Con la emoción de estar toda la noche en vela,
como cuando ya ni te esperaba,
me ha sorprendido esta lluvia lenta,
que cae por encima y debajo de mí.
Comienzan corrientes a cubrir la cama.
Tercas son las aguas,
ordenan las piedras oscuras del fondo.
Ya me muerde el frío y mi piel padece,
todos los rigores de la habitación.
Recordar tus manos,
junto a mis temblores, no es tarea fácil.
Mis grandes almohadas,
se van sumergiendo detrás de los peces.
Nunca fue su opción,
ser tortugas tristes,
ni mudas, ni lentas;
se van empapando con poco rigor,
se esconden en junglas, de muebles y telas.
La rutina llega, conozco sus pasos
la he oído tirar de sus pies descalzos.
El agua saltando desde las cornisas,
del último tramo,
tomará el jardín, sólo para sí.
Se ahogarán primero todas las orugas que añoraban alas.
El agua de prisa dejará lo ahogado y subirá hasta el cielo.
Caerá más tarde, hablándole a todos de su transparencia,
y su habilidad de colocación.
Seguiré callado
escondiendo absurdos,
en folios usados por solo una cara, de poco interés,
huyendo de rimas, siempre embarazosas,
que van adosadas, a mi débil prosa
que siempre que escribo,
sin disimularlo, en cuanto yo acabo
de evocar mis textos,
se burlan de mí.
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