Capítulo I
Piojos en las plumas
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La bruma del atardecer señalaba el fin de la espera en aquella jornada, que desde un alto peñasco cumplía día tras día. Al llegar a la isla, aguardó con paciencia; durante una semana lo pasó sentado en la playa, sin divisar ni un solo barco en el horizonte. Fue entonces cuando decidió subir hasta el punto más elevado y colocar un aviso al lado de la bandera estrellada; otra señal que pudiera captar la mirada de algún navegante. Sin embargo, no esperaba a cualquiera.
Ya había pasado un mes y al parecer se estaba adaptando al relieve de la isla; no así a la distancia que lo mantenía separado de la colectividad literaria. El atolón, al que había llegado debido a la censura, se caracterizaba por sus numerosas colonias de madrépora, propias de los mares intertropicales, que exhiben una espectacular arborescencia digna de ser contemplada y estudiada. Si de alguna manera pudiera justificar su permanencia, impuesta por su esposa, en aquel entorno agreste, le parecería interesante dedicarse a registrar el crecimiento del cirial u otra tarea relacionada con el celentéreo antozoo colonial. Por desdicha, le han asignado un estudio sobre el plumaje de aves endémicas, específicamente de gavilanes. La tarea es identificar la presencia de piojos en las plumas que desprenden esos gavilanes. Podría parecer una labor sencilla, pero no lo es en absoluto. Es una forma de castigo por plagiar dos párrafos de un libro que aún no ha sido publicado.
Diez años atrás, antes de casarse con Brígida, vivía enteramente sumergido en su profesión como biólogo marino. El matrimonio lo sacó de los mares y lo metió en la escritura; primero de columnista en revistas especializadas y luego en la narrativa de novelas de aventura y acción. De esa actividad física que dejó a un lado para pasar largas horas sentado frente a la computadora; dedicándose exclusivamente a escribir mientras su panza aumentaba, aunque no tanto su renombre como escritor. Solo tenía a su nombre la autoría de algunos artículos científicos publicados en revistas de escasa repercusión. Los trabajos relevantes siempre salían firmados por Brígida, convirtiéndolo, en esencia , en un escritor fantasma. Hasta que llegó a un punto en el que no pudo soportarlo más y se rebeló. Estaba en medio del proceso, realizando los trámites para publicar su primer libro, cuando Brígida lo acusó de plagio y lo presionó para que abandonara ese proyecto, dejándolo sin estabilidad alguna como escritor; concretamente echándolo de tierra firme para que volviera a su verdadero oficio.
Al cabo de tres semanas, andar por el risco ya no le resultaba difícil ni peligroso; con renovada agilidad subía a las cuatro de la tarde y, dos horas después, bajaba con paso seguro. El sol aún no se había ocultado cuando Custodio alcanzó el refugio que servía de base para los investigadores científicos; esa cabaña que ahora le mostraba el descuido propio de la ausencia de huéspedes, la que antes fue escenario de un apasionado frenesí amoroso. Allí se había encontrado con Brígida, la colega con quien alguna vez compartió el aposento, alternando trabajo científico y sexo. En esta ocasión, le correspondía trabajar en solitario, algo que nunca había sucedido en sus investigaciones de campo. El plan de Brígida contemplaba precisamente ese detalle, con la intención de que la soledad pudiera derrumbar su ánimo. Y Custodio, como una acción de protesta, con un objetivo inconfesable, exigió que le instalaran una moderna antena Starlink para sustituir la obsoleta parabólica de internet. Entonces era la fundación naturista que presidía Brígida, la responsable de que la investigación no iniciara; pues, él se negaba a recabar y registrar datos sin una conexión eficiente. En eso consistía la espera, el arribo del nuevo equipo que venía desde el continente; sin embargo, más que la antena satelital de baja órbita, lo que realmente aguardaba con impaciencia era a la mujer que lo traía consigo.
Custodio, con la vista en el cielo y siguiendo el vuelo de las aves que lo atravesaban, empujó la puerta con la parte posterior de su cuerpo, sintiendo que el calor del refugio lo arropaba. Así, de espaldas, el espejo de cuerpo entero que en su momento había instalado por solicitud de Brígida lo reflejó fugazmente en un silencio absoluto. Su comportamiento no era casual; deliberadamente había comenzado a evitar su imagen en el espejo, pareciendo actuar a escondidas de la tabla de cristal. Rehusar enfrentar su reflejo se había convertido en una estrategia para proteger su secreto, y al mismo tiempo lograba ignorar la fotografía en donde aparecía tomado de la mano con Brígida, colocada junto al espejo.
El día comenzaba a despuntar cuando el ruido de un motor lo sacó de su sueño. Algo confuso, se levantó y notó que ya estaba amaneciendo. Sin poder determinar de dónde provenía el sonido, Custodio se apresuró a subir al mirador de la terraza. Desde ese punto se apreciaba la vasta línea de playa que desaparecía en el horizonte y que no mostraba rastro de algún vehículo automotor. Con incredulidad, agudizó el oído; el estruendo que lo había sacado del sueño y llevado a la terraza ya no se escuchaba. Permaneció inmóvil, aguardando a que el motor volviera a resonar desde algún lugar; fue entonces cuando oyó voces de personas llamando a la puerta, en la planta baja. Después, un grito rompió el silencio, provocando un zumbido en sus oídos y un leve escalofrío que le recorrió su cuerpo.
―¡Guardian!
―¡Guardian! ―¡Guardian!
Mientras los insistentes gritos desde la puerta continuaban resonando, a lo lejos se escuchaba el sonido de un vehículo que se marchaba. Custodio sabía perfectamente quién era el que llamaba, aunque no comprendía las razones de su presencia en la isla. Lo que había sido una espera anhelada se convertía en un inconveniente con la aparición de René, su contraparte en veladas críticas literarias y, a la vez, el marido de Carola. Esa pareja son los responsables del marketing editorial de la fundación. Carola, experta en el ámbito del software, desempeña un papel fundamental en la creación y mejora de nuevos programas. Su compañero es René, un joven de modales refinados pero algo cuestionables, quien además es su esposo y responsable de la edición. René se encarga de supervisar todo el proceso y, si encuentra algo que no aprueba, se lo comunica directamente a Brígida, aprovechando la relación familiar que los une. Por ello, su presencia genera un doble problema: convivir con el informante de Brígida y, al mismo tiempo, con el esposo de su amante bajo el mismo techo.
Los recién llegados ingresaron con apenas algunos gestos a modo de saludo y de inmediato se concentraron en sus respectivas tareas: Carola comenzó a instalar la antena y René se ocupaba en organizar en la mesa una serie de documentos escritos. En la sede de la fundación, era habitual que se vieran las caras siguiendo los objetivos que Brígida les marcaba. Por lo tanto, que los tres se encuentren en una isla remota, de seguro obedece a algún interés de la presidenta. Pasadas dos horas de haber llegado, continuaba René sentado y Carola a pocos metros de él, tecleaba en la computadora con despreocupada destreza. Custodio, observando a Carola, desbloqueó su celular justo cuando llegaba un mensaje: una nota de voz femenina con una entonación claramente generada por inteligencia artificial:
―René vino para plantearte una salida al problema que tienes con Brígida. Oye la propuesta, yo la apoyo.
Custodio escuchó el mensaje, notando un cambio en la habitual voz artificial. Algo había modificado Carola en el programa para mostrarse más impersonal. Quienes apenas la conocen creen que es una mujer reservada y callada, pero su silencio se debe a que es una oyente muda: que puede escuchar y comprender, pero no es capaz de hablar. Para comunicarse, utiliza aplicaciones que ella ajusta según su estado de ánimo.
Continuará…..
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