El Canto que Despertó a la Torre

El Canto que Despertó a la Torre

Self

04/12/2025

I. La niña que veía sombras

El pueblo de San Telmo de la Quebrada era un lugar tan remoto que ni los mapas recordaban su existencia. Cuando el invierno finalmente dio paso a la primavera, nadie sospechó que sería la última. Las montañas se despejaron de nieve, el río volvió a cantar, y aun así, algo no encajaba: los pájaros no regresaron.

Lía, una niña de doce años con una curiosidad peligrosa y una sensibilidad casi dolorosa, fue la primera en notarlo. Caminaba sola hacia la vieja escuela cuando escuchó un murmullo proveniente del bosque. No era viento. No era agua. Era una voz.

Por fin despertaste… —susurró algo entre los troncos.

Lía se quedó helada. La sombra detrás de los cedros parecía moverse contra la dirección del sol. No huía de la luz: se alimentaba de ella.

Aquella misma tarde, la niña decidió seguir el murmullo.

Y así comenzó el año sin primavera.

II. La encrucijada

A medio kilómetro del pueblo se encontraba El Cruce de los Olmos, un lugar del que los ancianos hablaban en voz baja. No había nada especial a simple vista: solo cuatro caminos que se abrían como los pétalos secos de una flor muerta. Pero Lía sabía que aquel lugar respiraba.

El murmullo volvió.

Escoge un camino. Todos llevan a donde temes ir.

Lía sintió un hormigueo en la nuca. El aire se volvió denso, demasiado frío para una tarde de abril.

Y entonces lo vio: un poste de madera vieja con una marca tallada, idéntica a la que había encontrado en su cuaderno sin recordar haberla dibujado. Era el símbolo de la carta “En una encrucijada”: cuatro senderos imposibles, ninguno seguro.

—¿Quién eres? —logró preguntar.

La voz no respondió con palabras. En cambio, una sombra se deslizó entre los árboles y avanzó hacia el centro del cruce. El suelo vibró. Algo estaba bajo la tierra. Algo que quería salir.

Lía sintió el impulso de correr. Pero también sintió un tirón en el pecho, como una mano invisible que la obligaba a quedarse. A elegir.

Porque esa era la trampa: quedarse era peligroso. Irse también.

Y eligió… avanzar.

III. La promesa

Al seguir la sombra, Lía llegó a un claro donde el sol parecía apagado. Allí encontró un objeto que no pertenecía a ese mundo: un libro sin título, ennegrecido, latiendo como si fuera un corazón. Al tocarlo, una ráfaga de frío le trepó por los brazos.

Prometo mostrarte la verdad, dijo la voz.
—¿Qué verdad?
La que tus ojos aún no soportan.

Una silueta emergió detrás del libro: no era humana. Era más alta que los árboles, hecha de líneas quebradas, luz torva y un manto de neblina negra que parecía absorber el mundo. Dos ojos vacíos brillaron como carbones húmedos.

—¿Quieres comprender por qué no ha llegado la primavera? —preguntó la criatura.

Lía asintió sin pensarlo, y esa fue su primera equivocación.

Prométeme algo, niña. Una simple ofrenda. Solo entonces te la mostraré.

La carta “Promesa de poder” brilló mentalmente en su memoria. El libro se abrió sin que nadie lo tocara. En la primera página, un nombre sin letras se reescribió a sí mismo una y otra vez.

“Lo que toma poder… deja un vacío.”

Lía tragó saliva.
—¿Qué debo prometer?
Tu voz.
—¿Mi voz…?
Cada primavera tiene un canto. Y este mundo perdió el suyo. Dame tu voz y yo la haré regresar.

La niña retrocedió.

La criatura rió con un sonido quebrado.
No tengas miedo. Lo estás perdiendo de todos modos.

Y tenía razón: desde hacía días, Lía hablaba cada vez menos. Como si algo en su garganta se fuera apagando.

La voz se acercó más.
Entrega tu voz… y yo te daré el poder de saber.

Fue la segunda equivocación de Lía: aceptó.

Y el libro se cerró de golpe, tragándose una parte de ella.

IV. La Torre y el Hambre

San Telmo siempre había tenido historias sobre “la torre”. No una torre real, sino una metáfora local para hablar del mal encerrado que nunca debía mencionarse. Sin embargo, la criatura no usaba metáforas.

Él está en la torre, durmiendo.
—¿Quién? —preguntó Lía, ya sin voz propia: sus pensamientos eran la única forma de comunicarse.
El Señor Torre. El que mantiene unido el tiempo. El que sostiene el ciclo. Si Él cae, la primavera muere.

La criatura señalo un cerro a lo lejos, donde un peñasco oscuro se elevaba como un dedo de piedra.

Allí estaba la torre.

Allí terminaba todo.

Lía caminó hacia ella mientras el mundo a su alrededor comenzaba a marchitarse: los árboles perdían hojas que no volvían a crecer, el aire se volvía pesado, y los animales huían en silencio, como si ya supieran el final.

Cuando llegó a la entrada de la torre, vio que la sombra que la había guiado ya no era una sombra: tenía forma humana, pero su piel era demasiado tensa, demasiado oscura, como si algo dentro la estirara desde adentro.

Tu voz es apenas suficiente. Falta más. Faltas tú.

La criatura abrió la puerta.

Lía entró.

V. El Señor Torre despierta

La torre estaba hecha de piedra húmeda y respiraba como un animal vivo. A cada escalón que subía, la niña sentía cómo el libro maligno dentro de su mochila latía más fuerte.

Al llegar a la cima, lo vio.

Una figura gigantesca, inmóvil, encadenada en el centro de la sala circular. No tenía rostro, solo una máscara de hierro oxidado con tres ranuras horizontales, como si viera a través del tiempo.

Así que tú eres el canto perdido… murmuró la máscara.

Lía retrocedió, pero las puertas se cerraron con violencia.

La criatura que la había acompañado se inclinó.
Despierta, mi Señor Torre. Ella ha traído lo que pediste.

La máscara empezó a abrirse, lentamente, revelando una grieta sin fondo.
La primavera no regresará —dijo el Señor Torre— porque yo no debo dormir jamás. Cada primavera es un error. Cada renacimiento es una mentira.

Y extendió una mano hacia Lía.

La niña sintió cómo la torre entera la llamaba, cómo su voz perdida vibraba dentro de ella, intentando regresar. Pero ya no era suya.

Ya no era una niña.

Era el último pétalo de primavera.

El Señor Torre habló por última vez:
Para que la primavera renazca… algo debe morir.

VI. El final que eligió

En un acto que no entendió del todo, Lía hizo lo único que podía: abrió el libro maldito. Las páginas estallaron en luz, la torre tembló, y el vínculo que la criatura había creado comenzó a romperse.

La máscara del Señor Torre se abrió de par en par y lanzó un rugido que hizo que el cielo se desgarrara como tela húmeda.

Insensata… ¡Te sacrificarás!

Lía lo sabía.

Y aun así, lo hizo.

El libro absorbió la máscara, la sombra y toda la oscuridad que retenía la primavera. El Señor Torre se desvaneció como un espejismo roto.

El mundo volvió a respirar.

Las flores brotaron.

Los pájaros regresaron.

Pero Lía…

Lía no volvió al pueblo.

VII. El año sin Lía

San Telmo celebró la llegada de la primavera sin saber la verdad. Nadie habló del invierno, nadie recordó las sombras, nadie supo del sacrificio.

Solo una cosa cambió:
Cada año, el primer día de primavera, aparece un libro sin título en el Cruce de los Olmos.

Un libro que late.

Un libro que canta con una voz suave, frágil…
La voz de una niña.

La voz de Lía.

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