Quisiera tener la habilidad de que lo que escribo pudiera ser leído casi de la misma manera magnífica en la que mi cabeza lo piensa; ojalá escribiera de forma tal que las letras sean digeridas y convertidas en aquel pensamiento propio que despiertan los que sí saben del arte de las letras. Y, no conozco peor sentimiento que la incomprensión que puede causar en los demás la carencia de vocabulario y fluidez de las ideas, es insoportable y frustrante. Aunque, en muchas ocasiones incluso llego a pensar que no es del todo culpa mía, y que mi acompañante está en la misma posición que yo por no ser capaz de comprender más allá que solo las torpes palabras que escapan una detrás de otra intentando remediar esa distancia que crea la falta de entendimiento. Entonces, puedo decir que he creado la intolerancia a que, precisamente, tú y yo no nos podamos comprender; en un inicio creí que yo misma podría solucionar lo que para mí era solo un pequeño detalle perdido en el mar que llamé «lo que definitivamente quiero para mí», en ese oleaje furioso donde quería ahogarme solo porque sí, porque tú lo provocabas, pero no pude. No pude una vez, ni a la siguiente, ni la vez después de esa y el tiempo siguió pasando sobre los dos, implacable, y sentía que me ardía saber que para ti esas horas constituyeron piezas que fueron de apoco construyendo la vida de la que tanto te enorgulleces, de que la que no puedo formar parte; mientras que, para mí, todas esas horas solo fueron intentos vanos de hacerme la versión de mí misma que podías comprender y que tal vez yo podría expresar.
Es lo que más me impresiona de nosotros dos, ¿sabes? Cómo podemos ser capaces, y perdón por sentenciar por los dos, a lo mejor solo me sucede a mí y corrijo, ¿Cómo puedo ser capaz de sentir la tormenta cuando estoy tranquila encima de tu pecho, si tú no me entiendes y, definitivamente, no sé cómo entenderte a ti? Mis pensamientos no saben predecir tu comportamiento y me preocupa inmensamente que jamás puedo estar consciente con certeza de aquello que te deja pensando o te quita el sueño, tú nunca me lo dijiste, no me lo dirías. ¿Y por qué no me lo dirías? ¿No quieres preocuparme, no me sientes lo suficientemente cercana, o crees que no tengo cabeza suficiente para ayudarte con lo que te molesta? Negarás con la cabeza a todo y creerás que sobre pienso las cosas. Me traerás la calma que necesito porque tú puedes hacerlo, mi cabeza sentirá el alivio, pero la angustia hecha nudo dentro de mí seguirá latiendo para recordarme que no hay calma si somos, en esencia, esa tormenta incierta que jamás cede.
Me va un poco mejor desde que entendí que en mi cabeza eras más de lo que me podías dar realmente, pero no he ahogado del todo esa niña que precisamente tú creaste, que siente ansias devoradoras de por fin enredarse en lo que realmente te importa y saber con exactitud lo que hay detrás de esa mirada callada. No creo ser capaz de deshacerme de ella, y me molesta porque creo que por ti no seré capaz de crear la parte de mi que anhele desesperadamente estar envuelta en alguien más. Mi estómago perdió la habilidad de emocionarse, mi pecho no se aprieta contra sí mismo, mis manos no tiemblan y mi corazón ya no es capaz de saltarse un latido de forma que me ahogue por un momento.
Me llegaste a decir que me odiabas, imagino que a lo mejor casi tanto como me amaste. También lo hago, ahora más que nunca porque me doy cuenta que mi cuerpo ya no acompaña lo que quiero sentir, no tiene las sensaciones que busco y todo a causa de que se quedó entumecido justo en el centro de tu tormenta, de ese oleaje acompañado del viento enfurecido que crea olas tan grandes que mantienen las distancias entre los dos y que con el tiempo solo me alejan de ti y nunca me traen de vuelta. A mi manera estoy perdida, no me di cuenta hasta hace poco, me parece que, de cierta forma bastante injusta, justifica que te desee de vez en cuando. Lo que realmente quiero es a mí misma, o tal vez a las sensaciones que una vez me acompañaron cuando eras tú al que le quería sonreír.
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