Desperté. Otra vez demasiado temprano y ya no podía pegar ojo; la situación me daba vueltas en la cabeza y no dejaba de pensar en ello; ¿Cómo había llegado hasta aquí?, no era posible que ahora tuviera que ir a trabajar a esa horrible oficina llena de papeles que no me importan. Lástima que cerraran la biblioteca; ahí el trabajo era distinto. Pero tengo que hacerlo; no hay de otra, a chingarle diría mi tía Lupe como siempre que le cuento algún quejo. Pero ya era inevitable, tenía que seguir yendo a la oficina de recaudación a archivar los pagos que tenían que hacer los ciudadanos y más les valía que fueran “cum-pli-dos”, si no, se las verían con ellos.

Eché un vistazo por la ventana y vi a doña Eulalia barriendo la calle a esas horas de la madrugada. No entendía por qué la gente se levantaba tan temprano para hacer esas actividades, pero ahora creo que tampoco pueden dormir más como me pasa a mí, alguna preocupación, algo que revolotea en sus cabezas, una voz que parlotea sin cesar y prefieren ocuparse en algo antes que seguir pensando en lo mismo. Doña Eulalia levantó la mirada y me vio con una mueca de extrañeza, tal vez por lo mismo de la hora.

Decidí echarme un riego con agua fría para aligerarme un poco. Me vestí de un modo formal como indicaban en la oficina, ya saben: pantimedias, traje sastre, zapatillas y una corbatilla ridícula azul marino con signos de pesos color amarillo por todas partes, nada más ad hoc para una oficina de recaudación. Aún faltaban dos horas para entrar a trabajar así es que busqué en la red las noticias del día más relevantes. Pura tragedia. Ya no necesitaba echarle más al costal, mejor apagué la laptop y caminando me dirigí a la oficina.

Cuando llegué, había patrullas y policías por todos lados… ¡es ella! Dijo mi jefe dirigiéndose a mí. Dos policías me tomaron de las manos y me pusieron las esposas; ¡no sabía qué estaba pasando! Nadie me decía nada, todo era confusión. Un sentimiento atemorizante se apoderó de mí, me dieron ganas de salir corriendo en ese momento, llegar a mi departamento y meterme bajo las sábanas.

Por fin me enteré… me habían culpado de un robo que hubo el día anterior; sin embargo, yo no había sido. Decían que mis huellas estaban por todo el lugar. Estúpidos, claro que estaban mis huellas ¡ahí trabajo! Pero nadie me escuchaba. Al parecer todo me culpaba a mí y como era “la nueva” … Me encerraron en una celda en la que pasé toda la noche en lo que realizaban las investigaciones. Estando ahí solamente podía pensar en lo que pasaría si no se comprobaba mi inocencia. La opción de ingresar a un reclusorio me parecía horrenda. La vida en la cárcel no es como en Orange is the new black.

A la mañana siguiente, llegó mi jefe junto con un policía chaparro y gordo que abrió la celda mientras se comía una apestosa torta de chorizo. Me dijo que todo se había arreglado, que era libre de nuevo. No había habido un robo, simplemente la cajera no supo en dónde había puesto ese maldito dinero; me levanté, me quité su odiada corbatita y se la puse de sombrero…

Grisell Color

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