La conciencia escarlata: Prólogo

La conciencia escarlata: Prólogo

El crujir de la puerta de madera podrida sonaba como una cansada bienvenida. Contrastaba notablemente el calor del fuego que ardía en el centro de la posada con el frio viento del otoño, al que se había acostumbrado en el camino.

Pudo percibir rápidamente las miradas sobre ella mientras atravesaba la sala.A pesar de que no era conocida en esa región, Donnia prefirió no quitarse el capuchón, hasta haberse acomodado y observado a su alrededor. Levantó el brazo haciendo un gesto al posadero, el cual se aproximo rápidamente.

-Ponme algo fuerte.

La mirada del posadero se cruzo con la suya, observando sus perfilados y sensuales ojos, tras eso busco sus formas furtivamente bajo la negra capa, donde encontró una ceñida pechera de cuero en el que se entreveían unos abultados pechos. No tardó en ver las afiladas dagas que colgaban de su cinto, tras lo que se marcho acobardado en busca de una botella de un ron de aspecto añejo llena de polvo.

Donnia sonrió, y apoyó su espalda en la barra, dirigiendo su mirada a la zona de las mesas.

Ocultando su mirada bajo el capuchón, escudriñó la habitación mal iluminada. Sus ojos se pasearon por una mesa repleta de hombres manoseando a una prostituta, que se debatía entre el deber y el asco más absoluto. Adyacente a ellos, en otra mesa, se encontraban unos soldados, cuyo ánimo era mucho más sobrio, y que bebían tímidamente de unas jarras de arcilla. Su cometido era el de vigilar a los ocupantes de la tercera mesa. Esta, estaba llena de bandejas repletas y botellas de vino tinto, aparentemente caro. Sus ropas eran de lino y se veían cuidadas, lo que daba pistas sobre su alta posición en aquel municipio de mala muerte.

Donnia no tardó en deducir que esos eran los amables caballeros a los que venía buscando.

El posadero dejó el ron sobre la mesa con un pequeño golpe para llamar la atención de la señorita, y se volvió a marchar rápidamente. Donnia agarró la botella y se sirvió en el sucio vaso sin apartar su coqueta mirada de aquel trío, que ya había reparado en su presencia. El noble del centro era quién la miraba con mayor descaro. Un hombre de mediana edad, con una barba cuidada y un largo pelo trenzado hasta la espalda, cuya piel era pálida debido a las comodidades. A su izquierda, se sentaba un hombre ataviado con una armadura, el cual debía ser su capitán de la guardia, que solo se preocupaba de no levantar los ojos de su plato, y a su derecha, un hombre menudo y rechoncho con aspecto de chambelán, completamente calvo, y que la miraba, no con ojos lascivos, sino mas bien con una mirada crítica, que pretendía reconocerla, o adivinar quién era o cual era su propósito.

Ya no había lugar a deducciones, el hombre del centro era su objetivo.

Había viajado desde Coverast hasta aquel rincón de Nodia, con la tarea de buscar y asesinar al gobernador de aquel puesto fronterizo, llamado Teorainn. No cabia duda, de que era aquel hombre. Principalmente, su instinto se lo gritaba a viva voz, y la actitud de aquel hombre, que miraba y se movía como se mueve el dueño de una fortuna, ayudaba a tener esa certeza.

Donnia volvió a girarse en dirección a la barra y dió un corto trago.

Por su cabeza comenzaron a circular un torrente de ideas, como era costumbre en los momentos previos antes de actuar. Su entorno, sus vías de escape, el número de adversarios a los que debería hacer frente, en caso de que algo fuese mal.

Por su mente no hacían más que aparecer posibles variables en torno a las horas que estaban por venir. Pero de nuevo, entre todo ese conglomerado de ideas, despertaban en ella sensaciones incomodas y que comprometían, en cierta medida, sus propias creencias.

Se encontraba en una situación que le era demasiado familiar. Le costaba recordar esa época en la que hacer su trabajo, no le afectaba lo mas mínimo.

Nunca había sentido pena o remordimientos en el pasado, del mismo modo, que tampoco los sentía en el momento presente. Su problema moral iba mas allá de un conflicto con lo que hacía, o a quien se lo hacía. Matar no era lo que daba sentido a su vida, lo que convertía esos remordimientos en algo imposible.

Siendo quien era, más bien era ella, la que le daba al asesinato sentido alguno.

Su conflicto interior respondía mas bien a un por qué.

Antaño no albergaba dudas como esta. Era lo único que sabía hacer y era lo que constituía, en gran medida, su alma. Pero recientemente se veía atrapada, con demasiada frecuencia a su parecer, en un viaje interno que le hacía querer comprender mejor su propia naturaleza.

El sonido del choque de las jarras y los cuencos rompió su ensoñación. Giró la cabeza y miro de reojo a la mesa del gobernador, el cual seguía mirando con descaro. Su plan no necesitaba de muchas correcciones. Actuaría como siempre había hecho, de la manera con la que hacia su misión más placentera.

Apuró su copa de un largo trago y se retiró el capuchón sobre los hombros. Dejó al descubierto su tez pálida y firme. Sus facciones eran de una belleza peligrosa y perfilada. Sus ojos eran levemente rasgados y negros como el azabache, ligeramente pintados de negro de una forma felina. Su nariz era chata y fina, y tenía unos labios carnosos, con una forma sugerente,y pintados de un color rojo oscuro, como el color de la sangre.

Se giró lentamente, con la cabeza alta, mirando directamente a los ojos de su presa, el cual no pudo reprimir una sonrisa nerviosa y lasciva, mientras apartaba la mirada intimidado.

Donnia comenzó a caminar, atravesando la sala con una determinación, que hacia retumbar el sonido de sus pasos. Los tres hombres se irguieron al unísono, y la contemplaron. Con un gesto de la mano la invitó a tomar asiento, pero, sin mediar palabra, uno de los guardias de la mesa adyacente se levantó, y le indicó con un gesto que le entregara las armas.

Ella, por supuesto, lo había previsto.

Entregó sus dos dagas, y un cuchillo oculto en su bota derecha, el cual habría pasado totalmente desapercibido si lo hubiera deseado.

Tras esto, tomó asiento, y agarró sin permiso la pinta del chambelán, el cual no era capaz de ocultar el asco y la desconfianza de su mirada.

-No me sois familiar, señorita. –Dijo el gobernador, sonriente.- ¿Es vuestra primera visita a Teorainn?

Donnia se inclinó ligeramente hacia delante, sin apartar sus felinos ojos de su presa.

-Disculpad, noble señor, pero, dudo que halláis visto alguien como yo en vuestra vida.

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