El mar acaricia con olas suaves la arena de la playa. El otoño lo vuelve melancólico; extraña el bullicio de las almas veraniegas.

Se queda calmo cuando alguna joven camina descalza sobre su orilla, acaricia sus pies para retenerla, mientras le pide al viento o a la brisa que mueva sus cabellos para que caigan sobre su rostro en tímida cascada.

Por las noches, le murmura a la luna blanca; trata de enamorarla con el sonido que provoca al romper su oleaje en la escollera, sinfonía natural que ningún ser pudo plasmar en un pentagrama.

En otoño, el mar se vuelve amor, refugio nocturno de la juventud que lo acompaña con rojizas y cálidas fogatas.

En otoño, el mar es azul, es verde, es transparente, es del color de las miradas de quienes lo visitan para admirarlo.

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