Una estrella que da a luz a un nuevo planeta
en la oscuridad del tiempo. Explosión silente, origen
de la nada, todo es caos. Una gota de semen
que fecunda a la Tierra, gran óvulo en espera
de repartir la muerte antes de dar la vida.
Porque antes de nosotros estuvo la muerte,
creadora de la vida; su guadaña es fuente
de dioses y de las religiones perdidas.
También de todos los sueños olvidados
antes de despertar. Abro bien los ojos
y cierro los puños. ¡Grito! Estoy solo,
nadie va a escucharme, el brillo de mi halo
se ha esfumado; tal vez nunca vuelva.
Mi vida es un conjunto de chispazos,
no importa cuánto iluminen mis pasos
el abismo de la desgracia nueva.
Mi propio cuerpo es un hoyo negro,
materia inerte, vida finita;
floto estático, sin energía,
hasta la implosión de mi universo.
Ciego, me toco en el espejo,
solo siento mi soledad;
sol, edad sin tiempo, verdad
de quien siempre se sabe lejos.
Luna, una luz inmóvil
latiendo en mi corazón.
La noche esparce su calor,
la oscuridad, su apoteosis.
Las aves negras vuelan,
murmuran mi elegía;
veo luces umbrías,
mis sueños me desvelan,
se vuelven suspiros,
sombras de mi alma,
¡hasta en los huesos calan
y vierten su frío!
¿Sufrí? No sé,
no lo lamento,
¿Qué sentimiento
al final pensé?
Mi lucero
también muere.
Ya no duele,
tengo un hueco
en la tierra;
socavo,
y al cabo
se cierra.
Veo
brillar
mi
sangre.
El
fin
es
luz.

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