Esta es mi postura al medir mi talento. Lo bueno de ser niño es que puedes intentar ser todo lo que desees.
Yo fui artista y me aburrí de eso cuando mi madre me dejó de halagar. Fui compositora después de escuchar todos los discos de Rojo, que siguen siendo mis favoritos. Lo abandoné cuando preferí cantar lo que ya estaba escrito. Ahí pensé en ser cantante; todos los días, en todas partes, cantaba sonoramente.
Cuando mi madre comenzó a aprender piano, dije: «No, ahora quiero ser pianista», pero al cabo de haberme aprendido unos acordes, decidí que no sería lo mío.
Como teníamos una casa grande, tenía muchos gatitos. A menudo llegaban gatas embarazadas a las que yo alimentaba, amaba y «curaba». Entonces, ahí encontré algo que realmente me gustaba. Después de que vi el parto de una gata a la cual yo llamaba «Negra», me pareció lo más lindo e impresionante que había visto.
Mientras mi madre trataba de apartarme con asco para que no lo viera, mi alma humana deseaba verlo todo desde más cerca. Así crecí y dije: «Quiero ser veterinaria». Sueño que no perseguí con vehemencia, sin embargo, es algo que realmente me apasiona. Incluso siendo mayor, soy la que más se emociona cuando hay una operación, una vaca va a parir o cuando se trata de curación. Ver todo esto y ayudar de cerca es mi mayor pasión.
Sin embargo, mi infancia prosiguió. Luego de tantas profesiones fallidas, llegué al punto de pensar: «Quizás no tengo talento para nada».
Luego, cuando fui adolescente, tuve la idea de querer ser actriz. Sin embargo, después de medio año me di cuenta de que solo tenía afición por las películas; ese sueño fue muy fugaz.
Cuando encontré una afición por la lectura, empecé a escribir. Quería demostrar, a través de una escritura que solo era para mí, la belleza de ver obras maestras en la cotidianidad, exponiendo las sombras y matices que puede haber en un ser humano. (En especial para aquellos que sobrepiensan y que imaginan mucho antes de acostarse).
Ahí, en medio de las lecturas, nació mi sueño. Cuando dejé de hacer cartas solo con dibujos animados y empecé a hacer cartas con palabras que se unían, empecé con mi madre, luego mi familia y por último mi mejor amiga. Éramos las mejores penpals de la historia, cada carta era mejor que la otra. Ella las decoraba con dibujos, colores y diseños, y yo las decoraba con un lapicero negro y una frase que comenzaba por: «Querida mejor amiga» y terminaba con un «Sinceramente tuya, con mucho amor por siempre K».
Es por eso que cuando en sexto grado mi profesora de lectura crítica me pidió comprar el libro «El Principito» me sentí emocionada. Cuando lo comencé a leer, me sentí identificada con el escritor, cuando decía que los adultos preferían la aritmética, los números, mientras él prefería los dibujos. «Los adultos se sientan a tomar el té y discutir sobre política, en cambio yo quiero imaginar y dibujar todo aquello que mi espíritu sienta». Entonces dibujo una boa que se había tragado un elefante, y todos los adultos solo veían un sombrero.
Justo en aquel momento, ocho años atrás, yo no podía entender ese libro a tanta profundidad. Para alguien en sexto grado que a duras penas respondía preguntas inferenciales, eso no era tan especial. Pero para mí lo fue, pues entendí como un niño que los adultos mayores también somos nosotros, que al crecer nos olvidamos de nuestros sueños e imaginaciones. Todo lo echamos a perder una vez que ignoramos nuestras pasiones por tratar de perseguir el talento. Ahora, mientras leía El Principito otra vez, me sentía diferente y todo lo entendí bajo otro paradigma.
Así que, quizás, como dice el título, no tenga talento, pero mientras tenga alma y corazón, no veo nada de malo en querer poner mis sentimientos y acciones dentro de palabras. Con la sensibilidad que siempre tuve de pequeña, con la decisión de una adolescente y con el amor pasional de una joven.
Por supuesto, no es mi vocación, pero me apasiona. Cada que mis sentimientos evocan, lo hacen las palabras. Por ello no quiero desperdiciar ni un segundo, ni un momento, porque a través de la escritura quiero vivir en el aquí y en el ahora.
Y quién sabe, quizás eres la próxima Virginia Woolf esperando ser encontrada. Entonces, antes que se te haga tarde, no dejes esperando un sueño que luego se convierta en frustración. Desempólvate y atrévete a soñar. Quizás, como yo, vuelve a ser un niño con sueños inquebrantables.
OPINIONES Y COMENTARIOS