El viento, el bosque, el mar,
me hablan en su lenguaje,
me hacen ver lo invisible,
sentir lo inimaginable,
por eso me gusta escucharlos,
dejar que en silencio me hablen.
La belleza flota en el aire
arropada por la luz,
la sombra oculta la maleza
y por fortuna, en la noche,
aparece con su fulgor la luna
ocultando su cara oscura.
Y en medio del silencio,
acompañada de la soledad
empiezo a escuchar, a meditar,
a reflexionar, a esperar,
y aparece el poema
que viene a pintar la escena.
Mientras me escucha el silencio
escribo versos bajo la luna
sin necesidad de papel ni pluma,
a esa gente que ya no está a mi lado,
a esa niña que quedó en la distancia,
a ese pasado ya difuminado.
Destapando la nostalgia,
revolviendo en los recuerdos
con metáforas que vuelan
transformando emoción en imagen
dando vida a la naturaleza,
a un objeto cotidiano, a un ser humano.
Observo en silencio
los sonidos distantes
que pierden su eco
en la bóveda del techo
del oscuro salón
bajo la tenue luz de neón.
La soledad no me asusta,
me asusta más la multitud
que me obliga a olvidar quien soy
y a renunciar a mi voz interior;
Virginia Woolf lo decía,
pura verdad, no mentía.
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