El cofre del estero

Dicen que el calor en Formosa no solo tuerce los troncos, también tuerce las memorias.

El viento norte soplaba como un animal viejo cuando encontraron el cofre.

Estaba medio hundido en el barro del estero Pucu, con las bisagras comidas por el óxido y una cuerda atada, como si alguien hubiese querido rescatarlo y se arrepintió a último momento.

Lo encontró Don Eusebio, pescando bagres al amanecer.

Dice que al abrirlo, el aire se volvió más espeso.

Adentro había cartas envueltas en tela de lino, un medallón con las iniciales “R. G.” y una pistola oxidada, calibre .32.

Las cartas hablaban de amor.

Pero no del amor que se confiesa: del otro, el que se esconde.

Eran de Rufina Gamarra, esposa del comisario Luján, dirigidas a su cuñado.

Cartas escritas con la letra temblada de quien sabe que un día la van a encontrar.

El último papel, fechado en 1949, decía:

“Si no volvés esta noche, no volveré yo tampoco. Que el río se lleve lo que reste.”

A los tres días de esa fecha, el cuerpo del cuñado apareció entre los juncos, con un tiro en la nuca y un rosario enredado en los dedos.

Nunca se supo quién lo mató.

Pero todos sabían.

El cofre se cerró otra vez y lo llevaron al destacamento.

Dicen que desde entonces, por las noches de calor inmóvil, el medallón brilla solo, como si el alma de Rufina buscara todavía su perdón entre los zancudos y las ranas del estero.

En mi provincia, el tiempo no olvida.

Solo se esconde en los pantanos, esperando que alguien lo vuelva a abrir.

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