En la mesa del bar, con el telediario murmurando de fondo, los tres bajaron la voz.
—Esto no puede salir de aquí —dijo Julián, mirando alrededor como si hubiera micrófonos ocultos—. Si se filtra, habrá consecuencias.
—Ya las hay —respondió Carmen, golpeando el platillo del café—. El equilibrio del barrio se ha roto. Y el de la esquina va a exigir responsabilidades.
Luis suspiró, serio, como quien carga con el peso de la historia.
—No era el momento adecuado —sentenció—. Justo ahora, con el vecindario tan dividido… Un movimiento en falso y todo se nos viene encima.
Julián apretó los dientes.
—Las decisiones difíciles nunca esperan. El gato actuó por su cuenta.
Carmen bajó aún más la voz.
—¿Y el canario?
Un silencio grave, casi institucional.
—Muerto —dijo Luis—. El cantor. El del balcón azul.
Los tres asintieron con solemnidad. Afuera, en la acera, el gato del quinto se limpiaba el bigote al sol, ajeno a la crisis política que acababa de desatar en la esquina del barrio.
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