SUPERFICIE
Existe una tendencia humana de pensar que todo lo bueno ha de estar arriba y lo malo por debajo, proveniente en la mayoría de los casos de una cultura religiosa fuertemente inculcada desde que nacemos o por la vigorosidad que percibimos del sol mientras más alto se encuentre, y el desfallecimiento de su luz a medida que desciende, la imponente sensación de respeto y asombro ante un cielo estrellado en la oscuridad absoluta de la noche, contra la pena o incluso desagrado de algunas personas al observar un vagabundo recostado sobre la fría y sucia base del suelo de donde observa con un silencioso grito de auxilio en lo profundo de sus ojos, que por supuesto, nadie mira lo suficiente para llegar a notar. Y hoy se encuentra esta niña a mitad de un camino sin la noción exacta de hacia dónde debe de caminar, pero con un psicológico juego macabro de percepción.
Estar en una permanente búsqueda de la luz solía ser lo correcto, lo inteligente, lo que los mantenía vivos y reunidos, pero hoy dudo de cada una de esas ideas porque veo a esa tenue luz de la razón, como algo no más intenso que una triste vela que no alcanza a entregar suficiente luz para ver, ni el calor necesario para reunirlos; y me duele hasta lo más profundo de mi alma no poder decirle a esta niña que retroceda, que me siento mejor cada vez que bajo a buscar uno de ellos a su dulce e inconsciente ignorancia, que si por mi fuese jamás volvería a subir cada peldaño de esta escalera que conduce al derrumbe de todas las verdades que me parecían absolutas y coherentes, a una superficie con morales y éticas descascaradas, y esta pequeña, culpable de nada y victima de absolutamente todos sus actos, correrá hacia ellos con los brazos y corazón abiertos con esa chispa de ganas de conocer, aprender, de amar y crecer que en algún momento todos tuvieron y que paso a paso se desvaneció en el camino, quedando sus pies llenos de heridas y barro sobre los cuales se acostumbraron a caminar, y me observa, sonríe y a pequeños saltos avanza de peldaño en peldaño y con ese tono de voz dulce con el que se aprieta el corazón me pregunta- ¿cuánto falta? – y trato de responder con la pequeña esperanza de persuadir sus pasos, su dirección o a lo que pueda tener de conciencia un ser tan pequeño –mi niña, mucho menos de lo que yo quisiera-.
Hay quienes pensaran que soy un ángel o alguna especie de fuerza divina pero si me tuviese que comparar con algo, seria el verdugo que escolta las almas a la horca.
-FOTOGRAFIA: FELIPE DURAN
– INSTAGRAM: @duranfotos
OPINIONES Y COMENTARIOS