El día que Ana murió el cielo se encontraba nublado, la lluvia caía sobre toda la ciudad, las calles se encontraban vacías, quizás por lo fuerte que golpeaba la lluvia, quizás por que era de noche, quizás por que Ana era la persona más importante para todos…

La conocí hace diez años, me encontraba sentado en la estación del tren, esperando la partida, había decidido irme para siempre, estaba cansado de las mismas personas, de la misma rutina, estaba listo para adentrarme a lo incierto, sediento de aventura subí al tren y fue en ese momento que el tiempo se detuvo cuando la ví, estaba tan hermosa como el día en el que la enterraron, con esa piel como la nieve, y el cabello tan negro como carbón, y esos ojos, parecía que podía ver dentro de mí. Por un momento no tuve control de mi cuerpo, automáticamente fue al lado de ella y lo único que mi boca y mente pudo gesticular al unísono fueron las siguientes palabras «¿Está ocupado?».

Solo levanto la vista un segundo y dijo «No, adelante» y recorrió al asiento contiguo, el tren dio la última llamada y las ruedas empezaron a marchar, dejé mi maleta al lado del asiento y saque un cuaderno en blanco, me había propuesto escribir todas las experiencias a lo largo de mi viaje, pero lo primero que empecé a hacer fue dibujarla, ella se encontraba mirando por la ventana, después de lo que pudieron haber sido un par de horas, me llené de valor y le pregunte -Perdón señorita, ¿usted también se dirige a «…»?- Se dio la vuelta y con una sonrisa que me desarmó por completo respondió «si».

Decidimos acompañarnos hasta llegar a nuestro destino, cada palabra que salía de su boca, la melodía de su voz, era como una canción, que decidí en ese momento era la única canción que quería escuchar por el resto de mi vida, cuando se hizo de noche le pregunte si quería ir al vagón comedor por algo de tomar, ella asintió y nos dirigimos hacia la puerta cuando me dijo -¿podemos ir a la cola antes? quiero ver las estrellas-.

Las estrellas… el día que Ana murió el cielo se encontraba nublado, la lluvia caía sobre toda la ciudad, las calles se encontraban vacías, caminé acompañado de la oscuridad y mis pensamientos, el único sonido que envolvía a la ciudad era el de la lluvia incesante chocando contra los vidrios de las tiendas, me detuve bajo la parada del bus y encendí un cigarrillo, la primera bocanada de humo entro como si fuera el oxígeno que necesitaba para seguir vivo, esperé a que la lluvia dejase de caer y me dirigí al bar más cercano, al entrar, un olor a madera desgastada envolvía el lugar, el cantinero me ofreció un vaso de whisky, probablemente me reconocía por las fotos del periódico.

-Mi sentido pésame- me dijo mientras volvía a llenar mi vaso.

Ya eran pasadas las tres de la mañana cuando mi cuerpo decidió reaccionar para levantarme, me sentía aturdido, y el alcohol no estaba siendo de mucha utilidad para mis pies, el cantinero me agarró del brazo y me acompaño a la puerta, tomó un taxi y me ayudo a subir -Que Dios lo bendiga- me dijo mientras cerraba la puerta y se perdía en la oscuridad a medida que el auto avanzaba.

El día que nos casamos fue el día más feliz de mi vida, desde que la conocí sentía que vivía un sueño, un largo y hermoso sueño -Algún día acabará- me decía todo el tiempo, pero mientras me encontrase a su lado, cada día sería perfecto, y lo fueron, durante diez años, lo fueron… Cada sonrisa de mañana, cada beso antes de dormir, oírla cantar, ver el sol reflejarse en su piel desnuda, un largo y hermoso sueño, que tenía que acabar…

Al llegar a casa, los efectos del alcohol estaban evaporándose, mientras me tambaleaba hacia la cocina por un vaso de agua y algo para comer, me detuve a ver las fotos que teníamos en la pared, empecé a hablar con ella -ya no volveré a oír tu risa, ni verte sentada en el sofá mirando a través de la ventana preguntándome que será de la vida de cada una de las personas que caminaban de un lado a otro- «Como hormigas cuando entran en pánico» pensé. Como yo, insignificantes, aisladas y solas…

El día que Ana murió el cielo se encontraba nublado, la lluvia caía sobre toda la ciudad, las calles se encontraban vacías, calles que caminamos un sinnúmero de veces, a veces por rutina, a veces en busca de aventuras, cada cuadra recorrida, cada segundo a su lado, recuerdo el día que le propuse matrimonio, el vestido azul que ella usaba ese día, el tono de rojo de la luz que entraba por la ventana mientras anochecía, la canción que sonaba en la radio, el aroma de lo que cenaríamos esa noche, el movimiento de sus pies al compás de la música y su voz, tarareando la melodía mientras leía su libro.

Las lagrimas que no paraban de caer me arrastraron hacia la realidad dejando atrás tan hermoso recuerdo, me dirigí hacia la habitación, torpemente me saqué los zapatos y caí sobre la cama, era pasado el medio día cuando desperté, el dolor de cabeza había pasado, fuí al baño y me aseé, luego de verme al espejo por unos minutos, salí a la calle, tenía que hablar con ella, caminando por la calle en dirección al cementerio, me detuve ante una tienda de discos -Como amabas la música- pensé.

Cuando nos encontrábamos en la cola del tren, hace diez años ya, mientras veíamos las estrellas acompañandonos en nuestra aventura, fue la primera vez que me preguntaste algo con esa curiosidad tan intensa, ese interés que luego hiciste despertar en mí, ese interés por vivir, por aprender, por ser parte de algo que iba más allá del dinero, de la fama, ella quería cambiar el mundo, y lo hizo, cambio el mundo, y me cambió a mí… -¿Crees que nuestro destino esta escrito o que nosotros somos los dueños de nuestras decisiones?-.

Al llegar a «…» no nos separamos ni un segundo durante los siguientes días, alquilamos cuartos en el mismo piso de una hostal, salíamos desde temprano y volvíamos muy tarde, ver el mundo a través de sus ojos me tenía maravillado, nunca me sentí más vivo que con ella, empecé a buscar trabajo y lo conseguí en el periódico de la ciudad, empecé como columnista y luego fui consiguiendo mejores posiciones hasta ser el presidente, pero ella, me había superado en todo aspecto, su belleza y talento se dejaron notar rápidamente, de cantar paso al cine, paso a la televisión, hacía arte con todo lo que tocaba, y aún así era la persona más humilde y llena de amor, que había conocido, era un ángel y Dios tenía que reclamarlo en algún momento…

Al llegar al cementerio, miré el cielo, estaba despejandose, tomé coraje para pasar por el umbral, respire hondo y continué, te encontrabas en la parte más alta del lugar, donde merecías estar, con todas las personas rodeándote, y tu lista para dar una mano, consejo, o simplemente una sonrisa, me senté a tu lado y las lagrimas empezaron a caer -Fuiste lo mejor de mi vida ¿Sabes?, espero haber sido claro siempre, gracias a ti supe lo que era vivir el presente, gracias a ti crecí, amé y viví más de lo que jamás hubiera imaginado, por eso y tanto, te estoy agradecido Ana-.

El sol empezó a ocultarse cuando me puse de pie para volver a casa -nos vemos pronto amor- le dije poniendo un ramo de flores al lado de su foto, mientras me alejaba, sentí como todo el pesar, la tristeza y el dolor que sentía se iban aligerando. Al llegar a casa, me tomo unos segundos entrar, este iba a ser el primer día del resto de mis días sin ella, en un lugar donde todo me recordaría su presencia, ella no se había ido del todo, su cuerpo había dejado de vivir, pero su recuerdo y todas las cosas que había hecho cubrían a todas las personas de la ciudad y del mundo en su manto.

Entré a la sala, y había un tono de luz roja que se me hizo completamente familiar, me senté en el sofá donde Ana pasaba momentos dedicados a contemplarse y a ver el mundo que la rodeaba, encendí la radio, y ahí estaba, su hermosa voz cantándome como aquél día que le propuse matrimonio, cerré los ojos y me deje llevar por todo lo que ella fue en mi vida, me deje envolver con su presencia, ella no se había ido, ella estaba aquí.

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