Ya no era un pibe…
Estoy dando la vuelta de la vida, mis 50 años así lo indican.
Y la muerte… ahí, esperando en algún lugar del tiempo y espacio.
El día que me toque, no voy a pedir al cielo deseos grandilocuentes, los funcionarios del paraíso no van a tener que gastar mucho conmigo.
Solo un partido… con mis amigos de siempre, jóvenes de nuevo, por un instante de eternidad, donde el contrario es la muerte, su equipo: que ganan siempre!
Pero ahora no, íbamos a poner a prueba el título de «Imbatibles».
Monti, nuestro arquero, engañaría a más de uno, porque atajaba sin volar… teníamos a los hermanos Cale en defensa, donde los delanteros de la muerte caían una y otra vez, burlados por los defensor, con astucia, y el cuatro escalando una y otra vez. El pelado que engañaba con su pared con el flaco, portador de una zurda implacable en el mediocampo.
Conmigo en el medio, que al ser mi último partido no iba a dejar de chocar y encerrar a cada integrante del mediocampo de la muerte.
El petiso que los iba a engañar, pensando que solo era un estratega y también les iba a robar la pelota para atacar de nuevo, y el negrito arriba, que pobres giles! podían conocer el universo pero no los potreros donde se hizo mágico, moviéndose a un ritmo inentendible.
Ganamos 2 a 0.
Al final morimos todos pero jamás descubrieron como con una pared dejamos mano a mano al negrito quien definió picando la pelota.
El segundo de la nada, quedó el petiso mano a mano con el arco, y definió con un tiro cruzado cuando salió el arquero.
La muerte, insultó a sus jugadores, y éstos se peleaban entre ellos: ¿Cómo nos ganan estos muertos? ¿De donde salieron?
La muerte lo entendió cuando nos vio salir, todos juntos y riendo, hablando del puntaje de cada uno.
Entendió que lo que nos hacía fuertes era algo que nunca podría vencer: ni el tiempo, ni el espacio, ni nada… era la amistad, una fuerza tan poderosa como el mismísimo universo.
Hernán Zurita.
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