En el «génesis» de nuestra vida, en el principio y sobre todo cuando empezamos a observar ya desde bebés, nos entra la impaciencia, el ansia de querer: comida, brazos de nuestra madre o padre, juguetes, atención.
Lo queremos todo ya, y si no, lloramos para llamar la atención, molestamos diría yo, para que nos echen cuenta hasta que conseguimos lo que deseamos y entonces, solo entonces, cesamos en nuestro berrinche en nuestro llanto.
Esta situación, en teoría se debe ir corrigiendo, educando, por parte de nuestros padres a lo largo de los años siguientes de nuestra existencia, en los que se supone ya somos más conscientes, tenemos «uso de razón», capacidad de «escuchar» y «entender» lo que nos dicen, el por qué si y el por qué no a nuestras peticiones y deseos.
Más adelante, y en el supuesto de que hayamos aprendido o asimilado algo de lo que nos han explicado, -si es que nuestros padres han intentado educarnos bien- vamos entendiendo que no todo lo que deseamos o queremos se puede tener y que no somos el ombligo del mundo, que existen otras personas y otras circunstancias fuera de nosotros.
Si en esos momentos somos capaces de aceptarlo con naturalidad incluso comprenderlo, podríamos decir que estamos en el camino de la madurez aunque tengamos pocos años.
Esta madurez, esta capacidad de comprender y tratar de entender todo aquello que nos va llegando, por un lado (los padres) y por el otro (la escuela), irá marcando el resto del camino.
Si vamos creciendo así y lo mantenemos, estaremos lejos de esos comportamientos egocéntricos que algunas personas de corta edad tienen porque no han madurado o le han consentido todo.
Y son esas personas las que quieren que todo llegue lo antes posible, sueñan con devorar experiencias, con exprimir la vida, con hacer todo lo que quieran sin pararse a pensar en si es correcto o no, da igual, «yo lo quiero, yo lo hago» y ya.
Más tarde llegan los triunfos, las desilusiones, las piedras en el camino, las dificultades, las contrariedades.
De eso trata la vida, de avanzar, de asumir cambios y ser humildes en todo ese maravilloso trayecto vital y, que sin esa madurez, será difícil de encajar correctamente.
Hay de todo en la viña del Señor, pero cada vez es más frecuente encontrarse con gente muy joven, preadolescentes y adolescentes, que tienen pequeños problemas que engrandecen y no son capaces de afrontar o gestionar y buscan solución en un psicólogo o empiezan a tomar pastillas para calmar su carácter y poder estar relajados. Muchos pierden el control con facilidad. No son felices ya con pocos años cuando les queda toda una vida por delante, confunden felicidad con pasarlo bien.
Todos en algún momento de nuestra vidas hemos deseado que aquello que queremos llegue lo antes posible o que aquella situación que nos agradaba se mantuviera en el tiempo. No siempre es así y debemos entender que los buenos y malos momentos siempre se quedarán impresos en nuestra memoria y nos pasamos gran parte del día evocando buenos y malos instantes.
Nuestra vida va avanzando un poco más cada día sin que nadie puede detenerla, es sin duda algo que nos puede asustar y que nos debe llevar a reflexionar. No obstante, no hay que tener miedo a ese camino, a ese avanzar.
Estamos de paso, somos breves inquilinos en este mundo imperfecto lleno de cosas maravillosas que no siempre majestuosas en lo material. Lo sencillo se puede convertir en maravilloso si sabemos enfocarlo bien desde la perspectiva del Ser y no del Tener.
No hay que tener miedo a los años, sino a la vida no vivida, a los años vacíos, huecos de emociones, de triunfos y por qué no, también de fracasos nunca experimentados. Esos de los que tanto aprendemos.
Hoy puede ser un buen día para que reflexionemos brevemente o con el tiempo que dada uno necesite, sobre este avanzar de nuestra existencia, sobre esos aspectos permanentes que debemos cuidar cada día para llevar una vida más plena.
1.-En la vida todo cambia, excepto las esencias: tu autoestima, tu necesidad de aprender y de ilusionarte.
El amor, el respeto, la dignidad y nuestra necesidad por cultivar el crecimiento personal, deben ser pilares esenciales en tu día a día. Veletas que guían con fuerza y entereza tu camino, sea cual sea.
Podemos plantearnos cambiar muchos aspectos de nuestra vida, pero nunca aquellos fundamentales, como son sin duda, nuestros valores. Siempre existirán esos esquemas básicos que nunca debemos romper, como es el respeto a uno mismo y a los demás, la honestidad, la valentía.
En este caminar por la vida, todos podemos hacer pequeños cambios en nuestra forma de ser e incluso en lo que consideramos que son nuestros valores o cosas que nos definen de acuerdo a las experiencias vividas.
Y todo será, sin duda, para bien, porque forma parte del proceso de aprendizaje y de crecimiento.
No temamos a los cambios, a librarnos de ese peso muerto con el que cargamos, del que debemos desprendernos, para avanzar con un poco más de sabiduría de acuerdo a las experiencias vividas.
2.-Cuando descubrimos el amor que nos supera.
El amor que sentimos por los nuestros, por nuestra familia, por nuestra pareja o nuestros hijos, son también puntos fijos en nuestra esencia vital.
No es algo estable, también el amor se trasforma y se adapta se trabaja día a día.
3.- Asumir los cambios con madurez y sabiduría.
Tú eres el protagonista de tu vida y eres importante dentro de tu mundo.
No te aferres a los miedos o a la indecisión porque a largo plazo, llegará la frustración, el lamento por una vida no vivida. Aférrate al día a día a lo sencillo, valora lo verdaderamente importante y deja a un lado aquello que te aleja de lo fundamental.
Nunca dejes de cuidar a ese “niño/a interior“.
Debes ilusionarte por ti y por la vida, ser espontáneo/a.
Disfruta de las cosas sencillas, ama, experimenta, atrévete.
No te ancles a los errores del pasado ni te alimentes de nostalgias, la vida no espera a quien se detiene en sus propias oscuridades.
Nuestra vida debe buscar la luz y su propia libertad, crecer con ella, con optimismo, con ilusión y sencillez.
Busca siempre lo mejor, y lo mejor vendrá. (Madre Teresa de Calcuta)
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