Cada día miro por la ventana que ilumina mi oficina.
Hoy es rojo, quizás naranja. Caen las hojas del árbol frente a mi ventana con gracia hacia el piso inferior. Sigo con la mirada el vaivén de la pequeña hoja hacia el rojo de una bufanda que rápidamente se perdió en la distancia…
Con la mañana llega el negro y con él, otro día.
Hoy nuevamente miré por la ventana. El mismo árbol de siempre recibió mi mirada. El rojo intenso predominaba frente a mí. El mismo rojo del atardecer en el horizonte. Bajé la mirada al piso inferior. Nada.
…Hoy la ventana solo muestra blanco, el rugiente sonido celeste anuncia una tormenta. El rojo del árbol lentamente se estaba perdiendo en la nada, cayendo de mota en mota hacia el piso que haría desaparecer su color. Bajé la mirada. La bufanda roja había regresado y miraba en dirección a mi despacho.
—Baja— parecía estar diciendo con el movimiento de sus labios.
Miré hacia el cielo ahora despejado. Frente a mí. Nada.
Tomé el abrigo en mi asiento y bajé para encontrar a quien me llamaba.
—¿Estas listo? — preguntó. Ladeé la cabeza y miré hacia donde los colores cambiaban frente a mi ventana. Rastros de un tronco cortado.
—Es rojo— murmuré. Levanté la mirada. —Estoy listo— dije finalmente y dirigí el camino que señalaba el extraño.
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