Introducción: Gael y Abby
Si no vas a amar sus demonios, no intentes sacarlo del infierno
Golpee una y otra vez aquella pared blanca la cual comenzaba a teñirse de rojo debido a la sangre que desprendían mis nudillos, jadeaba y gemía de dolor pero en ningún momento me detuve. Mi rostro había adquirido un color rojizo y el corazón no dejaba de bombear, me ardía el pecho pero no quería parar, me negaba a hacerlo.
Si lo hacía volvería a pensar en aquella fatídica noche. Aquella noche en la que todo cambió…
El niño de seis años miraba a su padre golpear una y otra vez al joven moreno cuyo rostro estaba bañado en sangre y totalmente irreconocible, miró su suéter blanco y vio gotas rojas en él, quiso llorar pues era el suéter que su abuela le había tejido con mucho esfuerzo y ahora se había manchado.
Cubrió sus pequeños ojos con ambas manitos preso de su inocencia, deseando no ver ese horrible acontecimiento. El sonido de las sirenas retumbó en la habitación, corrió hacía la ventana y efectivamente varias patrullas se estacionaban delante de su casa, gritó para llamar su atención deseando que lo sacarán de allí y así poder salvar a su mamá, a la cual habían encerrado en el sótano muy herida
—¡Ayuda! —Golpeó el cristal con toda la fuerza que su pequeño cuerpo le permitía— ¡Salven a mi mamita! ¡Mi mamita está herida, ayuda!
Sintió un objeto pesado estrellarse en su cabeza la cual se tambaleó debido al golpe, llevó una mano hacía la zona adolorida y sollozó al ver sangre en su pequeña manito. Preso de la ira recordó lo que una vez su madre le dijo: «Mi niño, si en algún momento alguien intenta hacerte daño y no estoy allí para protegerte, ve hacía mi habitación y debajo de la cama encontrarás una caja negra, ábrela y encontrarás un arma. Eso te ayudará si la sabes usar, sólo le quitas el seguro, apuntas hacía la persona que te quiere lastimar y presionas el gatillo»
Corrió hacía la habitación sin que nadie lo notara, encontró la caja negra y sacó de allí el arma. Lloró, y lloró y lloró hasta que recordó que debía salvar a su madre y si era posible, salvarse él. Tomó el arma entre sus pequeñas manos y corrió hacía la escena pero lo que vio lo hizo estremecer, su padrastro apuñalaba una y otra y otra vez al moreno que yacía tendido en el piso cubierto de sangre.
El señor alto volteó y sonrió al ver al niño de pie frente a él, sus ojos eran sádicos y solitarios. El niño sin pensarlo dos veces levantó el arma y lo apuntó, tal y como le explicó su madre.
—¿Vas a matarme, Gael? —Dijo en un tono burlón, levantó una ceja y lo miró fijamente— Que ridículo eres, idéntico a tu madre. Bien dicen que de tal palo tal astilla, ¿No?
El niño gruñó y sin titubear presionó el gatillo, la bala impactó justo en la cabeza del hombre, el cual cayó al suelo sin vida. El niño temblando de miedo soltó el arma y corrió al sótano, donde se refugió junto a su madre hasta que la policía logró ingresar al lugar y les brindaron ayuda.
Una oleada de ira me invadió, continué golpeando la pared una y otra vez con el deseo de alejar aquel recuerdo de mi mente. Ahora era un hombre de 23 años, un hombre completamente infeliz y que lo único que hacía en su patética vida era provocar odio, maldad, discordia.
—¿Está todo bien, diablo? —Jhon, un hombre alto, fornido y lleno de tatuajes se acercó. Era mi mejor amigo, de hecho el único.
—Estoy bien, Jhon —Respondí con hastío. Le dí un último puñetazo a la pared y finalmente me alejó— Desearía que ese recuerdo deje de atormentarme
—Quizás lo lograrías si te dignaras a salir de la casa —Espetó mientras me tendía una toalla al castaño, mis manos se encontraban muy heridas— O tal vez deberías visitar a tu madre, desde que dejó de ser la «Reina y señora de la mafia» la hiciste a un lado sólo para seguir tú el mismo camino. Peleando, robando y haciéndole daño a las personas no llegarás a ningún lado, entiéndelo. Sólo te haces daño a ti mismo.
—Vaya, que conmovedor —Dije, cansado de los constantes discursos de mi amigo— ¿Y ahora eres qué, una persona buena, amable y servicial? No me vengas con tonterías, Jhon
El pelirrojo suspiró.
—No tiene sentido aconsejarte, es como hablar con una pared —Se dejó caer en el descuidado sofá beige— Sigue en lo tuyo, cuando te estrelles te darás cuenta de que todo lo que vengo diciéndote desde los diez años es verdad
—¿Sabes? Estoy considerando la idea de nominarte al premio nobel de la paz —Arrojé la toalla a algún rincón de la habitación— Seguro ganas con tus conmovedores discursos, de hecho me has arrancado unas cuantas lágrimas. ¿Qué sigue? ¿Visitar a los necesitados, hacer donaciones, o adoptar un huérfano?
—Vete a la mierda, diablo —El pelirrojo se levantó bruscamente y abandonó la habitación, solté una carcajada
Los recuerdos son una tortura, a diario me digo a mí mismo que continúe con mi vida, que no era un asesino pero era imposible. Quería ser recordado pero también odiado, quería que me odiaran, no merezco amar ni ser amado luego de todo el daño que he causado.
Pensé que lo mejor sería salir y dar una vuelta, una vuelta en el lugar donde he causado tanto caos y destrucción. Mis nudillos aún sangraban y dolían pero ese dolor no significaba nada, apenas puse un pie fuera de mi hogar observé a la gente, lloraban, gritaban, murmuraban cosas sobre mí a mis espaldas pero sinceramente eso no me importaba.
Todos evitaban mirarme a toda costa apenas sentían mi presencia. Mi espalda estaba erguida, mi caminar era lento pero seguro y mi barbilla estaba alzada con seguridad, con tan sólo mirar a alguien los hacía temblar a todos, es por eso que nadie se atrevía siquiera a cruzarse en mi camino.
—Hasta que por fin el señor destrucción decide salir de su cueva —Una voz dulce me hizo frenar bruscamente. Giré para observar a una chica desaliñada, tenía sus brazos cruzados debajo de su pecho, su cabello azabache despeinado y sin un rastro de maquillaje en su rostro. Sin embargo se atrevió a usar un tono de voz inadecuado y que ni el más valiente se atrevería a hablarle así al diablo.— ¿A qué vienes? ¿Vienes a matarnos, a robarnos, secuestrarnos? ¡No me digas! ¿Nos matarás y luego nos comerás, eres caníbal?
La chica con delicadeza retiró un mechón rebelde de cabello que caía en su rostro, finalmente optó por su mejor postura para «intimidar»
—Mejor cierra la boca niña —Alcé una ceja con diversión, mi estatura era de aproximadamente dos metros y ella medía 1.55, quizás menos— ¿Nunca has escuchado que no debes acercarte a mí?
—Claro que he escuchado todos los rumores sobre ti —Se encogió de hombros— Y me parecen ridículos, sacados de una historia infantil. Es como decir «Y el lobo se come a caperucita» ¡Bah! No me das miedo, diablo.
Pronunció mi apodo con un tono burlón que me hizo enojar, en la ciudad nadie conoce mi nombre. Sólo Jhon, y espero que eso continúe así. Escruté a la chica con la mirada, parecía indefensa y sé como manipular a este tipo de persona
—Tu brazo.
—¿Qué?
—Dame tu brazo, niña —Dije ya cansado— ¿Y ustedes qué? Métanse en sus asuntos, imbéciles
Todos miraban fijamente la escena pero al notar mi expresión y mi elevado tono de voz, siguieron en lo suyo. Mi mandíbula estaba apretada con intensidad, mis nudillos sangraban y dolían, mi cuerpo temblaba debido a la adrenalina. La chica con miedo me tendió su brazo, lo tomé y lo apreté, lo apreté con tanta fuerza que podía observar como se comenzaba a teñir de un morado intenso.
Gimió de dolor, sonreí
—A ver si aprendes a mantener la boca cerrada y no cruzarte en mi camino
Saqué la navaja de mi bolsillo dispuesto a marcarla, como hacía con los que pasaban a la lista negra y que pronto sólo serían un recuerdo en la vida de sus seres queridos. Pero algo me detuvo, no sé si fue su sonrisa de «hazlo, no me importa», o su rostro angélical, pero en mí se instaló una sensación de protección que nunca antes había sentido
Ella y todos me observaron con confusión, solté su brazo herido con brusquedad y me marché del lugar sintiéndome preso de la rabia.
Y así fue como todo comenzó…
OPINIONES Y COMENTARIOS