El pequeño niño de retales

El pequeño niño de retales

José M MC

01/06/2018

La mamá del pequeño niño de retales no le dejaba ir al cole con los demás niños. Pero él se escapaba de casa cuando mamá se encerraba en su laboratorio y así se subía al gran olmo bien temprano, rápido, rápido, a esperar para poder verlos jugar en el recreo. Ahí fue cuando vió por primera vez a Alice y se enamoró.

Cuando bajó del árbol ese dia, algo caliente, pesado y dulce se había instalado en su corazón, así que decidió preguntar a sus amigos que podía hacer.

El murciélago sabrá, pensó, porque siempre está volando a las casas y chupando sangre de la gente y la sangre sabe muchas cosas

Así que el pequeño niño de retales decidió preguntarle a su tío, el murciélago. Fue a su casa y subió al torreón más alto teniendo mucho cuidado en las partes en los que los escalones estaban rotos y la pared destruida.

Cuando llegó arriba esperó a que fuera de noche, para no despertarlo. Y así, bajo las estrellas, hizo su pregunta.

—Hmmm —musitó el viejo murciélago mientras pensaba. Al murciélago le gustaba hacer ruido constantemente para saber dónde estaba todo. Cuando al fin lo tuvo claro, habló.

—Debes ir a ella y, con valor, darle un beso, un beso muy fuerte en el que pongas todo tu amor y le dejes un corazón carmesí en la mejilla.

El pequeño niño de retales le dió las gracias y se fue pensativo. El era valiente, pero la idea de darle un beso le daba mucha vergüenza. Además no le parecía que estuviera bien besar a nadie sin su permiso.

Decidió ir a ver a su tío Rameses en el sótano y preguntarle. El sótano le daba un poco de miedo pues era oscuro y sólo lo iluminaba

Pero, como hemos dicho, el pequeño niño de retales era valiente, con un corazón fuerte. Y el calor que se le había instalado en él rivalizaba con el de la caldera, así que bajó con paso firme y fué hasta la habitación de su tío Rameses.

Encontró a su tío dibujando en las paredes, como siempre. Dibujaba y dibujaba pequeñas figuritas y, cuando se quedaba sin espacio, cogía la pintura blanca y tapaba de nuevo todo. Mamá tenía que comprarle cada semana vendas nuevas para sustituir las que se quedaban rígidas, llenas de porquería mezclada con pintura seca.

El tío Rameses escuchó al pequeño niño de retales y sonrió. No tuvo que pensar mucho antes de dar su respuesta.

—Debes de ordenar tu cuarto y limpiar tus cosas. Colocar tus cómics favoritos, tus canicas más brillantes, tus mejores tesoros de manera que se vean bien y, cuando tengas tu habitación lista, vas a por Alice y la encierras en ella. Así sabrá que tiene tu corazón.

El pequeño niño de retales le dió las gracias y se fue. Mientras subía las escaleras, de lado y sin quitarle ojo a la caldera, pensaba en la respuesta de su tío. Él estaba orgulloso de todos sus tesoros y se los daría a Alice sin dudarlo si ella se los pudiera, pero no le parecía bien encerrar a nadie.

Decidió ir a ver a su otro tío, Corben. Cómo no había luna llena seguro que aún seguía en los establos, arreglando su moto.

Corben le escuchó con atención mesandose sus peludas patillas mientras una sonrisa pícara mostraba sus magnificos colmillos. Empezó a dar vueltas inquieto mientras pensaba, a veces a cuatro patas, a veces a dos. Al cabo de un rato, aulló.

—¡Yajuuuu, lo tengo!

«Tienes que ser directo, chaval. ¡Agresivo! A las tías les gustan los tipos duros.

«Desabróchate la camisa, que se te vea el pecho. ¡Nada de ducharse! Olor animal: ¡feromonas! Y te vas bajo su ventana por la noche con tu guitarra y le entregas tu corazón con una canción ¡a todo pulmón! ¡Auuuuuuuu!

El pequeño niño de retales le dió las gracias y el tío Corben le dió un abrazo y un lametón. Pero mientras volvía hacia su casa meditó el consejo. Mamá siempre insistía en que debía de lavarse todos los dias, especialmente las costuras de detrás de las orejas y, aunque sabía tocar muy bien su pequeño ukelele, no creía que se debiera ir de noche a las casas de nadie a montar una barahúnda.

Así que el pequeño niño de retales decidió preguntárselo a mamá. Pasó por las cocinas, pero allí solo estaba su cena, junto con una nota. Mamá estaba en el laboratorio y trabajaría hasta tarde. A mamá no le gustaba que la molestaran mientras investigaba, pero al pequeño niño de retales no le quedaba nadie más a quién preguntar y mamá era la más lista y la más sensata de todos aunque había veces que le respondía con una nota de tristeza en su voz o no le respondía en absoluto, sobre todo cuando preguntaba cosas sobre el pueblo, los niños, la escuela o los papás.

El pequeño niño de retales sabía que esta pregunta iba a ser de esas, pero se armó de valor y apretando la mano contra el calor de su pecho entró en el laboratorio.

Mamá le escuchó en silencio detrás de unas gruesas gafas de aumento para radiación que no dejaban adivinar ni un pensamiento. Mientras hablaba, se le quedó mirando, olvidándose incluso de respirar, de tanta atención que le prestaba. Entonces el pequeño niño de retales terminó y se quedó tan quieto como ella, esperando su respuesta.

Mamá se dio la vuelta y continuó trabajando pero el pequeño niño de retales no se movió de su sitio pues veia que no había vuelto a coger aire.

Finalmente mamá apoyo los brazos en la mesa y hundió la cabeza despacio hasta que sólo se vió el gran peinado de colmena, como una hoguera de largas llamas negras y blancas entre los hombros. Cogió aire y, por fin, habló.

—Entregarle tu corazón y verás. Al principio le gustará y lo tratará como un tesoro pero pronto se cansará de la novedad y jugará con el y le hará daño. Pero lo peor vendrá cuando lo olvide y lo abandone para coger polvo en un rincón mientras juega con otras tonterías más brillantes, más nuevas. Entonces yo tendré que coger tu estropeado corazón y arreglarlo y arrancarlo de nuevo.

Aguardó un momento más y añadió, levantando la cabeza y volviendo al trabajo.

—Pero es tu corazón y debes hacer lo que quieras con él.

El niño de retales supo que mamá ya no iba a añadir más y se marchó pensativo. Mientras le daba vueltas a todos los consejos sus pasos le fueron llevando de vuelta al pueblo.

La calle principal estaba vacía, pero detrás de cada cortina una familia cenaba o se acostaba preparándose para el día siguiente. Caminó un poco más y llegó hasta la puerta de Alice.

Fue entonces cuando supo que su corazón le había traído hasta ahí, que su corazón había decidido por él. Así que caminó hasta la puerta y se detuvo en la escalera. Levantó la camiseta, metió la mano deshaciendo las costuras del pecho y se sacó el corazón. Era rojo y caliente y latía e iluminaba el suelo cuando lo puso sobre el último escalón. Hecho esto, el niño de retales retrocedió dos pasos y cayó de espaldas y no se movió más.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS