La Anciana de los Ojos Cambiantes

La Anciana de los Ojos Cambiantes

Self

05/12/2025

La Anciana de los Ojos Cambiantes

Laura corría por la calle polvorienta con la bolsa de pan bien apretada entre sus manos. Su mamá siempre le decía:

—Compra y vuelve rápido, Laura.

El sol brillaba alto, levantando pequeñas nubes de polvo a cada paso que daba. La ciudad parecía estar dormida bajo la luz dorada de la tarde, y solo el crujido de sus pasos rompía el silencio. Al doblar una esquina, algo llamó su atención.

Ahí estaba.

Una anciana muy vieja, encorvada, con ropa desgastada que apenas cubría su cuerpo delgado. Sus manos, finas como ramas secas, se estiraban hacia ella con un temblor apenas perceptible.

—Niña… ¿me darías un pan? —dijo con voz áspera, que sonaba como el crujido de hojas secas bajo los pies.

Laura sintió un escalofrío recorrer su espalda. Por un instante, todo su cuerpo le pidió correr, alejarse de esa presencia extraña. Y así lo hizo, echando a correr sin mirar atrás.

Pero mientras avanzaba, algo le pesaba en el pecho. Una voz en su interior le susurraba: “No todo es lo que parece…”

Tomó aire, se detuvo, y se giró con decisión. La anciana seguía allí, sentada en la vereda, observándola con paciencia. Sus arrugas profundas parecían contar historias de mil vidas, y sus ojos grises brillaban con un destello que Laura no podía identificar.

Laura respiró hondo, abrió la bolsa de pan y extendió un pan hacia la mujer. La anciana lo tomó lentamente, sus dedos delgados rozando los de Laura.

Entonces sucedió.

Por un instante que pareció eterno, los ojos de la anciana cambiaron. Ya no eran viejos y cansados; brillaban como los de una niña traviesa, llenos de luz y de secretos. Laura pudo ver, detrás de las arrugas, un rostro joven y sonriente. Un rostro que parecía conocer todos los secretos del mundo.

La anciana-niña le guiñó un ojo antes de parpadear, y Laura sintió un calor extraño recorrer su corazón, como si algo mágico hubiera despertado dentro de ella.

Cuando volvió a mirar, la mujer parecía la misma de antes, masticando su pan con tranquilidad, como si nada hubiera pasado. Laura la observó un momento más y, sin decir palabra, comenzó a caminar de regreso a casa.

El camino parecía distinto. Las sombras de los árboles se alargaban y danzaban, el viento traía aromas de flores que nunca antes había olido, y una risa suave, casi un susurro, parecía seguirla, llenando el aire con una sensación de maravilla.

Esa noche, antes de dormir, Laura se acurrucó entre sus sábanas y se preguntó:

—¿Cuánta magia he ignorado sin darme cuenta?

Y mientras cerraba los ojos, soñó con la anciana de los ojos cambiantes. Soñó con un bosque donde las hojas brillaban como cristales, con caminos que se movían bajo sus pies y con criaturas que aparecían solo si creías en ellas. La anciana-niña la guiaba, riendo suavemente, enseñándole que el mundo estaba lleno de secretos maravillosos, esperando a que alguien los descubriera.

Desde aquel día, cada vez que veía a alguien necesitado o escuchaba un susurro del viento, Laura recordaba que no todo era lo que parecía, y que la magia podía estar escondida incluso en los gestos más simples: una mano extendida, una sonrisa inesperada, o un pan compartido con cariño.

Y aunque nadie más lo supiera, Laura supo que había algo más allá de lo visible, algo que podía cambiar la manera en que veía el mundo, y que la invitaba a mirar con ojos atentos, llenos de asombro y de bondad.

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