Una tarde de Halloween

Una tarde de Halloween

Landa

01/11/2025

Era la tarde de un sábado 31 de octubre , y en casa nos preparábamos para el cumpleaños de mi hermano del medio, Martín, que era al día siguiente. Nuestros padres no estaban; sólo estábamos nosotros tres: mi hermana Lorena , de sólo dos años, yo, que le llevaba diez, y Martín, ocho años más grande que yo. Por ser el mayor, se suponía que debíamos hacerle caso, pero éramos niños y a menudo lo ignoramos.
Lorena y yo nos pusimos a jugar cerca de las escaleras. La casa era enorme: un majestuoso salón-comedor y cocina en la planta baja; tres dormitorios, dos baños y un gran estar en la alta.
Las escaleras siempre estaban a oscuras; el foco se había quemado hacía años y mi padre, a pesar de las discusiones con mi madre, jamás lo cambiaba. Siempre decía: «después lo hago». Aunque el después nunca llegó…
Recuerdo muy bien los gritos de mi hermana:
— ¡Ahí está, ahí! Mirala. Ella quiere jugar también.
—¡Pero si ahí no hay nadie! —le respondí, bastante asustado y con voz temblorosa.
—Sí, sí. Ella está ahí, es una niña y quiere jugar con nosotros —me seguía gritando.
Comencé a llamar a mi hermano más grande:
—¡Martín, Martín! ¡Vení rápido, que Lorena dice que hay una nena en las escaleras!
No me respondía, y Lorita seguía diciendo que esa nena quería jugar con nosotros y que estaba ahí, con nosotros. Cuando la agarré por debajo de los brazos para levantarla, me doy vuelta y veo a mi hermano parado a unos tres metros de distancia, se encontraba totalmente congelado y con la mirada fija hacia donde nos encontrábamos. Estaba tan blanco que parecía un muñeco de nieve.
Comencé a temblar con mi hermanita en brazos y sintió que su corazoncito latía fuertemente en mi pecho, pero cuando me di cuenta ya era tarde. Ella estaba mirando directamente hacia el mismo lugar que mi hermano mayor. En el instante que decidí girarme lentamente siento más que un escalofrío subir por toda mi espalda, mi cuerpo se encontraba por la mitad del camino y antes de girar por completo, escucho la voz de mi padre:
—¡CORRAN… TODOS CORRAN! 

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