Tres meses después de que una bala silenciara para siempre el micrófono de Mauricio ‘Trvko’ Ruiz, su hijo de diez años encontró una memoria USB oculta dentro del viejo equipo de sonido de su padre. El dispositivo contenía una canción inédita, una composición cruda con un beat áspero y una letra que no era una protesta genérica, sino una acusación precisa y peligrosa. La pieza narraba con detalles la red de extorsión dirigida por un policía de alto rango en el distrito de San Martín de Porres, revelando nombres y métodos.

La letra de esa canción póstuma iluminó la verdadera razón de su asesinato. La marcha del quince de octubre no había sido el escenario de una muerte fortuita, sino una trampa cuidadosamente tendida. Su familia, que siempre clamó con desgarrada convicción que «dispararon para matar», comprendió entonces que la orden era un silencio comprado, un intento de acallar una verdad incómoda. Mientras la investigación oficial permanecía estancada en una cómoda niebla, la evidencia rítmica comenzó a circular de mano en mano por los barrios.

La justicia, negada en los fríos despachos y tribunales, encontró su propio camino a través de los parlantes. La voz póstuma de ‘Trvko’, cargada de verdad y ritmo, se convirtió en una evidencia imparable que resonó más fuerte que cualquier informe policial. Su legado, transformado en un himno de denuncia, logró lo que las instituciones no pudieron: exponer los nombres que aquella bala pretendía borrar para siempre, asegurando que su mensaje, y no el silencio, tuviera la última palabra.

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