IV: La Persecución

IV: La Persecución

Freddy Araujo A

08/12/2025

 El pueblo Timoto-Cuica estaba envuelto en sombras. Los conquistadores, cegados por la codicia del oro, sometieron a la comunidad con violencia. El cacique Betijoque, atado y llevado como prisionero, no perdió la firmeza de su espíritu. Antes de partir, miró a Aitana y le dijo con voz que resonó como trueno en la montaña:

“Huye, hija de la tierra. Corre hacia la cordillera. Advierte a los pueblos del peligro que se avecina. Que tu don sea la llama que despierte la memoria.”

Aitana, con el corazón desgarrado, obedeció. El Último Venado del Cielo apareció entre la niebla, majestuoso, y se inclinó para que la niña montara sobre su lomo. Con un salto, emprendieron la huida hacia las cumbres infinitas.

Los conquistadores, al verla escapar, lanzaron gritos de furia. Andrés, el hombre que había descubierto su poder sanador, ordenó con voz áspera:
“¡Atrápenla! Esa niña es la llave de nuestro reino. Con ella, los reyes tendrán poder eterno.”

La persecución comenzó. Aitana corría montada sobre el venado, atravesando páramos y quebradas, mientras el eco de los tambores ancestrales la acompañaba. El viento agitaba su cabello, y la maraca en su mano sonaba como un conjuro que abría caminos invisibles.

Los conquistadores avanzaban con sus bestias, pero la cordillera era un laberinto sagrado. Cada montaña que cruzaba protegía a Aitana, cada río levantaba su voz para confundir a los perseguidores. La naturaleza misma se alzaba como aliada, ocultando senderos y levantando nieblas espesas.

El venado corría como un relámpago estelar, y en sus ojos brillaba la promesa de libertad. Aitana sabía que debía llegar a otros pueblos, despertar la memoria de los ancestros y advertir del peligro. La persecución no era solo contra ella, sino contra la vida misma de los pueblos que habitaban la cordillera.

Así, entre el fragor de la huida y el rugido de los conquistadores, nació la resistencia. La niña y el venado se convirtieron en símbolo de esperanza, mientras la cordillera entera se transformaba en un santuario de lucha y memoria.

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