Si no fuera por la nostalgia.

SI NO FUERA POR LA NOSTALGIA…

A esto se le llama vivir entre dos mundos, con un pié encada orilla del océano Atlántico, ¿un pie?en realidad es más bien un pedazo de corazón.Siempre perseguida por la nostalgia, la morriña…saudades, como cantaba Julio Iglesias en sus buenos tiempos.Salir de Vizcaya para buscar una vida mejor…

-“Con el triunfo de Franco a nosotros los vascos no nos fue muy bien” – me contaba mi padre – “A mi padre, tu abuelo, sus primos, que eran franquistas le quitaron su fábrica de muebles mientras estuvo preso por defender su pueblo con una escopeta prestada que nunca supo cómo usar, probablemente era tan vieja que estaba atascada y así acabó el hombre en la cárcel. Su propia familia lo despojó de su fábrica y su casa en Las Arenas, nuestra casa, tuvimos que salir de ella. Yo tenía 11 años y mi madre me puso en un tren junto con muchos otros niños de todas las edades para salvarme de los horrores que se avecinaban.Fuimos a dar a Francia; la verdad es que allí no nos trataron muy bien, yo oía llorar a los niños más pequeños, lo único que nos daban de comer eran unos higos secos, creo que lloraban de hambre y llamaban a su “amachu” toda la noche, era muy triste y yo también lloraba junto con ellos. Luego a algunos nos llevaron a Bélgica y nos fue mucho mejor. Nunca olvidaré lo bien que me trató mi familia en el exilio, era un sacerdote y sus dos hermanas solteronas. Personas buenas, caritativas… fui relativamente feliz allí… pero la nostalgia de mis padres y hermanas no me abandonó en los tres años que duró el conflicto.Luego ya no había dinero para seguir estudiando, había que trabajar y al igual que mi padre entré como aprendiz de ebanista. Me hice hábil, incluso aprendí a hacer muebles hermosísimos con las puertas y los cajones redondeados, creo que era bueno en eso. Lo bueno es que me gustaba mucho leer, leía todo lo que me caía en las manos y así me fui cultivando, no quedé tan “baturro”. Luego vino la “mili”, me tocó cerca de Ciudad Real, fui muy feliz por allá, tanto que al terminar me quedé un año trabajando en una granja y mis padres se fueron allá conmigo, se ganaba bastante bien y siempre había buena comida. Pero mis hermanas se habían quedado en Vizcaya y mis padres quisieron regresar, tenían nostalgia de sus hijas, que en ese entonces que estaban ya casadas, y de su tierra.”

La nostalgia es hereditaria, los españoles vivimos empapados en ella, no sé si todos, pero sí los que vivimos lejos de España. ¿Cómo manejarían la nostalgia los primeros peninsulares que vinieron a conquistar estas hermosas tierras? Yo creo que los movimientos independentistas fueron liderados por los hijos de españoles peninsulares que deseaban más que nada en el mundo sentirse libres de esa nostalgia que se pega en el cuerpo y traspasa los límites del alma, ser criollos, hijos de españoles nacidos “acá”, era estar de alguna forma unidos a Europa. “No soy de aquí, ni soy de allá…” ¿La Independencia de sus países alejaría la nostalgia?Quién sabe…

Mi madre también estuvo en Francia durante la guerra civil, a ella le fue un poco mejor: -“Nos llevaban todos los días pan con mantequilla y algo de jamón o chorizo en unas carretillas que todos esperábamos con ansias, pero para mí lo más importante fue cuando las enfermeras de la Cruz Roja nos regalaron un sombrero a cada una, a mi madre y a mis hermanas, a mí me tocó una pamela muy bonita y me sentía muy feliz, era demasiado pequeña para saber lo que estaba pasando en España y por qué estábamos en ese refugio,niños y niñas y jugábamos mucho y nos atendían muy bien, las tres hermanas enfermamos de rubeola y nos cuidaron mucho. Luego tuvimos que regresar porque nos avisaron que a mi padre lo habían dado por perdido y pensamos que había muerto. Con el tiempo mi madre, que nunca se dio por vencida, y mi hermana Begoña lo encontraron en una cárcel en Barcelona y tuvieron que quedarse a vivir ahí hasta que lo soltaron, yo me quedé con mi bisabuela y mi hermanita pequeña en Guecho, no me acuerdo mucho de esa época pero cuando regresaron mis padres y mi hermana mayor empezamos todas a coser camisas para hombre para ayudar a mi padre que se había quedado sin nada; hacer camisas era muy difícil pero todas aprendimos bien y hacíamos unas camisas muy bonitas con puños dobles para la gente rica de Neguri.

Mi hermana mayor estudió para costurera y la menor fue un tiempo más a la escuela, pero yo no tuve tanta suerte, ciertamente ser la del medio no fue muy bueno para mí, aparte de coser tenía que cuidar los hijos de mi tía. Ella era sí era rica, se había casado con un capitán de barco vasco y de ella no se burlaban por tener apellido gallego. Me trataba muy mal, me echaba la culpa de todas las tonterías que sus hijos hacían y llegó a amarrarme en un banco y pegarme con un cinturón. Mi madre nunca creyó que su hermana fuera capaz de hacerme eso, así que sólo lo dije una vez y ya, no tenía caso… nadie me creía. Sin embargo yo quería mucho a mis primitos y los cuidaba muy bien, no sé si mi tía le daba dinero a mi madre por el servicio que yo le prestaba, espero que así haya sido.”

Como ven el padre de mi madre, a quien encerraron en Barcelona, era descendiente de gallegos. En ese entonces era terrible para una mujer vasca casarse con un gallego, aunque mi “aichiche” había nacido en el Puerto Viejo de Algorta y su corazón era más vasco que el de muchos que se avergonzaban de serlo en aquellos tiempos de la postguerra. Durante la guerra, al igual que mi abuelo paterno, perdió su carpintería, en la que fabricaba botes para los pescadores del puerto, por defender las ideas republicanas. Mi “amama” fue muy despreciada, hasta por su misma familia por haberse casado con él. Cuando se conocieron amama no hablaba español, era vasca de pura cepa. Ella nunca hablaba de su familia, para todos los efectos solamente tenía una hermana, la rica casada con el capitán de barco… y punto. Existen aún fotos de mis bisabuelos y en alguna estoy yo de muy pequeña con la madre de mi abuela. Sin embargo con el tiempo hemos sabido que ellas tenían por lo menos un hermano, porque fue él, como era tradición en Vizcaya, quien se quedó con el caserío y las huertas de la familia. Parece ser que la hacienda no era nada despreciable porque sobre los terrenos que ellos poseían está fincado, hoy en día, el aeropuerto de Sondica o una parte de él. Alguien me comentó alguna vez que mi abuela fungió durante un tiempo largo como criada de su hermano y que cuando la echó de allí le regaló una teja del caserío como herencia. Dicen que esa era la tradición en España para no dividir las heredades. No sé si sea real, pero explicaría mucho del carácter fuerte y agrio de mi pobre abuela.

Toda esta trama de vidas y aconteceres va creando el tejido y preparando el camino para que mis abuelos, finalmente y nunca he sabido alentados por quién, se decidieran a abandonar su terruño para buscar una vida más próspera en América del Sur. No es que creyeran ya en el mito de El Dorado, pero sí se sabía que en países como Venezuela, había grandes riquezas y muchas oportunidades de trabajo, un clima maravilloso y muchos compatriotas que ya habían partido y que habían logrado tener una vida más satisfactoria.

La nostalgia no siempre es un sentimiento negativo, es más bien como un hilo dorado que se puede estirar hasta el infinito y que te une a aquello que amas y que está distante, sea en el tiempo, sea en el espacio.

Yo nací en Santurce , dicen que hoy se llama “Santurci” pero en mi acta de nacimiento pone Santurce y así me gusta llamarlo. Mis abuelos ya habían partido hacia América junto con mis tíos, pero mis padres tuvieron que esperar mi nacimiento lo cual fue, sinyo saberlo ni merecerlo, la primera razón para que mi abuela se molestara con mi presencia en este mundo. Llegué a Venezuela a los 5 mesesy desde ese momento comencé a impregnarme de los olores y colores de mi nueva patria. País maravilloso, rico en bellezas naturales, lleno de personas amables, alegres y amantes del buen vivir, “rocheleros y echadores de broma” como ellos mismos se califican; patria del Libertador de 5 países, de origen vasco como yo… otro que viajó por muchos países, vivió en la eterna nostalgia y murió impregnado en ella, lejos de su Caracas nativa y despreciado por su pueblo, pero siempre con la firme convicción de estar en el camino correcto, imbuido de ideas revolucionarias, sabiendo que el mundo cambiaba y que no había lugar ya para retrocesos.

Esas mismas seguridades nos persiguen a todos los emigrantes, no me gusta la palabra expatriados, me suena a desarraigo y la verdad es que no es lo mismo no tener raíces que tenerlas largas, flexibles y siempre dispuestas a tomar lo mejor del suelo que nos acoge y a fertilizarlo con nuestras aportaciones.

Cuando tenía un año de edad, mi madre quedó embarazada de mi hermana María Cristina.Una boca más que alimentar, ante lo cual mi abuela, que era quien llevaba la batuta del clan, protestó amargamente y decidió llevarme a mí de vuelta en su primer viaje a España, donde regresaba para casar a su hija más pequeña y con la esperanza (inútil) de hacerla ir con ella a Venezuela para tener la familia al completo bajo su férula, pero se encontró con que su nuevo yernono era tan fácil de dominar como los otros dos y nunca logró su cometido. Mi abuela regresó poco después a Venezuela, donde trabajaba como sirvienta, conserje o ama de llaves de un grupo de estudiantes de medicina españoles. No sé por qué razón habían ido a Caracas a estudiar en la Universidad Central y necesitaban quien les hiciera “pie de casa”; ellos habían rentado una “quinta” y una vez que ellos terminaron sus estudios y se regresaron a España, mis abuelos continuaron con el mismo trabajo y rentaban habitaciones para estudiantes de la universidad, que quedaba muy cerca. Esa fue su fuente de trabajo durante toda su estancia en Venezuela, que duró alrededor de 35 años.

En un principio mi abuelo y mi padre trabajaron como carpinteros pero esa sociedad estaba destinada al fracaso, porque mi padre era una persona muy seria y responsable y mi “aitxitxe” gustaba de la buena vida y sobre todo del buen vino…por lo que nunca se vieron los beneficios de su trabajo.Creo que tuvieron además una cafetería-bar donde trabajaban también mis padres y mis tíos, pero aquí también muchas de las ganancias descendían alegremente por el gaznate del “gallego alegre”. Por razón de estas asociaciones laborales en las que mi familia recién expatriada buscaba mejorar su calidad de vida, mi abuela consideró que yo era un pequeño estorbo y mi hermanita (en camino) otro tanto, pues mi madre no podía trabajar como ella quería y fue así que me vi arrastrada y llevadade vuelta a España.

Desgarramiento. Una niña de uno o dos años que se ve separada de sus padres para montar en un barco y viajar durante 15 días al cuidado de una abuela que era todo menos amorosa con ella. Sus planes a futuro no podían verse interrumpidos y no me incluían: “Vamos a trabajar duro, todos juntos, el día de mañana que regresemos a España con mucho dinero me burlaré de todos aquellos que se mofaron de mi marido y mi apellido gallego, de los que dejaron a mi marido sin su carpintería, sin su trompeta con la que tocaba en la banda los domingos. Seremos ricos y todos nos envidiarán”. Siempre he sentido que para los que tuvieron que abandonar su patria por razones económicas, ¿o quizá para todo el mundo?, es muymolesto sentir envidia, pero muy alentador provocarla.

Mi memoria no recuerda esos 15 días de viaje, mi corazón empezó en ese momento a quebrarse, a desgarrarse, la mitad quedó allá, en mi patria con olor a guayaba madura, a café fuerte, a ron, a canela, a mar Caribe… la nostalgia… si no fuera por ella…

Una vez en España me quedé a vivir con mis abuelos paternos que en ese entonces vivían en Algorta; esa casita de Alangobarri es mi primer recuerdo claro. Era blanca con toda la madera de puertas, ventanas y contraventanas pintadas de verde. Por un lado se situaba un patio entre cuyas vigas se enredaba una viña de uvas pequeñas y agrias que alguna que otra vez me causaron males estomacales innombrables.

Para mi suerte mis abuelos paternos me acogieron llenos de gozo y, a pesar de su pobreza material, jamás me faltó nada de lo indispensable para ir creciendo. Empecé a impregnarme de mi patria de nacimiento, su lengua fuerte, su olor a vino tinto y a pan con chorizo a la hora de la merienda, chocolate “Elgorriaga”, “todo lo mejor para la niña” – oía decir a mi amama “la amorosa”- “que no extrañe nada de lo que sus padres le hubieran dado” – repetía constantemente a mi pobre aitxitxe, que no sé de dónde sacaba para cumplir mis caprichos. Casi diariamente tomaba su caña de pescar y se dirigía“al morro” para traer pescadito fresco. –Para mi niña – decía –le gusta mucho el pescado. Ya más mayorcita iba con él a pescar, pero eso sería en otro de mis tantos viajes.

Hoy en día veo las fotos de esos años y me veo a mi misma como una niña feliz, rodeada de primos, tíos y tías, bisabuelas siempre vestidas de negro, como si le guerra les hubiera dejado el alma en constante luto… estaban llenas de nostalgia por los tiempos pasados… otra vez la nostalgia… y sin embargo yo era feliz.En esa misma casa vivía mi tía Iker, la hermanamás pequeña de mi madre (hasta hace poco me di cuenta de que Iker era nombre de hombre, pero así le hemos dicho siempre), que estaba recién casada, su marido y al poco tiempo hizo su aparición una pequeña pancita de embarazo que dio vida a mi primo Joseba que pronto fue mi compañero de juegos.

Dos años después llegó mi madre a buscarme, ¡pobre! , le costó un año entero de estar conmigo para que aprendiera aquererla y deseara regresar con ella a Venezuela. Mi hermanita habíanacido antes de tiempo y había vivido solamente unos días en la incubadora, yo seguía siendo hija sola, muchas veces he sentido su presencia y verdaderamente la extraño, me hubiera gustado que me acompañara en este caminar de un lado a otro, que hubiera compartido conmigo esta vida errante que me ha dado tanta riqueza y me ha hecho una persona fuerte e independiente.

Regreso a Venezuela, una vez más 15 días en el barco, ya empezaba a gustarme, el barco era como yo, iba y veníacon su población siempre distinta, siempre esperanzada de una vida mejor en el nuevo puerto. Estoy segura que de haber sido hombre, hubiera sido capitán de barco;pronto aprendí a admirar su arrojo, sus uniformes blancos y elegantes, su mirada siempre atenta, esa capacidad que entonces me parecía heroica, de dominar el mar y llevarnos a buen puerto. Varias veces viví tormentas fuertes en altamar, sin embargo aprendí a no temer, mi confianza en los marineros era infinita.

Mis oídos escucharon de nuevo el “castellano” suave y hermoso de los venezolanos. Los antiguos habitantes de los países Latinoamericanos deben haber tenido unas lenguas muy cadenciosas “como cantos de pájaros” decía Bernal Díaz del Castillo, cronista de Hernán Cortés durante la conquista de lo que hoy es México, por eso el Español de Latinoamérica es tan hermoso, cada uno con su diferente “cantadito”, cada uno con palabras distintas que tanto confunden a algunas personas y que sin embargo para mí se han convertido en inspiradoras de mi vocación, hoy soy maestra de Lengua Española y no hay nada que me dé tanto orgullo como transmitirles a mis alumnos el amor inmenso que siento por mi lengua materna, la historia de su formación, mi tarea educativa siempre tiene como objetivo hacerlos sentir el orgullo de hablar la lengua de Cervantes, pero también de Rómulo Gallegos, de Rubén Darío, de Carlos Fuentes, de Jorge Luis Borges, de Gabriel García Márquez, de Isabel Allende y de tantos otros literatos quehan expresado con ella ideas y sentimientos de personas y pueblos hermanos.

Creo que fue por esas fechas que empecé a ver claramente las diferenciasentre mis dos patrias. El clima de Caracas es un privilegio de eterna primavera, sin embargo sé que se pueden extrañar los días de lluvia constante de mi patria vasca. Los edificios y “quintas” caraqueñas son bellos y coloridos, y sin embargo no hay nada más firme y cálido que un caserío vasco con sus ventanucos pequeños y cuadrados, hermosos, fuertes y acogedores como el alma de sus habitantes, que parece cerrada e inaccesible, pero una vez que traspasas la puerta no quieres volver a salir.

La floravenezolana, sus orquídeas, sus palmeras, sus samanes, sus araguaneyes, las llanuras siempre cantadas por los sones y joropos venezolanos,pocos paisajes se comparan con los de este hermoso país tropical… y sin embargo… ¿dónde encontrar otro concierto de diferentes tonos de verde como los que posee la campiña vasca? ¿Dónde perderse, como en Vizcaya, en las innumerables huertas de olorosas manzanas, peras, melocotones, uvas?Definitivamente el alma de los migrantes está formada por un caleidoscopio de vivencias que nos hace ricos… millonarios diría yo… y la nostalgia es el pegamento que los une para que no nos olvidemos de amar por igual a todos los pueblos y a todas las razas.

Comencé entonces mi educación escolar en Venezuela, mi maestra de preescolar, la inolvidable señorita Conchita era, ¿cómo no? española. No sé qué edad tendría en ese momento, pero como siemprevestía de negro yo la igualaba con mi abuela y mis bisabuelas españolas y la veía muy viejita y muy dulce.

¡El famoso “Colegio Modelo”! hoy en día se calificaría de cárcel infantil. A fuerza de pellizcos y reglazos en los nudillos aprendimos las tablas de multiplicar y los tiempos de los verbos, además de muchas otras nociones que no se borran de mi mente. Pero lo más maravilloso de todo era el heterogéneo conjunto de alumnos de todas edades y orígenes: hijos de españoles, italianos, portugueses; rubios, castaños, morenos y más morenos.Nunca se hizo una diferencia entre unos y otros, nunca nos dimos cuenta si éramos de diferente color, sexo, o de mayor o menor estatus económico, todos éramos más o menos pobres, en fin, una verdadera educación igualitaria que hoy tanto se desea y rara vez se logra.

No en vano Venezuela gana muchos concursos internacionales de belleza, es la ventaja de una buena mezcla de razas. Pero hablando de la educación todos nos sentíamos igualmente amados y exigidos, los aprendizajes no eran opcionales, había que trabajar a como diera lugar, nadie llegaba por la mañanasin hacer la tarea, la Psicología infantil no era, gracias a Dios, una ciencia muy difundida en esos momentos y nuestros padresno tenían miedo de traumarnos con un coscorrón o una buena nalgada. Jamás teníamos la razón, no importaba lo que la maestra nos hiciera: “Seguramente te lo ganaste” era la respuesta indiscutible e inapelable.Por lo tanto todos éramos “buenos alumnos” porque todos y todas hacíamos lo que teníamos que hacer, unos más inteligentes que otros, o con mejores capacidades intelectuales, matemáticas o lingüísticas, pero todos salíamos adelante, nadie tenía “déficit de atención” y todas esas modernidades que han surgido últimamente gracias al abandono de los padres en brazos de los medios de comunicación.Maravillosos como recursos didácticos e informativos y desastrososcomo elementos “formativos”.

Después de dos años o tres, mi mamá quedó embarazada de nuevo y le dio miedo tener a su nuevo bebé en Venezuela, temía que le fuera a ocurrir lo mismo que la vez anterior. Mis padres decidieron que esta vez el bebé naciera en España y ¡allá vamos! mi pobre madre y yo, como cuidadora oficial, a embarcarnos de nuevo, creo que esta vez fue en “El Marqués de Comillas”, la verdad no recuerdo exactamente, pero el capitán ya nos conocía, nos trataba como de la familia, hasta prometió pedir mi mano para su hijo cuando fuera prudente.

En ese viaje tenía yo seis años y los recuerdos son mucho más claros, sobre todo los de los olores. Nuestra economía seguía sin ser muy buena y viajábamos en clase C, que era la más barata, lo que significaba dormir en un camarote bajo cubierta. Cada vez que leo “El Infierno” de Dante puedo claramente achacarle los olores a grasa, sal podrida, comidavieja…etc. de que disfrutábamos toda la noche. Imagino hoy en día el calvario que era eso para una mujer en el sexto o séptimo mes de embarazo y recuerdo que mi madre me despertaba a media noche para que fuera a cubierta a comprar un refresco que le quitaba las ganas de volver el estómago.

Pero gracias a nuestra complicidad con el capitán y a que en una de esas subidas a por refresco él fue testigo de que, con tal de salvar las dos botellas que traía, una en cada mano, casi me voy por la borda (creo recordar que me agarró del vestido), nos cambiaron a la semana a un camarote que tenía ventana y donde los olores eran de otra clase.

No se me puede olvidar sobre todo el aroma de la panadería, que quedaba cerca de nuestrocamarote. Ahora que lo pienso probablemente nos prestaron el camarote de alguno de los panaderos que no trabajóen ese viaje.No hay nada que se compare, para mí, al olor de los panecillos que nos daban para comer en el barco. Seguramente no eran nada del otro mundo, pero para mí ninguna panadería olía mejor que esa.

Tengo que remontarme a ese tiempo para comprender bien la necesidad imperiosa de viajar que he sentido durante toda mi vida. Creo que el día que ya no pueda trabajar me voy a morir de hambre porque no he podido nunca guardar un centavo para ese momento, cada vez que puedo salgo corriendo “hasta donde me alcance” como decimos aquí en México, país donde la vida me ha traído y donde vivo hoy en día.Esas vivencias de viajes transatlánticos que para muchas otras personas con las que he compartido experiencias fueron traumáticos, para mí marcaron una vida de “trashumante”que ni mi familia ha podido entender y que tanto me alejó, ya de mayor, de ella.

Estoy segura de que es la nostalgia…de nuevo esa morriña que me ha acompañado toda la vida y que me sigue empujando en la búsqueda de lugares nuevos, de experiencias nuevas, de olores y sabores que se anhelan y se persiguen una y otra vez.

Llegadas a España, mi madre volvió a perder a su bebé, esta vez un niño llamado Manuel, el médico no lecreyó cuando le dijo que había roto la fuente y la mandó a freír espárragos; le dijo que regresara en 15 días y para ese momento mi hermanito ya había muerto. Pobre mujer, solamente cuando llegamos a vivir en carne propia la maternidad podemos entender los sufrimientos por los que tuvo que pasar y la decepción de tener que regresar con su marido, a Venezuela, nuevamentesin el hijo que tanto habían deseado.

Como yo había entrado a la escuela en Algorta y me estaba yendo muy bien gracias a las enseñanzas de mis maestras caraqueñas, nos quedamos en España todo un año y aprovechamos para que yo pudiera hacer mi Primera Comunión en el Colegio de las RR. RR. Trinitarias.

Recuerdo lo feliz que era mi madre en su Algorta querida, con su hermana pequeña y sus amigas. Los paseos por la Avenida Basagoiti, con los que había soñado todos los años que estuvo viviendo fuera de su pueblo amado, contrarrestaron poco a poco la tristeza de perder a su hijo y poco después de terminar mi año escolar tomamos de nuevo rumbo hacia Venezuela, mi quinto viaje en barco a los siete años de edad.

El síntoma más claro en estas familias que salieron de su patria para buscar mejores oportunidades, y lo digo por la mía y por todas las que conocí durante mi infancia, es la certeza de regresar “en cuanto hagamos algo de dinero” y también es muy importante darse cuenta de que la mayoría de las veces no lo hacen. Las razones son muchas y muy diversas, en general terminan por sentirse muy bien en el país que escogieron y por tener una vida mejor, crecen los hijos, los que traían con ellos como en mi caso y los que nacieron en el nuevo país de residencia, se casan, vienen los nietos, ya totalmente “americanos” y el peso de la balanza los aleja de su idea original. Cuando les va muy bien económicamente,suelen regresar a visitar a la familia puede que hasta se compren “un pisito” por allá para tener donde llegar o para rentar… un pié acá y otro allá.

En el caso de mi familia, mis abuelos regresaron a España ya muy mayores y mi tía se fue en cuanto sus hijos fueron preadolescentes, probablemente por miedo a que hicieran su vida en Venezuela y ya no se quisieran regresar.Mi tío se quedó a trabajar en Caracas para poder seguir manteniendo a la familia desde allá. Un matrimonio, o mejor dichouna familia desintegrada por las circunstancias.

En el caso de mis padres todo fue diferente; mi padre siguió siendo un hombre avocado siempre a aprender. Estudió dibujo técnico y contabilidad por correspondencia en una Universidad de Buenos Aires y trabajó durante 30 años en una empresa americana, en la que llegó a ser jefe del departamento de diseño.Recibió de manos del Presidente de la República (no recuerdo cuál de todos) una medalla al mérito del trabajo porque jamás, en 30 años había faltado por enfermedad ni llegado un minuto tarde.

Cuando llegó la era de las computadoras y ya no se necesitaron dibujantes técnicos, mi aita ya estaba en edad de retirarse y así lo hizo.

Pero la razón más importante por la que mis padres decidieron quedarse para siempre en Venezuela fue el nacimiento, finalmente, de mihermano. Cuando él nació yo tenía 8 años y no me hizo ninguna gracia su existencia, sobre todo porque mi madre, después de perder dos hijos, se avocó completamente a ese retoño. Para ese momento yo era bastante independiente y con tantos distanciamientos no era la hija buena y sumisa que ella hubiera querido, lo cual marcó para toda la vida nuestra relación.

Cuando iba yoa comenzar mi educación secundaria, alrededor de los 11 años, una vez más mis padres se hicieron a la idea de que iban a regresar a vivir en España y me mandaron a “abrir camino” y empezar la escuela en el mismo colegio de monjas en el que había estado de pequeña. Una nueva travesía en barco (el Begoña) junto con mi tía y mis dos primitos que iban a probar suerte para ver si ya se quedaban porallá. Tres años con mis abuelos paternos, esta vez vivíamos en Neguri, en la parte baja de una vieja casa que pertenecía al esposo de mi tía, hermana mayor de mi padre.Es difícil encontrar en este mundo un lugar más frío, húmedo y oscuro que ese “pisito bajo” donde vivían mis abuelos, pero una vez más fuifeliz en mi Vizcaya adorada.Mis abuelos eran pobres como las ratas y el hecho de que mi padre mandara dinero desde Venezuela para mi vestido, sustento y educación, ayudaba un poco a ese par de ancianos que una vez más me acogieron con enorme felicidad y me mimaron todolo que pudieron. Estoy segura de haber sido la envidia de todos mis primos. Influía mucho el hecho de ser la única (junto con mi hermanito que estaba en Venezuela) que llevaba el apellido de mi abuelo, puesto que mi padre solamente tuvo hermanas mujeres.

Pues sí, a pesar de la pobreza y de vivir al cuidado de un par de ancianos en una casa fría y oscura, yo era feliz.Me levantaba todos los días muy temprano y tomaba el tren de Neguri a Algorta para ir al colegio; de regreso muchos días, sobre todo cuando no llovía, solía ir caminando por toda la Avenida Basagoiti junto con algunas de mis compañeras que iban quedando por el camino, al final quedábamos solamente mi prima Pili y yo, ella vivía en el piso de arriba de la misma casa.

Como se pueden imaginar, mis padres y hermano nunca me siguieron hasta España y después de 3 años, ya casi con15 años de edad, tuve que regresar a Caracas donde ya mis padres estaban seguros de quedarse indefinidamente. Este fue mi primer viaje en avión, una nueva experiencia que, como toda novedad, me encantó y me causó más anhelo de seguir viajando. Terminé mi Bachillerato Español en el Instituto Cervantes de Caracas, que era un colegio especial para hijos de españoles. Claro que la mayoría de mis compañeros y compañeras viven hoy en día (si es que todavía viven) en alguna parte de España. El hecho de viajar continuamente tiene también esa desventaja, nunca he tenido amigos o amigas a los que haya conservado durante mucho tiempo. Hoy, aquí en México conozco personas que conservan amigos desde la escuela primaria, eso me causa un poco de envidia y a veces megustaría saber dónde estarán mis compañeros y compañeras de escuela que por momentos fueron tan importantes en mi vida, cómo están físicamente, con quién se casaron, ¿se acordarán de esta niña errante, de esa primera novia, del primer beso?… la nostalgia.

Después de esta etapa, que creo que fue la más larga que conviví con mis padres y mi hermano, me casé muy joven…demasiado joven, probablemente por el simple hecho de que ya era demasiado tiempo viviendo “lo mismo” y me fui a vivir a Alemania durante 5 años. Ahí mi primer matrimonio fracasó, se puede decir que era fácil de predecir pues fue una unión muy joven e inconsciente. De mi segundo matrimonio, con un francés, tengo dos hermosos hijos, uno nacido todavía en Alemania, pero que llegó a México muy pequeño y otro en México. El mayor se casó con una hermosa Boricua y vive hoy en Puerto Rico, la historia se repite y tenemos una nueva razón para vivir la nostalgia. El segundo vive cerca de mí casado con una preciosa Tapatía de apellido vasco. Ambos son muy conscientes de sus orígenes en los que se mezcla la sangre española y francesa, pero también de sus apegos y amores a todo lo que es Latinoamericano: su tío y primos venezolanos, la familia de Puerto Rico, el amor a México de ambos, pues aquí crecieron, se educaron, se enamoraron e hicieron sus vidas, también uno lejos de otro como mi hermano y yo… el sino de emigrantes.

Allá en mi segunda patria queda aún una de las partes más importantes de mi vida:

Mi hermano es hoy en día uno de mis más grandes tesoros, es un hombre maravilloso, un venezolano de corazón, padre de dos hermosos “venezolanos” que lucha continuamente y con las armas de la paz y de la libertad, contra el “demócrata tirano” que hoy rige, por derroteros no muy claros, los destinos de ese maravilloso y rico país en el que hace menos de un mes lo acompañé al supermercado para comprobar que no había aceite, leche en polvo o azúcar. Su esposa es también venezolana, hija de catalanes y se refiere siempre a mi hermano como “galleguito” ¿Ven como finalmente todo se nos regresa?¿Qué pensaría mi abuela de que a su nieto favorito terminaran diciéndole “galleguito” como muestra de cariño?

Pero bueno, en Venezuela todos los españoles son “gallegos”, así como aquí en México somos “gachupines”, muchas veces hay en esas palabras un dejo de burla y muchas otrasse nota claramente la superioridad que se nos otorga gratuitamente por costumbre.Conozco hijos de españoles nacidos aquí en México que hablan con la “z” para demostrar que no son “totalmente de acá”, que están orgullososde suascendencia española.

Mis dos padres fallecieron ya y están enterrados en su patria de adopción, cerca de su hijo adorado a quien le tocó cuidarlos hasta el final con muy poca ayuda de mi parte, que la mayor parte del tiempo he estado muy lejos. Viajaba siempre que las finanzas me lo permitían a verlos, pero lo que surgió en mí gracias a todas estas circunstancias fue un real desapego de mi familia y unas ansias insaciables de “cambio”. Hasta hace pocos años me costaba mucho trabajo estar más de tres o cuatro años en el mismo lugar, hoy en día me sigue gustando mucho viajar, pero ya la edad me recomienda más estabilidad, sobre todo en el plano físico, aunque no así en el intelectual, ni en el onírico. Sigo soñando siempre con nuevos viajes, aunque sea sólo gracias a lalectura, una de mis grandes pasiones.

No sé cómo haya influido en otras personas el hecho de salir de su patria de origen a buscar nuevos horizontes, en mí puedo decir que causó un síndrome que he aprendido a llamar “de capitán de barco” porque me gusta estar en “el camino” y no demasiado tiempo en el mismo puerto.

Sé que para mis padres fue muy difícil aceptar que yo me había convertido en una hija “alejada” gracias a su afán de mandarme siempre por delante y nunca cumplir con alcanzarme. Todas esas idas y venidas hicieron de mí una extraña en mi propia familia y estoy segura de que les dolió mucho, pero finalmente respetaron mis decisiones en todo momento, lo cual no siempre me llevó por caminos fáciles, muchas veces me sentí sola y cometí errores que luego fueron duros de reparar.Poco antes de morir mi padre´, después de quedarse viudo,vivió conmigo seis meses aquí en México, país que ya había conocido y que adoraba. Durante ese tiempo pudimos compartir, rememorar, llorar y sanar heridas que llevaban abiertas muchos años.Muchas veces mi padre se preguntó en voz alta delante de mí: ¿Cómo hubiera sido nuestra vida y nuestra familia si nos hubiéramos quedado a vivir en España?, ambos lanzábamos ideas y nos cuestionábamos, reíamos y llorábamos juntos, pero finalmente él llegó a una conclusión: “ Eso fue lo que nos tocó vivir y creo que hicimos siempre lo que nos pareció que era mejor para todos, lo más importante es que tanto tu hermano como tú son personas sanas, hermosas, productivas y sobre todo saben que en el mundo no hay países buenos y malos,en todo lugar has cosas maravillosas y en cada persona, de la raza, color o cultura que sea, siempre habrá algo bueno que descubrir y compartir” .

“Aita” falleció poco después en su Caracas, la ciudad que tanto quiso. Sus últimos meses estuvo muy triste por la situación en que estaba políticamente su país, él tenía un espíritu e ideas socialistas y por lo tanto había votado por la persona que dirigía el gobierno pensando en que las cosas iban a mejorar, sin embargo no fue así y se quedó con grandes deseos de regresar a México una vez más.Diariamente lo percibo junto a mí y todavía puedo sentir su nostalgia por su Vizcaya querida… por Venezuela…por el vivir en este mundo. Pero me invita a no tener miedo al último viaje hacia el lugar donde nadie se siente “expatriado”.

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