. Es verdad que me fui para huir de todo, pero de no ser por tus amenazas y tu continuo acoso no hubiera superado la perdida de mi familia. Ese maldito cáncer que se los llevó. El mundo se me echó encima con una enorme presión en mi pecho cuando regresé y supe que esa maldita enfermedad se la había llevado a ella también. No pude dejar de lamentarme por ti, pero apareciste. Fuiste el primero en recibirme. Tus puñetazos me trajeron recuerdos, pero llegaban sin fuerza y decidí devolvértelos. En los dos años que pasé en Tokyo aprendí mucho sobre mi mismo y sobre ti. Supe que necesitabas aquello, alguien a quien golpear, no por ser un abusón, si no porque esperabas que alguien te los devolviera, que te dijera lo que tenías que hacer. Sentí la desesperación y la rabia en los siguientes golpes. Querías culparme por no haberte golpeado antes, por no haberte abierto los ojos a puñetazos. Necesitabas ese empujón para atreverte a decirle lo que sentías, verdad capullo? Eras un cobarde, pero yo era el menos indicado para decirlo, otro cobarde que huía de sus problemas en cuanto llegaban; pero por esa misma razón pude entenderte. Tardé demasiado y nunca me lo podré perdonar. Siento mucho no habértelo dicho entonces pero aunque sea tarde te lo diré ahora: eres un maldito cobarde. Dile que la amas so memo!!»
Soltó un fuerte quejido en aquel momento. Sus ojos brillaban con fuerza y aunque ninguna lágrima caía por sus mejillas todos vieron a un hombre llorando por dentro. Soltó un potente grito que rebotó en el gran espacio, creando un eco ensordecedor que dolió a todos por igual. Apenas lograban entender si decía algo o si solamente gritaba, pero dos gemelos sentados en el centro reconocieron el nombre de su difunta hermana Misae. Se acercaron apresuradamente hacia él, subiendo los dos peldaños del pequeño escenario y agarrando con fuerza del cuello de la camisa del anciano, como si tuvieran intención de golpearle. Uno llegó a alzar su puño pero se detuvo antes de lanzar el golpe.
-Ella nunca nos habló de un acosador, ni de un paseador de perros. ¡Ni siquiera te conocía!- gritó el de la derecha.
-Se pasó sus últimos años mirando al cielo y preguntándose si habría alguien esperándola en algún lugar- sollozó el otro.
-Tanto tiempo esperando por ti, ¡idiota!.
Hiroto permaneció tan inmóvil como perplejo, sorprendido de que sus hermanos pequeños estuvieran ahí en aquel momento.
-No te conocía pero sabía que estabas ahí. Te estuvo esperando toda su vida.
-Por qué…por qué no te lanzaste?
-De qué hubiera servido?!- gritó zafándose del agarre-. No hubiera podido salvarla y además ella era demasiado amable. Un tipo como yo, un busca problemas de mi calaña…¡nunca me la hubiera merecido!
-La habrías hecho feliz- respondió el hermano que le había agarrado del cuello.
-Porque te tenía en cuenta- agregó el otro hermano-. «Ojalá me hubiera atrevido a preguntarle su nombre». Fueron sus últimas palabras. Hablaba del hombre de los perros en el parque, ¡hablaba de ti! No fueron para su familia ni sus amigos, sus últimos pensamientos fueron para ti, capullo…
Era todo lo que podía agregar en aquel momento, ahogado entre lágrimas y abrazado por su hermano. Leyó de nuevo la última línea y de nuevo se declaró al frío aire, pero ésta vez fue abrazado por los hermanos. Misae había sido una muchacha tan amable que todos en el pueblo lamentaron su pérdida, una muerte prematura antes de cumplir los treinta años por culpa de una leucemia incurable. La noticia era conocida por todos en aquel lugar, pues alguien tan pura no pasaba desapercibida. Fue el camino más lento y pesado que habían visto su regreso al asiento, pero ésta vez acompañado. Por primera vez parecía un hombre vulnerable a punto de derrumbarse. El alcalde esperó hasta verlo sentado antes de acercarse al micrófono y llamar al siguiente lector.
-Ahora me toca de nuevo, lo lamento. El siguiente texto era para algunos de los niños del pueblo, pero todos se han quedado en sus casas por lo que no…
-¡No!
Una aguda voz gritó desde lejos. Cuando todos se dieron la vuelta vieron a una niña de unos seis años y a un grupo de varios niños de diferentes edades a su alrededor. Se habían escabullido de casa para asistir a esa misteriosa reunión de la que ninguno de sus padres les había querido hablar, pero justo ahora la pequeña había decidido levantarse y salir de su escondite.
-¡Yuki!- Gritaron sus padres.
Se trataba de la hija pequeña de Hitomi y Nagato, quienes habían encontrado el cuerpo del anciano en el banco. A su lado su hermano pequeño se aferraba tímidamente a su falda. Yuki era una niña muy enérgica y jovial, tanto que tras toda una mañana de lecturas nadie pudo evitar ver en ella un espíritu familiar que hizo sonreír a más de uno.
-El señor amable quiere que leamos eso, verdad?- preguntó inocentemente.
Su seriedad resultaba a la par graciosa, por lo que algunas risas les animaron a permitirles la lectura. El alcalde les invitaba a subir a pesar de la clara preocupación de sus padres. Tras ajustar el micrófono a la altura de la pequeña, ésta le negó el esfuerzo, se puso en pie sobre el asiento y tomó el texto con ambas manos. Le resultaba difícil entender todo lo que ponía y tras un breve intento leyendo, un muchacho de 12 años que les había acompañado se acercó para ayudarla y leer entre los dos. Todos los niños se situaron junto a ella para tratar de leer algo, aunque la mayoría apenas entendían lo que ponía.
«Capítulo 4: La inocencia y el amor…»
Lo que trae el otoño
«Sois muchos niños en el pueblo así que no estoy seguro de quien lo leerá, aunque si debo arriesgarme supongo que se tratará de Hitomi o el joven Tadashi».
-¡Bingo!- exclamó una muchacha de quince años desde detrás.
«Pero sea quien sea sé que podréis leerlo bien y aunque no entendáis ahora mis palabras, algún día volveréis a verlas y le encontraréis sentido.
He querido ser padre desde que tengo uso de razón y supongo que entre otras muchas cosas, esa fue la razón de que la gente me repudiara desde tan pequeño. Tuve una novia cuando cumplí tres o cuatro años, creo que se llamaba Shenia, aunque no lo recuerdo demasiado bien. Lo único que se es que entre nosotros había una relación impropia de niños, como si nos hubiéramos reencarnado y recordáramos parte de lo que fuimos en el pasado. Pero a mi me costaba mucho ver el mundo a mi alrededor, incluso mi propia existencia parecía estar envuelta en un manto de niebla. Estaba con ella pero no dejaba de pensar en otra chica de nuestra clase. Se que no estaba bien y que probablemente eso hería a Shenia cada vez, aunque nunca me dijo nada. Cuando un día de repente se mudó sin decir nada, sentí un gran vacío dentro de mí, como si me acabaran de arrebatar una parte de mi que desconocía que tuviera. Me dolió, pero no fui lo bastante valiente para intentar superarlo. Tan solo dejé que el tiempo avanzara y que la distancia enfriara mis emociones hasta el punto en el que dejara de sentirlas. Unos años después tuve la ocasión de volver a verla. Yo iba a un videoclub con mis padres para alquilar unas películas y algún juego, pero mi padre me hizo elegir: o me quedaba con ella a hablar y volvíamos sin el juego o me iba con él a por el juego. Fui con él deseando volver deprisa para verla, estaba ansioso, pero al regresar ya se había marchado. Mi madre me estuvo restregando su charla con ella y su madre y mi padre no mencionó el asunto. Aún hoy me arrepiento de aquella decisión, me pregunto por qué lo hice. ¿Tanto miedo tuve de volver a sentir algo que salí huyendo y desperdicié la oportunidad de mi vida? Puede que ahora no lo sepáis pequeños, pero el primer amor siempre será especial, así que atesoradlo. No os aferréis a él si no os hace bien, pero guardadlo con cariño siempre. Después de aquello nunca volví a verla. Me pregunto qué tipo de vida habrá tenido. Si fue feliz de verdad. Ojalá fuera así porque se lo merecía. Pasaron los años y crecí entre burlas, insultos y palizas. Nunca fui lo suficiente valiente para defenderme ni lo bastante humilde para bajar la cabeza y dejar pasar las faltas. Un cobarde y orgulloso, ese era yo. Ah, creo que lo he sido hasta ahora, incluso como anciano. Toda la vida la he pasado solo, culpándome de no ser lo suficiente valiente para atreverme a vivir…pero llegué hasta aquí, no? He venido a Japón, he conseguido trabajo y he cumplido algunos de los sueños que me acompañaban desde mi más tierna infancia. Pero no ha sido suficiente. Siempre quise más, triunfar en el amor al menos. Y aún así aquí me tenéis, hablando a través de una carta escrita con tinta y lágrimas, arrepentido de cuanto no me he atrevido a hacer. ¿Cómo me atrevo a dar lecciones sobre la vida? Sé que muchos os lo estaréis preguntando y os pido disculpas por mi falta de tacto. Tenéis razón, soy un don nadie y nunca he aprendido de mis errores, alguien que nunca ha vivido su propia vida. Todo cuanto ha llenado mi corazón han sido las miles de vidas vividas a través de los libros, mangas, películas y videojuegos durante toda mi vida y, desde que llegué aquí, a través de vuestras propias experiencias. He envejecido envidiando cada uno de vuestros momentos, tan dulces como amargos, deseando poder levantarme de este banco de madera y ofreceros consuelo o algún buen consejo que os ayudara cada vez que tropezabais. El día en que Hitomi se rompió la pierna al caer de aquellas escaleras del parque, o cuando su padre se rompió el brazo jugando al béisbol en el mismo lugar. Recuerdo vuestros bostezos cuando os contaba alguna historia de terror en Halloween y la insistencia con la que acudíais estos últimos años a pedirme que os contara algún cuento, con esas caritas tan sonrientes. La historia que más me pedíais era la del gran dragón rojo, aquel que se perdió en la montaña durante el festival de verano. El anciano dragón estaba buscando una fruta legendaria que podía conceder deseos. Cuál era el deseo que más anhelaba su corazón?»
-¡Encontrar una pareja!- gritaron todos los niños al unísono.
Algunos de los adultos habían crecido escuchando las historias del anciano, por lo que también se animaron a mencionarlo.
«Y si no podía concederle aquel deseo?»
-¡Un hilo con el que poder trenzar su propio destino!
«Y así el anciano dragón se adentró en las montañas humeantes, esperando encontrar aquella fruta. Pero cuanto más se adentraba más denso era el humo y mayores sus dudas y sus miedos. Se preguntaba si realmente existía algo capaz de concederle aquel deseo puesto que era el último de su especia y él lo sabía. Pero siguió adelante y no se detuvo ni siquiera cuando se hizo imposible respirar. La luz no lograba atravesar aquella densa capa de humo y el dragón se detuvo. Una pregunta apareció en su mente, una que nunca antes se había formulado».
-¿Qué fruta estoy buscando?
«Él nunca se lo había preguntado, era una cereza, una manzana, una pera? Por mucho que trataba de recordarlo no lo conseguía. Se quedaba sin aire y tuvo que decidir si retroceder sobre sus pasos o seguir avanzando. Pero el dragón era viejo y estaba ya cansado, la añoranza pesaba más que la esperanza y decidió retirarse hasta encontrar una respuesta. Y fue al pie de la montaña donde la vio, una preciosa dragona de escamas blancas como la nieve. Era una dragona celestial, que había bajado de los cielos conmovida por la situación del anciano. Él no lo recordaba, pero llevaba entrando y saliendo de aquella montaña más de mil años, buscando una perla que necesitaba para poder ascender junto al resto de los de su especie. Pero el dolor que le causaba la soledad y la desesperación habían hecho mella en él y nublaron sus recuerdos, envolviéndolos en un manto de humo. La montaña no estaba cubierta de humo, si no de niebla, así que en cuanto la dragona sopló con fuerza, todo el camino quedó despejado y una resplandeciente luz acarició la espalda del anciano. Éste al darse la vuelta pudo verla, brillante y tan blanca como había soñado en su juventud. Si dudarlo se abalanzó sobre ella y su cuerpo entero se transformó, rejuveneciendo y cubriéndose del más puro blanco a excepción de su melena, tan dorada como el sol. Ningún otro dragón había sido tan hermoso nunca antes y ella quedó prendada al instante. Se acercaron y se abrazaron antes de iniciar el ascenso hacia el cielo, la tierra prometida de los dragones celestes.
Pero mis niños, aquella historia no tenía un final en realidad, sabéis por qué? Porque no tenía un pasado. Quién era él en realidad? Y quién era ella? Por qué todos los dragones desaparecieron y le abandonaron a su suerte? El olvido le arrebató el pasado y con éste el futuro, pero la esperanza, la perseverancia y la bondad incondicional le ofrecieron un nuevo inicio en otra tierra».
-Hablaba de él- declaró uno de los chicos más altos del grupo.
Todos volvieron a leer la nota sorprendidos de no haber visto ese detalle. Incluso algunos de los adultos que habían crecido escuchando aquella historia se mostraron sorprendidos.
«Si alguien averigua la verdad de esta historia me haríais el favor de guardarla para vosotros? Sobre todo por ella. Mi dulce y hermosa dragona»
Todos guardaron silencio al no saber qué decir. El muchacho se tapó la boca exageradamente con ambas manos pero ya lo había gritado. Abrió la boca para tratar de decir algo pero las palabras no salían de su garganta. Fue el llanto de una mujer en la distancia el que rompió el silencio y desvió la atención.
«Capítulo Final: Primero adiós, después hola…
La primera última primavera
Al otro lado de la puerta se asomaba el hombro de una mujer. Temblaba arriba y abajo por la respiración entrecortada. Aquella mujer tenía más de cincuenta años, pero su aspecto seguía siendo el de una adolescente de preparatoria, por ello se había ganado el apodo de la bruja eterna. Para oídos extraños podía tratarse de una burla, una muestra del desprecio que le guardaba la gente, pero nada más lejos. Se trataba de Haru, la mujer más deseada del pueblo y de haber aparecido en las revistas populares del país, podría haber sido la mujer con más pretendientes de Japón. Su belleza cautivaba tanto a hombres como a mujeres y continuaba siendo así incluso en aquel momento. Se acercó temblorosa y empapada hasta el escenario, lo que advirtió a todos que ya había oscurecido y que había llovido durante todo el día. Con gran pesadez sostuvo las últimas hojas del testamento y comenzó leyendo para sí misma las primeras líneas, pues así estaba escrito. Rio, lloró y volvió a reír de nuevo.
-Le habrá dado un telele- insinuó Nagato al oído de su mujer.
Ella le mandó callar sin hacer ruido, pero sabía que no lo decía con mala intención. Haru parecía a punto de derrumbarse ante todos cuando se puso en pie para hablar.
-Disculpad que no lea las primeras líneas… creo que él no las querría divulgar.
Bebió un poco del agua que el alcalde amablemente le ofrecía, respiró largo y profundamente. Tragó saliva una vez más antes de comenzar a leer.
» Finalmente te toca a ti, mi querida Haru. Sería muy frío preguntarte cómo estás y pretender que no lo sé. Puedo imaginármelo, quizás por ello es que me decidí a escribirte este texto. Porque he hablado por todos ciertamente, pero ambos sabemos que cada línea iba dirigida también a ti. Porque tanto han sido ellos para mi como lo has sido tú. Se que el dolor te carcome por dentro en este momento, que a pesar de los chistes verdes que te he contado en privado con las primeras líneas no habré conseguido secar tus amargas lágrimas, que en este momento puede que sientas cierto enfado por haberte emocionado hasta este punto y aún así hacerte reír con mis tontas bromas en un momento tan duro»
-Idiota- susurraba-, cómo sabes que me he reído, si tus chistes siempre han sido horribles.
Los sollozos de Haru apenas fueron audibles. Secó sus nuevas lágrimas y continuó leyendo. A medida que hablaba los presentes quedaban embelesados con su dulce voz. Sus sentimientos se transmitían directos al corazón de los oyentes, ese corazón único que todos compartían en aquel momento.
«Te conocí en el hospital durante la primavera. No lo recordarás, claro, porque fue el día en que naciste. Llovía tan fuerte que tus padres estuvieron a punto de llamarte Amaya, pero yo sabía que el nombre que ellos barajaban desde hacía meses era más que adecuado para ti. Apenas era un crío en ese momento, un recién llegado que hablaba muy mal el idioma. Estaba allí recibiendo algunos puntos en la cabeza y al ver la expresión de tus padres y esa carita tan bella no pude evitar entrar a ofrecerles las flores que mi viejo amigo me compró para desearme una presta recuperación. Debo agradecerle a aquella jovencita que me abriera la cabeza aquel día, porque gracias a eso te conocí. Te vi crecer, dar tus primeros pasos ante tus padres. Tendrías que haber visto la cara de orgullo que tenía tu padre cuando dijiste papá por primera vez; casi se echó a llorar de felicidad. Fue muy divertido verte tratar con los animales que correteaban por las calles sin preocupaciones. No importaba la edad que tuvieras, siempre volvías a casa con arañazos por todo el cuerpo y mucha tierra, incluso durante tus viajes de visita en navidades cuando te marchaste a la universidad de Tokyo. El primer año llegaste tan alicaída que mi mundo se sintió pesado y frío. Tras hablar con un amante de los perros y con el bueno del alcalde tomé la decisión de viajar a Tokyo para buscar hacer fortuna. Bueno, esa es la excusa que te di cuando nos encontramos casualmente en aquella cafetería. Pasamos hablando de la gente del pueblo tantas horas que tuvieron que echarnos del local. Era la primera vez en mi vida que hablaba tanto tiempo con una mujer. Me resultaba tan natural como respirar y no entendía por qué. Te mentí cuando te dije que estaba en ese local cada fin de semana, pero empezaste a venir después de eso. Decías que estabas de paso pero tanto la universidad como tu apartamento estaban en direcciones opuestas y yo lo sabía. Era una pequeña mentira, pero de aquello nacieron los días más felices de mi vida. Durante dos largos años seguimos viéndonos cada semana sin falta, incluso pasamos unas navidades juntos. Se que querías volver al pueblo a ver a tu familia, pero preferiste quedarte conmigo, algo que aún hoy no me explico. Tu tercer año en la universidad fue el más duro que recuerdo. Mientras todos tus compañeros hacían el vago tú seguías estudiando duro, tratando de obtener las mejores calificaciones para hacer que tus padres se sintieran orgullosos. No pude consolarte cuando recibimos la noticia de su accidente, no sabía qué hacer. Lo único que deseaba era acercarme y abrazarte con fuerza, como nunca antes lo había hecho… y de nuevo mis miedos y mi cobardía me lo impidieron. Me decía a mí mismo que necesitabas espacio, que yo tan solo sería un estorbo. Volví sin siquiera despedirme. Si hubiera llamado con más insistencia a tu puerta, me habrías dejado entrar? Esa pregunta me carcome desde entonces y me arrepiento de no habértela formulado nunca. Los cinco años que pasé sin saber de tí fueron una tortura. Me dejé por completo, me convertí en el vagabundo extraño del pueblo, ni siquiera mis amigos me reconocían al verme. Con qué cara iba yo a deciros que te abandoné cuando más necesitabas de un amigo? Algo que me pregunté durante años y cuando por fin lo entendí ya era tarde. Habías vuelto al pueblo, pero lo hacías acompañada de un muchacho poco mayor que tú. Te veías tan radiante abrazada a su brazo… supe que yo nunca hubiera podido hacerte tan feliz por mucho que lo intentara».
-Aquí está borroso- tartamudeaba Haru-. Lo siento, creo que lo he mojado con las manos.
No importaban aquellas líneas emborronadas, ella sabía lo que decían, lo que trataban de transmitir. Pero no habían sido sus manos mojadas las que habían emborronado la tinta según le dijo el alcalde, pues ya estaban húmedas, llenas de goterones. No era falta añadir más. Los niños dormían en el regazo de sus padres. La noche era fresca y ligeramente húmeda. El cielo apenas estaba cubierto por unas pequeñas nubes, las cuales no lograban tapar la hermosa luna menguante ni las brillantes estrellas que remataban la perfecta estampa nocturna. Una ligera llovizna acompañaba los compases de la música que sonaba a bajo volumen en las instalaciones, esas melodías que el anciano había pedido que sonaran durante la lectura y que contribuían a aflorar las emociones de los presentes.
Haru miraba al cielo a través de las ventanas, buscando respuesta a su deseo imposible. Se esforzó por no llorar y proseguir con la lectura, pero no se vio capaz. Arrancó la hoja que le correspondía y se la guardó esperando atreverse a continuarla más adelante.
«A mis queridos niños os pido que crezcáis tan inocentes y viváis con la alegría con la que os conocí a todos; mi buen doctor, estés donde estés espero volver a verte pronto para que me cures las heridas que me haré en el futuro; padres, madres y parejas, cuidad de vuestros pequeños así como de vosotros mismos, sed siempre honestos con vosotros mismos y nunca dejéis que el arrepentimiento se asiente en vuestras vidas, porque es el mayor lastre en el camino a la felicidad y todos merecéis alcanzarla; Mi buen alcalde, asegúrate de darle a esta jovencita toda la felicidad que merece y compénsala por todos los años que habéis perdido haciendo el tonto. Espero que podáis perdonar mi egoísta partida y forma de despedida, pues se muy bien lo duro que es decir adiós a quienes te importan.
Y finalmente a ti, mi dulce Haru, a ti que trajiste mi primera última primavera a mi vida, muchas, muchísimas gracias por todo. Gracias por las conversaciones en aquel café, por las confidencias, por los enfados y las alegrías, por cada abrazo y cada beso. Aunque reencarne en un millón de vidas nunca tendré suficiente para devolverte toda la felicidad que me otorgaste. Fueron solo dos años pero para mi fueron todo lo necesario para que mi vida cobrase sentido. Fuiste feliz junto a un hombre que te amó y, aunque solo fuera por un breve tiempo, se que te dio cuanto yo no pude. Gracias por los mensajes que cada mañana me escribías después del divorcio, incluso después de mi cobardía. Gracias Haru, por haber nacido en una época en la que pudiera coincidir contigo, aunque fuera con más de treinta años de distancia. Se que era un amor imposible pero, aún así, no me arrepiento de un solo minuto pasado a tu lado. A ti te deseo otros cincuenta años de felicidad y al destino le pido que, si me queda algún deseo que pedir, nos permita conocernos de nuevo, una nueva primera primavera. Te amo Haru.
Gracias y hasta siempre.
PD: Si alguien pudiera hacerme el favor, quisiera conservar el banco del parque. He pasado una vida en él y os he conocido a todos ahí. Ese banco de la estación de tren, que estuvo también en la plaza mayor y finalmente en el viejo parque. Quien sabe, igual consigo aparecerme ahí como fantasma, muahahahahaha».
Todos rieron aquella gracia tan sosegada. Y mientras cada uno regresaba a su casa tras una larga jornada de lectura, Haru se aferraba a la carta que no fue capaz de terminar.
Un amor eterno
Haru temblaba indecisa junto a la papelera. La lluvia había parado y volvía a estar empapada. Tras dos días meditando sobre aquella carta no lograba decidir si leerla o tirarla. Se dispuso a dejarla caer cuando el ladrido de un perro jugando con unos niños en la lejanía la devolvió a la realidad. El niño corría detrás de un labrador mientras en la distancia un hombre mayor, el dueño de la tienda de chucherías del pueblo, observaba desde la distancia, recostado sobre la puerta de su tienda cerrada. Sonrió al sentir la familiaridad de aquella imagen y decidió leer la carta, pero no allí mismo: lo hizo en el banco del parque.
Sus manos temblaban como un flan en un terremoto, pero de algún modo logró desdoblar la hoja sin romperla ni dejarla caer.
«Mi amada Haru, no mentiré diciendo que solo sentí alegría al verte con ese hombre. No lo conocía pero le odiaba. A pesar de que no debería, no si se trataba del hombre al que elegiste para compartir tu vida. Él estuvo contigo y yo no, te hacía feliz y cuidaba de ti, aunque solamente fuera un breve lapso de tiempo. Y me odié a mi mismo por aquello, por no ser capaz de sentirme feliz por ti. Me pregunto cuán egoísta puedo llegar a ser. Un cobarde y un egoísta, de menudo te libraste, verdad? Pero luego os separasteis y te vi, llorando desconsolada en aquel parque, bajo aquel sauce. En aquel banco de madera en tan mal estado»
Haru abría los ojos a medida que leía, reconociendo el lugar en el que se encontraba ahora mismo, allí donde él había permanecido sentado cada día de su vida desde entonces.
» Me acerqué a ti con paso cauto y te asustaste. Pensé que saldrías huyendo o que me golpearías, pero no fue así. Permaneciste inmóvil como si hubieras visto un fantasma. Al principio supuse que me habías reconocido y me preparé para las represalias pero éstas nunca llegaron; en su lugar rompiste a llorar más fuerte que antes y me asusté, tanto que quise salir corriendo. Pero no lo hice. Me quedé junto a ti toda la noche, escuchando tus lamentos, como hablabas de tu exmarido y de sus faltas, del dolor que te causó y de como a pesar de ello no parecías estar sufriendo realmente por él, si no por aquel que le precedió. Durante toda la noche acepté cada merecido golpe. A partir de entonces cambié. Fue la primera vez que no hui de nada. Permanecí allí cada día, volví a cortarme el pelo y la barba, me afeité y arreglé por primera vez desde que regresé. No merecía perseguirte, ya era mayor y tú todavía e ras joven, tenías todo el tiempo del mundo por delante para rehacer tu vida. Aún así cada día regresé a aquel banco esperando volver a verte para pedirte perdón por todo. No se si quiera si alguna vez leerás esto, pero necesitaba decirte que lamento cada error que he cometido contigo, mi cobardía al huir y al no luchar por ti. Debí decirte que te amaba en aquel momento y no voy a excusarme más con mi edad o mis miedos. Haru, te amo y te amaré eternamente, en esta y en todas mis vidas. ¿Podrás perdonarme alguna vez?»
Haru sonrió y lloró tanto como para sentir un intenso dolor en su estómago y en su rostro. Decidió tumbarse para descansar un momento. Podía sentir la calidez de aquel pequeño espacio, como si su alma velara todavía por ella. La mano con la que sostenía la carta le resultaba pesada y a medida que se quedaba dormida ésta se iba abriendo.
-Si pudiera vivir una o mil vidas, querría pasarlas enteras a tu lado. Nunca me dijiste tu nombre real, verdad Hajime?
Y durante aquel susurró se quedó dormida, abriéndose así su mano mientras un golpe de viento le arrebataba la carta de Hajime junto a un sobre arrugado con las siglas de una conocida clínica de oncología.
Así es que los miembros del creciente pueblo decidieron invertir en el cuidado del parque el dinero que les llegó anónimamente poco después del entierro oficial, un dinero cuyo origen solo conocía el alcalde. «Anónimo» les decía a quienes preguntaban, pero todos sospechaban de quien habían recibido semejante herencia. Fue algo apropiado el pequeño monumento recordatorio que erigieron en su memoria, un banco de madera machacado totalmente bañado en bronce para asegurar su duración. Un banco en el que nadie volvería a sentarse en años, no hasta que un agotado niño de grandes ojos color avellana se desplomó agotado sobre él. Una pareja de ancianos que paseaba por ahí cerca se sobresaltó al ver al pequeño tumbado ahí. El anciano se acercó dispuesto a reprenderle.
-Muchacho, ¿es que no ves que este banco es especial?
-Tadashi, no seas tan brusco, no ves que es un niño? Mira, parece agotado.
La anciana se acercó para tratar de alentar al pequeño que parecía asustado del anciano.
-Hitomi, te quiero mucho pero eres una blanda. Por eso nuestros hijos han salido tan…
Los ancianos discutían con cierta gracia y con tanta ternura en la voz que el pequeño se animó enseguida, se levantó y, tras inclinarse para mostrar su respeto hacia ellos y el banco, volvió corriendo por donde había venido. Pocos segundos después una muchachita se asomó desde detrás de los arbustos como si estuviera acechándole. La pareja de ancianos se acercó a ella y le preguntaron por qué le seguía, pero estaba claro que estaba enamorada del muchachito
-Cómo te llamas jovencita?- preguntó Hitomi.
-Me llamo Haru.
-Y quién es el joven afortunado?- pregunto Tadashi.
-Hajime- respondió con mucha timidez y poniéndose colorada.
Ambos ancianos se miraron perplejos y tras un momento se levantaron y le ofrecieron un consejo.
-No importa cuánto corra, si va muy lejos o si es muy veloz, si de veras le amas sé fuerte y corre tras él. No dejes que se escape- dijo el anciano.
-Sin importar cuantas veces salga corriendo, persíguele y algún día le atraparás, o él te atrapará a ti.
La pareja desapareció con lento paso más allá de la vista de la pequeña cuando se dio la vuelta para mirar por donde se había marchado su escurridiza presa. El viento del primer día de primavera era cálido y la invitaba a correr tras él empujándola por la espalda. Sin más, echó a correr con decisión.
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