Las Brujas de la Noche

Las Brujas de la Noche

Self

04/12/2025

Las Brujas de la Noche

En la vieja hacienda del abuelo, las noches sin luna tenían un encanto especial. El viento movía las ramas de los árboles como si susurrara secretos antiguos, y los establos crujían suavemente, como si respiraran. Afuera, las vacas negras permanecían inmóviles, tan silenciosas que parecían estar esperando algo, observando con ojos que reflejaban la luz de las estrellas como diminutas antorchas.

Desde que era muy pequeña, Laura había escuchado las historias del abuelo:

—Cuando todos duermen —decía él, con voz grave y llena de misterio—, las vacas negras dejan de ser vacas. Se convierten en brujas que montan escobas y vuelan alrededor de una hoguera mágica en medio del campo. Pero no te asustes, Laurita… ellas cuidan los sueños de los niños y protegen lo que es bueno y puro.

Laura quería creerlo. Pero cada vez que miraba esos grandes ojos brillantes en la oscuridad, un escalofrío le recorría la espalda, mezclado con fascinación y miedo.

Aquella noche, un murmullo extraño la despertó. Era un sonido como campanitas lejanas y hojas moviéndose suavemente. Se sentó en la cama, frotándose los ojos, y se acercó sigilosamente a la ventana.

Las vacas ya no estaban allí.

En su lugar, cinco figuras con capas largas y sombreros puntiagudos danzaban alrededor de una hoguera azul que parecía flotar sobre el suelo, iluminando la noche con llamas que no quemaban, sino que brillaban con magia. Giraban y se desplazaban con movimientos suaves, murmurando palabras desconocidas que sonaban como música antigua.

—No… no puede ser… —susurró Laura, abrazándose a sí misma y apoyando la frente contra el cristal.

Una de las brujas levantó la cabeza y la miró directamente. Sus ojos brillaban igual que los de las vacas, pero no había amenaza alguna. En lugar de miedo, Laura sintió una calidez suave, como la luz del amanecer acariciando su piel.

La bruja alzó una mano y la saludó con un gesto delicado, y por un instante, Laura creyó escuchar un suave “buenas noches” flotando en el aire, mezclado con risas diminutas que parecían de niños y de seres invisibles.

De pronto, una bruma ligera se deslizó por la habitación, envolviendo a Laura como una manta tibia. Sintió sus párpados pesarse, pero de una manera reconfortante. Se metió en su cama, y antes de darse cuenta, se sumergió en un sueño profundo y dulce.

En su sueño, volaba junto a las brujas, pasando sobre campos iluminados por luciérnagas y ríos de luz azul. Vio castillos diminutos, bosques llenos de criaturas mágicas y cielos pintados con colores que nunca había imaginado. Las brujas no eran temibles: eran guardianas, risueñas y juguetonas, cuidando que la noche fuera segura y llena de maravillas.

A la mañana siguiente, Laura despertó con una sonrisa. La luz del sol entraba por la ventana, y el olor del pasto recién cortado llenaba la habitación. No había tenido pesadillas: solo sueños llenos de colores, risas y cosas hermosas que todavía brillaban en su memoria.

Con el corazón tranquilo, Laura se preguntó, mientras acariciaba su gato dormido a su lado:

—¿Y si el miedo no siempre significa peligro? ¿Y si algunas cosas que parecen aterradoras solo quieren enseñarnos magia y cuidado?

Desde aquel día, cada noche sin luna, Laura miraba las vacas negras con nuevos ojos: ya no sentía miedo, sino curiosidad y respeto. Y cada vez que un susurro extraño llegaba a su ventana, sonreía, recordando que la verdadera magia siempre estaba allí, escondida, esperando a quien tuviera el corazón para verla.

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