Desde el principio, una obra formada durante cientos de milenios en su propia, única y particular diagénesis.
El abrigo que durante un tiempo la mantuvo aletargada lentamente la desamparaba, desnudándola.
El viento y la lluvia la dejaban desprotegida; en fracciones de milenios quedaría, expuesta, desnuda.
No lo haría por voluntad propia; se encargaba el inexorable paso del tiempo, que la lanzaría hacia abajo, abandonando estrepitosamente su lecho.
Al desplazarse, ocuparía un espacio para la nueva función, posiblemente ya no tan íntegra, pero su condición era inquebrantable.
Había ocurrido el evento; estaba posicionada en medio del angosto cañón, dejando espacio justo al paso de animales; los más grandes la rozaban, dejándole piel y pelos pegados.
Seres extraños la rodearon, la subieron, la bajaron; se fueron y volvieron…
Se había convertido en obstáculo para los extraños seres que ahora la fragmentaban. Multiplicándose en pedazos filosos y cortantes, abandonaba su intención inquebrantable.
No sentía dolor, ni rabia, ni pena. Sin tener emociones animales, era, por naturaleza, superior, sublime.
Los raros animales recién evolucionados la habían convertido en un primitivo arsenal, propenso a cercenar, lacerar, golpear, tropezar.
Para estas nuevas criaturas, habilitadas para destrozar rocas, la sangre, el sufrimiento, la furia y el remordimiento serían los elementos que definirían las tragedias venideras causadas por su naturaleza intrusiva.
Fin
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