Primero tiemblo. Las venas lo adivinan:
.
en un espasmo de furor acude el zumo. Arrasa.
Sube por el pecíolo hasta el ápice y desde allí
derrama. Por la nervadura central viaja la savia,
vena a vena, hasta los márgenes.
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Entonces sí, redonda, llena, me deshojo.
Me transfiguro en dulzor,
rocío, insecto, luz.
Pero antes tiemblo.
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Si la ictericia del final, la rigidez, el quiebre;
si de la corrupción al átomo sin nombre
o la inverificable promesa de volver me turban,
primero tiemblo.
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Después olvido. Yo no guardo la memoria para mí,
la siembro. Una papa y tres papines me enseñaron el vaivén
del tiempo. Y a mentir, un guijarro icosaedro.
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Igual que el mono aquel – ese animal fallido –
busqué una vez decir, pero no pude.
No me arrepiento. Me aboco a mi silencio y tiemblo.
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