El viento se eterniza en mis cabellos;

implacable, invade mi alma.

Reina lo desbocado, lo enloquecido.

Una andanada de silbidos

aturde a los pinos esbeltos.

Ciego, sordo, loco, hambriento,

ya no sabe de límites:

todo lo arrasa lo devora,

lame la tierra reseca,

desgaja los brotes tiernos;

aniquila, con remolinos de polvo,

la seda de las flores del cerezo.

Hasta el sol pierde la razón 

y no ilumina;

desfallece entre estertores de destellos.

Se espanta, la tarde, y huye.

Sólo tú permaneces intacto,

impávido ante las ráfagas furiosas.

Es que, anclado estás en mis pensamientos,

aunque la traición sea tu derrotero.

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