El barrio de barracas es un lugar humilde de buenos aires, sus calles empedradas transpiran una melancolía que impregna el alma de aquellos que caminan por ellas, los carros completan el paisaje casi mágico.
Jorge vive en la calle Anchoris a escasos metros del hospital Borda , no vive en una casa con glicinas ni patio , es una casa de inquilinos con un solo baño,
En este conventillo, viven sus padres, su abuela, dos tías y su hermana, todos apilados en una sola pieza, son épocas difíciles, claro que con apenas siete años, el no lo nota.
Se vive simplemente pero no faltan las risas ni tampoco las historias de fantasmas y aparecidos que entretienen a todos alrededor del calentador de querosén, contadas muy bien por la tía negra.
Quiquin como le dice su familia, recorta los pelos de unas alpargatas de soga y deja que el fuego acaricie los flequitos que quedan alrededor del calzado; sale a la puerta y se encuentra con un amigo.
En estos tiempos los almacenes de barrio, ostentan unas ventanitas a ras del piso que dan al depósito o sótano de la construcción, Jorge y su amigo se aventuran dentro y un mágico mundo de misterios se abre en la penumbra.
Él no sabe muy bien que hace ahí, solo siente la adrenalina de saber que lo que hace está mal, se esconde entre las latas de galletitas y deja que su corazón galope como un potro salvaje.
El amigo le dice; mira che esto es anís!… proba proba …
Jorge prueba y siente el sabor de lo prohibido; es dulce, se ríen juntos en silencio, en secreto; la aventura se termina y deben escapar, la hazaña está concretada y la botella vacía.
Jorge intenta trepar a la ventana pero la ventana no se queda quieta, sus pies se quedan sin fuerzas y sus manos no obedecen, son torpes.
Su amigo lo ayuda, lo empuja y logran salir, caminan lado a lado, se ríen, se tropiezan y en la puerta de su casa quiquin cae desmayado.
Su padre vuelve del trabajo, lo ve, lo levanta y pensando que algo malo le pasa lo lleva volando al hospital.
Los padres se preguntan que sucedió y esperan que el medico salga a dar el parte , la espera es breve y el doctor con una ligera sonrisa les dice … esta borracho!.
Ese mismo día a la noche quiquin descubrió cuanto pueden doler unas chancletas bien empuñadas , pero el dolor paso rápidamente y a los 71 años , Jorge , quico , mi papa , se reía mientras me contaba esta simple historia que lo marco para siempre.
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