Estamos a unas estrellas de esta Nochebuena distinta,
donde la mesura pasó a ser la invitada especial.
Las ornamentas ya no hacen ruido en el aire
y se percibe el cansancio de un pueblo trabajador
que aprendió a celebrar en voz baja.
Aun así, sigo con la esperanza intacta:
que al correr de las horas,
frente a una mesa sencilla y compartida
con quienes durante el año pasamos sin mirarnos
—por silencios, distancias o heridas—,
brote esa sonrisa que sólo nace del reencuentro
y se quede a vivir en un abrazo
de esos que no prometen milagros,
pero sostienen.

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