LA TAZA DE CAFÉ.

En la estantería del fondo de una vieja tienda de curiosidades, una taza se entristecía de ver pasar los días situada siempre en el mismo lugar, de ver la expresión en la cara de las personas que compraban cualquier otro objeto sin siquiera mirarla; la taza se lamentaba y se decía a sí misma: –¿por qué me han hecho de color tinto? Es un color tan serio, tan triste, tan carente de vida, y por si fuera poco este viejo bigotón que administra la tienda me ha puesto justo en el estante del fondo, donde casi no llega luz, ni clientes, ¿acaso me odia?–.

Pasaban los días como un martirio para la taza que perdía a pasos agigantados la esperanza de irse de esa tienda, poco le faltaba para llorar cuando sus compañeras, las tazas coloridas, con frases o dibujos de moda se despedían de ella en manos de sus sonrientes compradores.

Un Jueves de Octubre faltando media hora para cerrar la tienda escuchó que la puerta se abría, un joven vestido de camisa tinta y pantalón negro comenzó a caminar por los pasillos, parecía que solo estaba matando el tiempo, sus pasos eran tan silenciosos que parecía no haber nadie. La taza lo miraba con atención, este joven no se parecía en nada a los demás clientes, un rayo de esperanza iluminó la existencia de la taza tinta cuando vió los gestos de náuseas y repulsión en el rostro del sombrío joven cuando miraba a todas esas tazas de moda .llenas de colores. Al cabo de unos veinte minutos los ojos tristes del joven admiraron con toda su atención la taza color tinto, en ese momento ella se emocionó tanto que por poco cae del estante, inmediatamente retomó su compostura esperando no haber asustado a su posible y tal vez único comprador, mientras el joven la contemplaba ella se decía: — Este no es el dueño que yo esperaba parece que su alma ha abandonado hace meses su cuerpo, sus ojos no reflejan más que tristeza, esa escaza y mal cuidada barba denota que no se preocupa demasiado por su aspecto, esos labios tan resecos seguro que se deben a alguna enfermedad, quizá es un asesino o un mafioso, tal vez solo es un borracho herido de amores, pero, ¿a mí qué me importa todo eso? Cualquier sitio será mejor que este empolvado estante.–.

Después de un rato el joven liberó una leve sonrisa y le susurró – Te encontré–, la tomó entre sus manos, pago su precio y salió en silencio, durante todo el camino llevó a la taza en sus manos.

Desde que había sido colocada en ese estante ella no había vuelto a sentir el calor de unas manos, ahora, de camino a su nuevo hogar se sentía en el más feliz de sus sueños, disfrutaba con toda su existencia las largas manos del joven, en ese éxtasis gozaba del paisaje de las calles, los parques, los perros; vió por primera vez como era el mundo fuera de esa horrible tienda, sintió el ritmo de los pasos de su nuevo dueño, escuchó con atención la triste melodía de sus latidos y de vez en cuando se sorprendía de las manías que tenía el joven de sostener conversaciones consigo mismo en voz alta, después de cuarenta minutos de caminata la taza observó la fachada de nuevo hogar, era una casa de un piso con techo a dos aguas, una puerta de madera de un tono marrón más suave que el del resto de la vivienda, tenía también una chimenea y varias plantas embellecían sus alrededores.

Lo primero que la taza notó al entrar en su nuevo hogar es que hacía frío a pesar del calor que asolaba la ciudad, la iluminación a media luz hacía mas acogedor el lugar, había por todas partes antigüedades empolvadas como sillas de antaño, burós con grabados de hace dos siglos, mesas de madera antiquísimas, velas encendidas por todos los rincones, libros de variados temas organizados por aquí y por allá, una amaca colgada en el patio trasero y otra donde la mayoría de las personas tienen la sala, la chimenea aunque rodeada de leña no estaba encendida.

A la mañana siguiente ella tuvo una gran sorpresa, el joven vertió en su interior un líquido obscuro y caliente que la llenó de una elegante fragancia, era la primera vez que sentía el placer de estar llena de café. Las mañanas siempre eran un gusto para ella, Alonso, su dueño la llenaba de café, le agregaba una cucharada de azúcar y luego la besaba y sorbía de ella con tanta ternura que ella se sentía la taza mas afortunada y útil del mundo. Luego ella se concentraba en las lecturas, anotaciones y debates que su dueño emprendía frente al espejo cuando se preguntaba, opinaba, argumentaba, filosofaba a cerca de la vida, la existencia, la historia, la política… para cuando el volvía de su mundo intelectual el café de la taza ya había desaparecido, con suavidad y una esponja le daba a su nueva confidente una ducha matutina y ella relajada se quedaba dormida en el estilador.

A las dos de la tarde Alonso tomaba su taza del estilador, su mochila y emprendía el viaje rumbo a la preparatoria donde impartía clases, el le hablaba a sus alumnos a cerca de las conquistas de Julio César, del arte del renacimiento, de grandes pensadores, de esa peculiar ocasión en que una catástrofe fue tan grande que tuvieron que bautizarla como la primer guerra mundial; les contaba de la máquina de vapor y su impacto en el precio de la mano de obra, el miraba a cada uno de sus alumnos como una esperanza para hacer del mundo un lugar mas justo, pacífico, armonioso.

La taza atenta escuchaba todas sus clases, le sorprendía la capacidad que tienen los humanos para matarse entres sí y sentirse victoriosos por un acto tan cruel, le sorprendía escuchar que en lugar de aprender a compartir y cultivar el amor, prefirieron hacer de la guerra un arte.

Con el pasar de los meses la taza se sentía la mejor amiga de su dueño, lo conocía mejor que nadie, tantas lecturas, tantos poemas recitados por su tranquila voz la habían dejado enamorada de aquel joven, sentía una gran impotencia cuando Adolfo en sus arrebatos de melancolía la llenaba de vino una y otra y otra vez, hasta que sentado en el suelo con la espalda descansando en la pared lloraba y gritaba el nombre de una mujer, pedía perdón a gritos como si ella estuviera cerca pero nunca atendía nadie las súplicas, pasados algunos minutos cuando las lágrimas parecían haberse extinguido el tomaba su taza entre sus temblorosas manos, la ponía frente a él y le contaba la historia que tuvo con aquella joven, le decía que el fue tan feliz a su lado que los Dioses sintieron celos de su romance, por esa razón le habían tendido una trampa para quitársela. La taza sabía que Adolfo inventaba esa historia de los Dioses para aliviar un poco la culpa que sentía por sus actos, pero a ella no le importaba, en esos momentos la taza sólo deseaba convertirse en una mujer al gusto de su mejor amigo como por arte de magia, darle las caricias que tanta falta le hacían, besarle sus ojos empapados en lágrimas, abrazarlo fuertemente como a un niño y susurrarle al oído que ella estaba con él y nunca lo abandonaría, que lo amaba mas que a su propia existencia.

Poco después Alonso logró obtener un puesto Catedrático en una universidad, la taza conoció a sus nuevos amigos y lo acompaño a todas esas reuniones que se celebraban en el sótano del Profesor Bernardo quién se había vuelto un íntimo colega de Alonso, A la taza le encantaba asistir a dichas reuniones donde sentados alrededor de una mesa circular los asistentes mencionaban, interpretaban y debatían las ideas de un tal Marx, Engels, Lenin, etc. Aunque todavía no le quedaba claro porque el tinte de clandestinidad y la voz baja con la que se expresaban, Hasta que en una de esas reuniones se enteró que el gobierno prohibía el estudio de dichas doctrinas por considerarlas una amenaza para su poder, la taza pensaba que eso era absurdo pues todo lo que había aprendido le parecía una gran idea para mejorar la calidad de vida humana, fomentar la igualdad y el amor.

Nadie sospechaba que el profesor Alberto era un traidor que había asistido a todas esas reuniones con el único fin de juntar pruebas suficientes y delatar a sus compañeros.

Era un jueves cercano a las vacaciones decembrinas. Alonso y su enamorada taza disfrutaban el camino a la universidad inundados con la fragancia de un rico café traído desde Colombia, ya a unos cuantos metros de la enorme puerta de madera de la Universidad Alonso mira correr hacia el al profesor Bernardo quien tiene un gesto de pésimas noticias, agita sus manos como queriendo comunicarle que huya, de pronto se escucha el acelerador de un automóvil y nueve sonidos de muerte que dejan en el suelo el cuerpo sin vida del profesor Bernardo, la taza no había vuelto todavía del shock cuando escucha de nuevo esos disparos que ahora reclaman la vida de su mejor amigo, ella siente como sus manos quedan sin fuerza y no pueden sostenerla más, mira a ese joven del que se había enamorado caer al suelo repleto de agujeros, mientras ella vuela por los aires alcanza a ver los ojos de Alonso mirando hacia el cielo pero ya sin el brillo de la vida.

Ella cayó después a su lado, feliz de morir junto a él le susurró un –te amo—antes de quebrarse en mil pedazos.

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