Mi abuelo solía decirme…
Fue entonces cuando pude volver a abrir los ojos. Volví a soñar con él. Mi abuelo era una persona de aspecto corriente; no tenía un estilo propio. Solía usar siempre polos de color entero con cuellos redondos y, cuando salíamos, se ponía unos con cuello V. Usaba siempre los mismos pantalones de color negro o azul. Un día me dio curiosidad y decidí ver su armario: solo tenía 4 pantalones para usar. Para su cumpleaños número 50, decidí regalarle 2 pantalones distintos: uno de color beige y el otro de un rojo tinto muy bonito. Después de un par de semanas, cuando iba a visitarlo, empecé a verlo usar ese par de pantalones que le regalé con gran frecuencia. Después de un par de meses, mientras jugábamos, se le rompió aquel de color rojo. Se puso muy triste, a tal punto que recayó en su enfermedad y no pude visitarlo durante algunas semanas. Mi papá me decía que no era nada, que él estaba bien y realmente no estaba enfermo. Me gustaría volver a ese día y decirle a mi papá que, incluso si no se ve por fuera, una enfermedad es todo lo que te daña y te impide vivir de forma cómoda y amena.
Mi abuelo siempre fue un caballero y un ejemplo a seguir. Siempre daba el pase a las personas y esperaba a que pasaran para lograr cerrar la puerta en edificios públicos. Solía saludar a todo aquel que estuviera atendiendo el lugar en el que estábamos, e incluso a los choferes de buses les decía buenos días, tardes o noches, según el tiempo que fuera. Siempre me decía que el saludar es un principio de humanidad y de educación, y que aquel que no puede hacerlo es simplemente un imbécil ignorante sin valores ni educación. Él era un tanto extremista en algunos aspectos.
Cuando era chico me gustaba ver al abuelo cocinar; siempre se le dio bien la cocina y nos lo hacía saber cada vez que lo visitaba con mi papá. Era muy agradable ir porque, además de que cocinaba muy rico, siempre tenía historias que contarme. Me decía cómo es que en su juventud hacía muchas cosas que fueron en contra de lo normal en la sociedad, e inclusive de más viejo también; cómo es que contradijo a muchas personas por el hecho de que lo que decían no le parecía a él. El abuelo siempre fue muy intrépido y vivaz, pero tenía sus miedos como cualquier otra persona. Recuerdo que se quedó pasmado al ver a una tarántula en la tienda de mascotas. Él me contó que le tiene miedo en general a las arañas, pero que las tarántulas son las criaturas que más miedo le dan y es porque, según él: “Esos pelos que tienen me dan asco y me provocan ansiedad”.
Un día, después de acompañarlo un momento por el bazar, avistamos a lo lejos una caja que se movía en medio de la pista. Mi abuelo me pidió que me volteara para que no viera. Solo escuché cómo corría en dirección a la caja y, momentos después, un auto pasar por encima de ella. Después de un tiempo me di cuenta de que dentro de la caja había algo, probablemente pequeños gatos recién nacidos o algún animal parecido. Mi abuelo no me dejó que me volteara después y dimos la vuelta hacia la casa. Una vez llegamos, me dijo unas palabras que hasta el día de hoy pienso: “Oliver, hijo mío, nunca olvides que toda la vida es importante y no podemos privar a los demás de ella. No importa que sea un animal, a fin de cuentas tiene conciencia”. Siempre tenía algo que decirme, y esa fue mi primera experiencia con la muerte.
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