Cuando salgo de terapia me siento tan aliviado como cargado. Dejo allá, en el consultorio, algunos traumas, varias cagadas y una buena tajada de mi sueldo, y me llevo propósitos y consejos. Cuando salgo de un burdel, la cosa es similar. Se quedan el esperma, la plata y el orgullo, y me cargo la motivación de un nuevo comienzo, y dependiendo del lugar, algunos virus y arrepentimientos. Y me cuestiono si acudo a ambos porque me recuerdan el uno al otro. Porque me gustaría comerme a la psicóloga y contarle mis problemas a la puta. Entonces suelo sentarme a tomar pola y reflexionar.
Pienso que me sale más barato la terapia, y a ella también. Y que tal vez por eso las facultades de psicología están plagadas de mujeres. Sí, claro, ellas son más empáticas y receptivas que nosotros, pero también ha de ser más cómodo abrir los brazos a las malas que las piernas, y hasta de pronto más fácil. Y si no más cómodo ni más fácil, sin duda más seguro y menos doloroso, en sentido estricto por lo menos. Reflexiono que deberían existir facultades de prostitución también, y me da risa y bebo un poco más.
Entonces hago cuentas y concluyo que en realidad no es que me salga más barato. En absoluto. Pago 200 mil por una hora, un poco menos que a una de las putas que me he mal acostumbrado a llamar. Y sí, a ellas suelo pagarles por lo menos 3 o 4 horas, pero las contrato no más que una o dos veces al mes, y ellas no esperan que pague por estudiar y tener hobbies, que invierta en mi pareja y mis amigos, o cuide de los míos. O que me compre tales gotas de tales flores. Por lo menos no la mayoría. Y bebo otro poco porque me empiezan a sonar interesantes mis torpes realizaciones.
Tal vez encontraron en la psicología la estrategia más directa y eficiente de controlarnos a los hombres. Por sexo hacemos mucho, claro, pero tenemos el control. Y eso es parte fundamental del ejercicio. Del intercambio. Por estabilidad y felicidad, así sean simples espejismos, hacemos mucho más, y entregamos por completo el control. Quizás las psicólogas no son más que la respuesta natural a siglos de machismo. El igualador de géneros. Las nuevas y mejoradas putas. Pero me siento estúpido y culpable por lo que pienso, así que pido otra cerveza porque quiero volver a sorprenderme con mis ideas.
Ambas me ayudan. Por lo menos eso lo tengo claro. Así, directa o indirectamente, la una quiera alejarme de la otra. Pero también sé que ambas son, como esta cerveza frente a mí, muletillas. Y a diferencia de la cerveza, ellas sí pueden hablar, y tratar de convencerme de que necesito volver a verlas. Me siento molesto y bebo con cariño estúpido de mi fría y afónica amada. Medito sobre la adicción y las cosas empiezan a dejar de tener sentido y me encanta. Entonces bebo otro poco.
Lo innegable es que solo busco cómo aguantar el terrible día a día. Sobrevivir la vida. Pero, ¿por qué con ellas? Bueno, no estoy muy seguro. A lo mejor es que me dan algo que no he sabido conseguir en otro lado. Pero mi mamá siempre me ha escuchado. Aunque, evidentemente, espera cosas de mí. Porque me ama, supongo. Eso sí, nunca ha querido comerme, que yo sepa. Y sacudo la cabeza como perro mojado. Para eso tengo a mi pareja, ¿no? Aunque ella no me escucha como mi psicóloga… y no tiene las tetas de mi madre. Me exalto y pido más y más cerveza. Me siento confundido, igual que la semana pasada, así que, afanado, agendo mi próxima cita con cualquiera de las dos, sabiendo que la cita con la otra será el resultado directo.
Miro mi billetera casi tan vacía como yo, y maldigo a dios por hacerme rico, pero rápido me arrepiento y me disculpo, y claro, bebo un poco más. Todo va a estar bien. Siempre, eventualmente, es así. Pero es que ¿acaso estar bien es ser escuchado, aconsejado, follado y beber alcohol? Y sí, claro que es eso. No puede ser nada más. Esta última realización es tan obvia y tan triste que me paraliza. Veo mis manos suaves y delicadas y salgo a comprar un cigarrillo.
Pago con un billete de dos mil y le regalo las vueltas al vendedor. Pienso que tendría que haber pagado con 3 de cien mil para que le sirviera de algo, así que me arrepiento y cojo dos chicles y le pido a dios que nunca nadie le pague con 3 de cien mil.
– M
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