Nacimos con las manos atadas
y la mirada hambrienta.
Pedimos un bocado de rodillas,
mientras en el bolsillo
nuestra ira solo crece.
Nos enseñaron a no alzar la voz,
aunque nos quemen la boca
al intentar alimentarnos.
Y lo peor es que, cuando intentamos
levantarnos,
todos nos quitan y todo lo devalúan.
Somos hijos del olvidado
y del despreciado.
Mi apellido no conoce de hermanos,
ni mucho menos, de un hogar.
Madre.
Padre.
¿Cuándo dejaron de mirarme?
¿Cuándo dejarán de desear que su hijo viva sin orgullo?
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