Estábamos jugando un partido de fútbol y necesitábamos un jugador más y de repente llegó Ángel, sin manos y sin piernas. Y nos dijo, ¡eh yo también puedo jugar!, con una enorme sonrisa en la boca y casi saltando de alegría con todo su cuerpo. Nos quedamos todos atónitos, no supimos qué decir, ni cómo reaccionar. Hasta pensamos que estaba de broma. Nos miramos los unos a los otros y Ángel dijo: «Soy muy bueno como portero». Muchos tuvimos que aguantar la risa, otros lo miramos con cara de incredulidad. Marcos sin pensárselo, le dio un puntapié al balón, y Ángel lo paró con la cabeza, de un salto en el aire, sin ningún esfuerzo. Todos quedamos enmudecidos.

J.C. Luzardo

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