
El olor a salitre del mar y el café recién colado de mamá… esa mezcla era lo que significaba «casa» para mí. En Don Juan, un pueblito que podrías encontrar en cualquier rincón del país, la vida parecía simple, tejida con risas y una calma que te hacía creer que nada malo podía pasar. *Qué equivocados estábamos*.
Porque debajo de esa postal caribeña, Don Juan escondía secretos. Cosas que habían empezado a salir a flote poco a poco, como la humedad que pudre la madera desde adentro, sin que te des cuenta hasta que es demasiado tarde.
Esa mañana empezó como cualquier otra. La alarma sonó, odiosa como siempre. Mamá gritó mi nombre desde la cocina. Me vestí, desayuné, y salí para la escuela. El guion de siempre. La primera clase, Matemáticas, era un somnífero. El único misterio era cómo diablos iba a resolver esa ecuación de segundo grado.
Pero a las 8:47 a.m., todo cambió.
No fue un ruido. Fue un grito. Un grito puro, de esos que te hielan la sangre, que no vienen del miedo, sino del horror más absoluto. Vino del patio. El profesor de Mates se quedó tieso, con la tiza en la mano. En un segundo, la clase se convirtió en un caos. Sillas arrastrándose, murmullos de pánico. Corrimos todos, empujándonos, con esa necesidad morbosa de ver qué había pasado.
Y lo vimos. La escena se nos quedó grabada a fuego en la memoria.
En medio del césped, estaba una de las gemelas Andrews, *Penélope*. Arrodillada, llorando de una forma que no parecía humana, con la cara desfigurada por el pánico. Y a sus pies, quieta, demasiado quieta, estaba su hermana, *Ágata*.
No era la primera muerte que manchaba a Don Juan, ni sería la última. Pero esta era… diferente. Ágata no se había caído. No se había ahogado en el río. Estaba ahí, en mitad del colegio, y la única pista de lo que había pasado era una *marca extraña* en su muñeca. Parecía dibujada, no hecha por accidente. Sin duda, era la muerte más rara que este pueblo había visto jamás.
### *La Marca y la Duda que Creció como Maleza*
Cubrieron el cuerpo de Ágata con una sábana, pero ya era tarde. Todos habíamos visto la marca. No era un corte, ni un moretón. Era un símbolo, grabado con una precisión que daba escalofríos en su muñeca izquierda: un círculo perfecto con tres líneas onduladas dentro, como si fueran agua. La piel a su alrededor estaba blanca, fría. Era la firma de algo.
La reacción del pueblo fue inmediata. El grito de Penélope fue la señal de que la calma se había roto para siempre.
* *El silencio se apoderó de todo.* Las risas se apagaron. El olor a café de la mañana ahora olía a miedo. Los vecinos, que ayer se saludaban como familia, hoy se miraban de reojo, con desconfianza.
* *La escuela se volvió un lugar maldito.* La policía local, que estaba más acostumbrada a separar peleas de gallos que a investigar un asesinato, acordonó la zona con una torpeza que solo nos dio más miedo. Nadie entendía cómo algo tan brutal podía pasar a plena luz del día, rodeado de nosotros.
* *Los rumores empezaron a correr como veneno.* Viejas leyendas que los abuelos contaban para asustarnos ahora parecían reales. Se hablaba de pactos, de deudas con el río. La gente empezó a cerrar las ventanas por la noche. El sol de la mañana ya no traía calma, solo iluminaba el miedo en nuestras caras.
        
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