«Sin ticket»

“SIN TICKET”

Ahora estamos en casa solos tu y yo. Me siento en la cama y te observo, te huelo, te acaricio. Tanto tiempo deseándote y ahora te tengo. Creo que te besaré, pero sería algo ridículo ¡ja ja! Suelto una carcajada y me tiro boca arriba. Me tapo la cara con la almohada como para dejar de verte por un momento y sentir de nuevo la emoción, al deshacerme de ella, de que en realidad estás ahí. Te abrazo contra mi pecho y una lágrima escurre por mi mejilla mientras mis labios esbozan una sonrisa de satisfacción.

Ardo en deseo de abrirte y tocarte por dentro, suave, lentamente; no puedo aguantar más, urgido por la impaciencia, lo hago. Por fin eres una posesión mía…

El libro que siempre había querido estaba frente a mí. Había entrado a la librería tan solo para pasar el tiempo y ver las novedades del mes, por supuesto que no iba a comprar nada, aún no era quincena, y aunque lo fuera, nunca me alcanza para comprar libros nuevos. Algunas veces en las librerías de uso o en los tianguis de pulgas adquiero uno o dos de los más baratos (ese día, por supuesto, me quedo sin cenar).

El tipo de seguridad me echó una mirada desaprobatoria y movió su bigote, seguramente por mi vestir fachoso y casi siempre medio pandroso; recorrí todos los pasillos; vi escritores interesantes, Pasé por el bloque de ciencias, el de filosofía, historia y todos los demás. Entré a la sección de libros infantiles y ahí estaba, en uno de los estantes, tan solo como yo. Lo había deseado toda la vida, desde que era un niño. Nunca me lo pudieron comprar, no podíamos gastar en esas cosas, decía mi madre (con cinco hermanos cómo íbamos a poder, una televisión se hubieran comprado).

Me quedé estupefacto, como si el libro me estuviera hablando. Caminé lentamente hacia él, lo tomé entre mis manos y comencé a hojearlo. Esas ilustraciones llenas de color y la historia… ¡Qué historia!

De repente una idea chalada vino a mi mente. ¿Y si me lo llevara? En este momento nadie estaba mirando, seguramente no se darían cuenta. Vi al librero alto y
flacucho, que estaba haciendo corte de caja; la señorita, con su playera bordada con el logo de la librería y que atendía a los clientes, estaba sentada en una silla bostezando, posiblemente pensando en que pronto saldría de trabajar y se iría a casa; el guardia que me vio medio gacho al entrar, se metió al baño. Respiré hondo, cerré el libro y lo metí entre mi viejo abrigo de lana.

Terror sentí en ese momento, nunca había robado nada, pero esto era algo muy especial y ya estaba decidido. Me apresuré a salir, le dije al librero buenas
tardes (siendo que ya era de noche) y apresuré el paso. Di vuelta en la
esquina para dirigirme al metro. Entré en la estación, me recargué en la pared
respirando con dificultad y sudando frío. Pero ahí estaba, lo sentí bajo el
abrigo. Esa sensación de sentirlo cerca de mí me tranquilizó un poco. Quería
sacarlo, aunque aún no era tiempo. En eso, un guardia de seguridad caminó hacia
mí. Creo que abrí los ojos muy muy grandes, estaba seguro que venía a quitarme
mi libro. No lo hubiera dejado; un golpe certero, una carrera veloz, pero nadie
nos iba a separar. Se acercó y me preguntó si me sentía bien. Le dije todo en orden oficial. Creo que lo convencí porque no hizo más preguntas, entonces me alejé de ahí.

Tomé el primer vagón que pasó, por suerte fue el correcto. Llegué a mi departamento, abro la puerta y con las luces apagadas comencé a hablarle…

Grisell Color

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