Hey… sé que estás revisando el teléfono otra vez.

Sé que tenés el corazón apretado y los ojos llenos de lágrimas que no querés soltar.

Sé que estás deseando que aparezca su nombre en la pantalla, que te diga algo simple, aunque sea un “¿cómo estás?”.

Y sé que duele que no pase. Duele muchísimo.

Por eso quiero recordarte algo:

No sos poca cosa porque ella no escribe.

No estás rota porque ella eligió irse.

No es que valgas menos por amar más.

Hoy estás triste, sí.

Pero estás resistiendo una batalla que nadie ve.

Estás aprendiendo a vivir sin un abrazo que te calmaba, sin unos ojos que te hacían sentir en casa.

Y eso es tremendamente valiente, aunque ahora no lo sientas así.

No tenés que ser fuerte todo el tiempo.

Podés llorar. Podés extrañarla.

Podés sentir rabia, nostalgia, amor y dolor al mismo tiempo.

Pero no esperes que ella venga a salvarte del vacío que dejó.

Ese vacío es tuyo y se va a cerrar despacito… contigo, no con ella.

Un día vas a levantar el teléfono y no va a doler que no escriba.

Un día vas a volver a ese café y vas a sentir ternura en lugar de llanto.

Un día vas a querer mucho a alguien que no sea ella… y te vas a querer mucho más a vos.

Pero hoy, simplemente respirá.

Y si el mundo te queda grande, andá de a ratitos.

No tenés que sanar rápido.

Sólo no te abandones.

Con todo lo que te queda, con todo lo que te falta,

con todo lo que todavía sos sin darte cuenta:

Te quiero.

Estoy acá.

No te suelto.

– Yo, para mí.

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