Íbamos hablando, riendo un poco de todo.
Te miraba por una milésima de microsegundo
y eso bastaba para que todo estuviera bien.
Tú me hablabas y yo oía tu voz
como una canción suave,
de esas que no se escuchan con los oídos,
sino con el pecho.
El sol era la cama de nuestra emoción;
como cualquier otro día, éramos dos.
Y yo sabía que ese era el lugar.
En cosa de un instante,
casi perdimos la vida.
Un accidente, un vehículo,
que casi nos quita lo que teníamos hasta ahora.
No pudimos conversar el recuerdo del momento,
porque después del choque
había más que nosotros.
Cuando todo estuvo bien, cayó la noche
y nos rendimos a un abrazo.
El instante tenso ya había pasado,
ese en que la vida casi se nos va.
Y qué bueno que, en ese momento,
tú estabas a mi lado.
Desde entonces, te calaste más dentro de mí,
en un lugar donde ya no quería
que habitara ningún otro sentimiento.
Todo cambió.
Ese accidente no me quitó nada:
solo me hizo quererte
una y otra vez más.
OPINIONES Y COMENTARIOS