Acomodado en mi hamaca dormía plácidamente en aquella noche de invierno. No era una noche de invierno como las de Norteamérica: noches nevadas, terriblemente heladas y silenciosas. Era noche de invierno en el trópico: con enormes nubes negras que devoran la luna dejando la noche más oscura, un fuerte aguacero que dejaba caer sus gotas como pequeñas rocas sobre el techo de la casa, relámpagos que cruzan el cielo con un destello de luz que hacen aún más tenebroso el paisaje y luego el estallido del trueno, que estrepitosamente parecía reventar los muros de la casa.
Bajo aquella tormenta permanecía yo, dormido e inmutable.
Tal vez les parezca extraño, pero las noches de tormenta me inspiran una infinita paz. Sin embargo, en aquella noche, mi paz se vería perturbada por aquel visitante oscuro, que desde los más remoto del infierno, llegó a visitarme a la sala de mi casa.
Esa noche, mientras dormía, un ruido dentro de la casa acabo con mi sueño. Desperté extrañado, pues el sonido era como el de cascos de caballo, como si este animal se desplazara lentamente por la sala, de pronto el ruido cesó. Así que intenté de ignorar lo sucedido y traté de dormirme nuevamente, pero el ruido volvió a repetirse. Esta vez se sentía como si aquella criatura extraña se acercara sigilosamente hacia a mí. El terror despertó dentro de mí, más aun cuando al sentir que se había acercado bastante, se detuvo y oí una voz aterradora y gutural que pronuncio mi nombre -Daniel-. El horror que me invadió no fue normal. Me arrope súbitamente hasta la cabeza con las sabanas, pero los pasos seguían acercándose y de nuevo la voz repitió mi nombre… esta vez pude sentir su aliento infernal en mi oreja.
Lleno de pavor sudando en aquella noche fría, me estremecía de miedo bajo mis sábanas, sin embargo, mi curiosidad era más grande que mi miedo. Así que me dispuse a retirar lentamente las sábanas de mi cara y armado de valor, aunque me motivaba más la incertidumbre que el valor, me levanté de la hamaca súbitamente para encarar al que me acechaba.
Lo que mis ojos vieron fue sencillamente aterrador. Un macho cabrío de dimensiones sobrenaturales, se paraba en sus patas traseras frente a mí. Su aspecto era grotesco: sus ojos parecían carbones encendidos y tenía una espesa barba la cual caía sobre su pecho que a su vez parecía el pecho de un hombre muy fornido.
Di un grito desgarrador y corrí a encender la luz, invadido por el miedo y el escepticismo a la vez, pues mis ojos no comprendían lo que estaba viendo. Cuando apreté el encendedor la luz lleno la sala, pero aquella espeluznante criatura había desaparecido, mas, su presencia aun podía percibirse.
Y algunas veces, cuando solo me encuentro, aun puedo sentir la presencia de aquel visitante oscuro acechándome.

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