Paseaba junto a la arena blanca y fina de aquella inmensa playa bañada por un mar esmeralda poco agitado y de espuma voluptuosa y nacarada. Olía a brea y yodo, a fresco y natural, a vida. La brisa del mar acariciaba mi cara humedeciéndola y produciendo cierta sensación de frescura y pegajosidad. El salitre impregnaba mi cuerpo dándome un aspecto áspero y blanquecino. Pero nada me importaba, mi yo deambulaba por la inmaculada arena acompañado de mi lánguido cuerpo dejando atrás las huellas de mi paso a las que pensaba nadie seguía.

Me aposenté en un montículo que emergía entre la arenisca fijando la mirada en el mar vestido de un profundo color verde que se oscurecía a medida que avanzaba mi vista. La marea jugueteaba con las algas oscuras y plásticas, envolviéndolas con la arenilla diluida en sus aguas arrastrando el resto hacia la orilla dejando un rastro en el que las gaviotas rebuscaban algo que llevarse al estómago. El sol se encontraba en sus últimos momentos de esplendor, en breve se escondería hasta la siguiente jornada, dando paso a una luna pequeña y diminuta que se dejaba ver entre alguna nube difuminada en el cielo. Poco a poco buscaba la línea del horizonte tras la que se escondería su reluciente brillo y anaranjado color.

Mientras, sus tenues rayos calentaban mi cuerpo e iluminaban mí cara cegando ligeramente mi visión. El silencio era sonoro. El constante batir de las olas y el graznar de las gaviotas ambientaban la situación sin más interrupciones. Se convertía en monótono y envolvente, ayudando a aislarme del mundanal universo fuera de aquel oasis. Mis pisadas habían desaparecido. Se las llevó el mar enredadas en su ir y venir. No había valido de nada. Seguías ahí. Tu presencia era inevitable. Tu esencia viajó conmigo. No podía impedir la sensación de seguir acompañada. Te adueñaste una vez más de mi soledad, se llenó de ti. Iluminaste mi espacio cuando la luz del sol se esfumó definitivamente.

Empezó a oscurecer y la sensación de frío se hacía notar. ¡Ahora sí que te echaba de menos! Cerré los ojos e imaginé otro tiempo. Tiempo en el que éramos uno, en el que tu piel era mi piel y tu corazón el mío. Tiempos felices en los que no corría el reloj, los minutos se alargaban hasta parecer horas y disfrutábamos de nosotros mismos. Tiempo en el que nos perdíamos del mundo y camuflados por una nube de sorpresas, imaginábamos un espacio ideal acompañados de una copa de vino.Ahora otros labios besaban tu boca y otras manos rozaban mi piel. La idea me atormentaba y dañaba poco a poco mi corazón. No conseguía sacarla de mi interior, rozaba mi alma a cada instante y me hacía sufrir la definitiva idea de no volver a estar entre tus brazos.Pero en mi interior seguía oyendo tu voz. La llevaba dentro, muy dentro, me hacía sentir mejor… o no.

Me incorporé y comencé a pasear por la orilla, dejando que el agua en su batir mojase mis pies cansados de caminar hacia ninguna parte. Despacio, casi sin percatarme de ello, el agua acariciaba mi cintura. No sentía el frío. La ropa pegada a mi cuerpo, marcaba mi silueta inerte e impasible con la mirada fija en el horizonte lejano y borroso por la falta de luz. La arena sobre la que reposaban mis pies seguía engulléndome lentamente. Sentía que cada pisada era menos firme y mi cuerpo comenzaba a perder la estabilidad. Sin darme cuenta mi ser era un “todo” junto con el mar. Todo se oscureció en el momento de introducir mi cabeza en la infinidad verdosa del océano.

Me dejé llevar por la marea. Vagaba sin destino. Escuchaba mi propia respiración como un eco de fondo, cada vez un poco más lenta. Era el fin de una historia perfecta.Mientras mi cuerpo se dejó ir a la deriva recordando como si fuese en ese mismo lapso de tiempo los instantes más intensos jamás vividos junto a ti, comencé a percibir el latido de tu corazón. Uno, dos… parecía que estabas lejos, demasiado quizá. Otro más. Se entrecortaba el sonido, pero… ¡Estabas conmigo! Me asusté y azarada movilicé mi cuerpo pasivo hasta entonces. Me costaba desplazarlo, las ropas me impedían ser ágil y la baja temperatura del agua me había dejado entumecida. Intenté buscar sin ver nada, continuaba la exagerada oscuridad de la noche a mí alrededor.Me encontraba cansada, no tenía fuerzas para continuar pero los latidos fueron incrementando su intensidad, cada vez los oía más cerca retumbando en mi corazón.

En un momento de desfallecimiento volví a sucumbir ante la grandeza del océano y te perdí de nuevo.Las aguas se agitaron y se formó un remolino a mí alrededor girando conmigo dentro. Mi cabeza volteaba y por efecto del mareo parecía que veía tu rostro. Moreno y sonriente, feliz. Me invitabas a regresar. Tendiste tus manos hasta tomar las mías y sin darme apenas cuenta y como si de brujería se tratase mi cuerpo regresó a la orilla.

Los pasos cortos y lentos arrastrando lo que encontraba a mi paso e intentando tirar de mi blusa que abierta por la corriente de las aguas lucía parte de mi pecho desaliñado.De frente a mí, las primeras luces del alba que me anunciaban un nuevo día sin ti.

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