JOSE EUGDALDO DIAZ FERNANDEZ

CAPÍTULO I. EL MITO

¡Dormir, cosa más bella en la vida!, pensó la jovencita, al tiempo que reclinaba la cabeza en la almohada. Pocos minutos después, quedó profundamente dormida.

Olimpia era una niña precoz de doce años, de piel blanca, delgada y de ojos azules.

Cuando los rayos solares calentaban la cabellera de la niña, su pelo brillaba como el oro; lucía más esbelta, era como una ninfa griega de espíritu divino y semblante de ángel.

Era una noche calurosa, el cielo estaba estrellado, la luna sonreía a los transeúntes que caminaban por el lugar, iluminando las pequeñas calles empedradas del pintoresco pueblito. Era el mes de mayo, en el año en que se dio la huelga bananera en el norte del país.

Olimpia sabía que, si no llegaba temprano a la escuela, tendría problemas con el maestro de Historia Universal. Con tan mala suerte, se levantó tarde. Le tocaba exponer sobre la prehistoria y no estaba preparada para la exposición.

Faltaban solamente cien metros para llegar al centro de estudios, y a lo lejos escuchó el sonido del portón que se cerraba. Apresuró el paso, pero fue inútil su esfuerzo. El portón ya había sido cerrado.

Olimpia sintió que el mundo se le venía encima.

—¡¿Qué haré ahora?! ¡Me va a ir mal en Historia Universal! —exclamó, mirando al cielo.

Una lágrima rodó por sus mejillas, rosadas por el sol. Fijó su mirada en una piedra que estaba al lado del portón. Era una piedra que permanecía en ese lugar desde hace mucho tiempo.

La niña nunca se había percatado de ella, ni jamás se había sentado encima. «Es el momento oportuno de hacerlo», pensó. Colocó la bolsa de tela azul al lado de la piedra, estiró los brazos y se sentó.

La pequeña dejó escapar un suspiro que se mezcló con el viento y el canto de los pájaros. Subió como súplica al Olimpo, para que Zeus la escuchara e intercediera por ella en la conducta del maestro, con el objetivo de que le diera otra oportunidad para no reprobar la clase.

Pasaron las horas y la jovencita seguía sentada en aquella piedra. Vio acercarse al maestro; se paró, y los pies le temblaban. Cuando lo tuvo frente a ella, exclamó con voz temblorosa:

—¡Mañana le traeré su tarea!

El maestro detuvo sus pasos, la miró fijamente a los ojos y contestó:

—Esa tarea ya no vale. Ahora tendrás que hacer un ensayo sobre el mito y lo entregarás el lunes a primera hora.

—¡Dios mío! Nunca he hecho un ensayo… ¿Ahora qué voy a hacer? —pensó, con cara de preocupación.

Con coraje tomó su bolsa y caminó hacia su casa. Al pasar por la iglesia del pueblo, pidió ayuda al Señor Ecce Homo, que en español significa “He aquí al Hombre”, al tiempo que se santiguaba. Luego volteó la mirada hacia la otra calle y se percató de que la biblioteca estaba abierta.

Llegó a la puerta. Observó que no había ni un alma; un silencio sepulcral acobijaba los libros de la pequeña casa de estudio. En el rincón de la biblioteca, vio a una mujer sentada en un sillón viejo. Ya entrada en años, con cabellos de plata y tez morena clara, su estatura era baja, y su espalda encorvada por el paso del tiempo. Su mirada era tranquila y sus labios vírgenes como los de un niño recién nacido. Nunca se había casado.

La bibliotecaria cubría su cabeza con un chal negro. En sus manos sostenía un libro: en la portada se leía Mitología griega. Un libro antiguo.

Olimpia se alegró. Era justo lo que buscaba.

—¿Me puede prestar ese libro? —le preguntó a la anciana con voz suave.

La anciana sacó de su escritorio de madera, carcomido por el tiempo, un Diccionario de la Real Academia Española del año 1954, y se lo dio. Entre ellas no hubo palabra alguna más. Olimpia lo tomó, buscó dónde sentarse, abrió el libro con mucho cuidado para que no se deshojara. Su dedo índice recorrió la página hasta llegar a la letra M, donde encontró la palabra mito:

Relato de los tiempos fabulosos y heroicos, de sentido generalmente simbólico; cosa que no tiene realidad concreta.
Ejemplo: el mito de la Atlántida.

Olimpia no sintió pasar el sábado ni el domingo. En un instante, ya era lunes, el día de leer el ensayo.

La niña fue la primera en llegar a la escuela José Cecilio del Valle. Después llegaron, de uno en uno, sus compañeros. Por último, entró el profesor de Historia Universal. Colocó su maletín negro encima del escritorio, saludó a sus alumnos y dijo:

—Antes de empezar la clase, Olimpia tiene algo para leer. Pase, por favor, al frente.

Ella se levantó lentamente de su asiento y se colocó en el centro del salón de clase. Empezó a leer con voz ligera:

Durante mucho tiempo, el ser humano ha creado mitos para explicar lo inexplicable. De hecho, para todo existe un mito, siendo su objetivo dar respuesta a las preguntas filosóficas que el hombre se ha hecho desde la creación de la humanidad.
Por ejemplo: ¿Quién es Dios? ¿Qué es el hombre? ¿De dónde venimos?
Antes del cristianismo, en Normandía se creía que Thor volaba en un carruaje tirado por dos cabras, y que con su martillo creaba truenos, rayos y relámpagos. Era como un superhéroe para los norteamericanos, pues la palabra Thor
significa trueno.
Los truenos y rayos suelen estar acompañados por la lluvia, que da vida a los seres vivos. Así, la lucha entre Thor y los gigantes es la que provoca los cambios en la naturaleza.
El mito, entonces, fue la explicación de lo que no se entendía.

Los alumnos aplaudieron a la niña. El profesor expresó:

—¡Muy bien! ¡Excelente! Ya pueden salir de clase.

—Thor… ¿De dónde sacaste esa historia, Olimpia? —preguntó Grecia, una de sus compañeras de escuela.

—Fue revelación de los dioses del Olimpo —respondió, sonriendo.

—¡Ya llegué, mamá! —gritó la niña al llegar a casa.

No había nadie. Solamente Cupido, el perro pastor alemán que su padre le había heredado, un viejo militar del batallón de infantería, muerto en la Segunda Guerra Mundial. Su madre nunca hablaba de él.

Se escuchó el tac tac de la puerta. Olimpia la abrió. En el piso se encontraba una revista. El título decía: “Dios te ama”, revista del Ministerio Faros de Luz.

La adolescente hojeó la revista con curiosidad. Encontró un versículo del Libro del Génesis —que significa “origen”—:

“En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra.”

Leyó la niña, y recordó una de las preguntas del ensayo: “¿De dónde venimos?”

—Ah, esta es la respuesta. La religión me dará la respuesta —dijo.

Tiró la revista en el viejo sofá y salió presurosa hacia la biblioteca. Entró como si fuera a recoger una herencia de mucho dinero.

—¡Hola, señora Sophía! Présteme un libro de religión, por favor —dijo con voz acelerada.

La maestra jubilada se levantó lentamente de la silla donde se encontraba sentada y le dio otro libro: Historia de las religiones.

Olimpia leyó sobre el origen del cristianismo, pero aún se sentía vacía de respuestas. Entonces entendió que el mito, la magia y la religión eran formas de pensamiento que pretendían explicar algo muy alejado de nuestra realidad objetiva. Algo que va más allá de la física y entra en el campo de la metafísica.

Volvió a buscar el libro de filosofía y se lo llevó a su casa.

En el pueblo llovía a cántaros. Era el mes de mayo, muy lluvioso.

La gente estaba ansiosa por la llegada del nuevo sacerdote. Todos se encontraban reunidos en el parque central; la comitiva del lugar lo esperaba con mucha curiosidad, desde el alcalde hasta las encargadas de la iglesia parroquial, y el pueblo entero.

Ese día era una fiesta solemne para los pueblerinos de Ajuterique.

CAPÍTULO II. DEL MITO A LA RAZÓN

Tales de Mileto, decía la portada del libro.

Olimpia se sentó en la cama, abrió el libro de filosofía, y lo primero que encontró fue la etimología de la palabra: decía que “filosofía” viene de dos palabras griegas que significan “amor a la sabiduría”: filo, que quiere decir amor, y sofía, sabiduría.

Encontró otro concepto: “ciencia que estudia las últimas causas a través de la razón”. Recordó el nombre de la maestra bibliotecaria y lo relacionó con la palabra Sofía. Le entró curiosidad por saber el significado de su propio nombre. Volvió a buscar en el libro y encontró la palabra Olimpo, lugar donde habitaban los dioses.

—Pues de allí viene mi nombre —pensó—. ¡Soy una diosa del cielo!

Eran casi las siete de la noche. Su madre no había llegado, y tenía miedo de estar sola. En el pueblo se contaban historias de fantasmas. Creía que uno de ellos la atraparía. Recordó al duende, un hombrecito con un gran sombrero que se llevaba a las niñas bonitas.

Con una cobija blanca se cubrió todo el cuerpo. Como por arte de magia, Morfeo se apoderó de ella, hasta que volvió a nacer el sol.

En la clase de Historia, el maestro escribió en la pizarra: La teoría de Darwin y La teoría de la gran explosión. Explicó que estas tesis trataban de argumentar cómo se había creado el universo.

Olimpia, con los ojos abiertos de admiración, quedó más confundida. En la catequesis y en la escuela dominical le habían enseñado que Dios creó el mundo de la nada, como explicaba Agustín de Hipona en su teoría ex nihilo, y como lo dice la Biblia.

—¿Por qué traes ese libro de filosofía, Olimpia? —preguntó Grecia, envuelta en un misterio de curiosidad.

—Estudio filosofía —contestó Olimpia.

—¿Estás loca? ¡De verdad! —comentó su compañera con tono burlesco.

Al salir de la escuela, Olimpia entró a la biblioteca. No había nadie. En el escritorio de Sophía encontró una nota escrita con lápiz de carbón:

“Tales de Mileto, Anaximandro, Anaxímenes, Heráclito y Parménides”.

Olimpia entendió que la bibliotecaria se la había dejado con el propósito de encontrar respuestas a sus interrogantes.

En el libro de filosofía aparecían esos nombres. Eran filósofos llamados presocráticos porque vivieron antes de Sócrates. Siguió leyendo.

Tales de Mileto vivió entre los años 624 y 548 a. C. Pensaba que el arjé del cosmos era el agua.

Olimpia entendió entonces la importancia del agua para los griegos. Recordó el mito de Thor.

—Olimpia, hija, ¿dónde estás?

—Aquí, mamá, en el cuarto —respondió la niña.

—Perdón por llegar tarde, pero fui a la iglesia a recibir al curita.

—¿Y cómo es él? —interrogó Olimpia.

—Muy joven, lleno de entusiasmo y con ganas de cambiar la mentalidad de la gente de este pueblo. Ya era tiempo. ¡Hay muchas santurronas por aquí! —dijo su madre.

—¡Ah! —exclamó Olimpia.

—Mamá, ¿de dónde venimos?

—Pues tú vienes de mí y de tu papá. Ya no me preguntes, que me haces confundir. Vamos mejor a comer.

—Está bien —contestó la hija.

Terminada la cena, Olimpia subió a su cuarto y empezó a leer el libro de filosofía.

Anaximandro creía que el arjé del cosmos estaba en el ápeiron, lo indeterminado. Anaxímenes
planteaba que el origen del cosmos era el aire.

—Muy interesante —pensó la pequeña filósofa.

Siguió leyendo: “Todo es cambiante. Nuestros sentidos nos engañan. Lo que vemos no es cierto”. Era la idea de Heráclito, el oscuro. Sus poemas eran difíciles de interpretar. Planteaba que “un hombre no puede bañarse dos veces en las aguas de un mismo río”.

Olimpia dejó el libro y recordó los dos ríos del pueblo: el Ganzo y el Sicaguara. Pensó en las inundaciones del Ganzo, que casi destruyeron el pueblo. Recordó cómo la gente rezaba, suplicando a Dios para no ahogarse. Tuvo una mirada de fe en ese instante, al pensar que ya tenían un padrecito en el pueblo. Aunque… se estaba volviendo famoso, por sus problemas con la religión —pensó.

La luna asomó su cara por la ventana de la habitación. Ella la vio fijamente desde su cama y le sonrió.

—Buenas noches, hermana luna —dijo.

Colocó el libro bajo la almohada y se quedó dormida.

Entrada la noche, Olimpia soñó que asistía a un lugar que jamás había visitado, pero que sentía conocer. Despertó con el corazón acelerado. No pudo volver a dormir. Observó por la ventana y vio en la calle una hoja con un dibujo. Se levantó en silencio para que su madre no la oyera. En el papel habían escrito palabras que no entendía:

Cicuta, Sócrates, Apología, sofistas, injusticia, mayéutica, ironía y moral.

Entró como un rayo a su casa. Le temía a la oscuridad. Abrió el libro de filosofía:

Sócrates, filósofo griego que nunca escribió nada. Los sofistas lo condenaron a muerte porque lo acusaron de estar en contra de los dioses y de corromper a la juventud. Utilizaba el método mayéutico, que consistía en hacer preguntas a las personas para que ellas mismas encontraran las respuestas. Su madre era partera; por eso el nombre del método: él hacía “parir” las ideas. Sócrates argumentaba:

“Yo solo sé que nada sé.”

Fue maestro de Platón y una de las mentes más brillantes de Grecia. Murió por ser un hombre honrado.

Olimpia lloró de tristeza al saber cómo murió el filósofo. Se cubrió y se quedó dormida.

Muy temprano, se levantó y fue a la cocina. Su madre no estaba. Escuchó el bullicio en el parque:

—¡Se lo llevaron! ¡Se lo llevaron! —gritaban los feligreses.

—¡Vamos a buscarlo! —decían otros.

Asomándose por la ventana, vio correr a Dionisia, su vecina.

—¿Qué sucede, Dionisia?

—¡Los policías secuestraron al cura! Lo acusan de haber abusado de una niña. ¡Puras patrañas! —dijo con voz de furia, y siguió corriendo.

—Le darán a beber la cicuta, como a Sócrates… Pobrecito. Ojalá que no —pensó Olimpia, preocupada.

Más tarde, Dionisia volvió a gritar:

—¡Olimpia! ¡Los policías se llevaron a tu mamá y a otras más, por no dejar entrar gente a la iglesia!

La joven, como un rayo, se cambió de ropa y salió a ver lo que pasaba. Un camión militar se llevaba a varios parroquianos, incluida su madre, hacia la jefatura del departamento.

—¡Mamá! —gritó Olimpia.

La gente lloraba y gritaba a viva voz:

—¡Queremos justicia! ¡Queremos justicia!

Olimpia lloró como Magdalena y rezó a Dios para que todo saliera bien y su madre regresara a casa.

Al día siguiente, su madre volvió.

—¿Qué pasó, mamá? —le reclamó Olimpia.

—Detuvieron al cura. Ahora está preso, pero pronto saldrá —respondió su madre.

—¡Ah! —exclamó la niña.

Eran casi las tres de la tarde. El sol ardía en las calles. La joven se acostó. Profundamente dormida, soñó con una cueva en el cerro Negro. Dentro de la cueva había hombres encadenados desde que nacieron. Estaban de espaldas a la entrada.

Olimpia tomó una piedra y rompió las cadenas de uno de ellos. Al verse libre, el hombre salió corriendo y gritó:

—¡Soy libre!

Afuera, vio el sol y volvió a gritar:

—¡Esta es mi verdadera realidad!

La niña aún estaba en la cueva. El hombre regresó a decirles a los demás que salieran a ver el sol y los árboles, para darse cuenta de que habían vivido engañados toda la vida, viendo solo sombras.

El liberto se paró encima de una gran piedra desde donde pudo ver el pueblo de Olimpia, la libertadora.

Pero los hombres encadenados quedaron mudos. No salieron.

Entonces, la niña y el hombre caminaron juntos.

CAPÍTULO III. LA LUCHA POR DIOS

Había pasado una semana y Olimpia no asistía a la escuela. Los maestros, como represalia por no haber recibido el pago de su trabajo, no estaban dando clases.

Era domingo, día del Señor.

—Hija, arréglate que vamos a ir a misa a la nueva iglesia.

—¿Por qué no a la iglesia a la que íbamos antes?

—¿No ves que ahora existen dos iglesias en el pueblo? Dios está dividido entre contras y recontras. ¡Como si no fuera el mismo ser divino! —replicó la madre.

La niña no entendió aquel enunciado. Solo se preocupó por arreglarse para asistir a la eucaristía.

Durante la homilía, el presbítero retomó las biografías de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, filósofos y teólogos: el primero del siglo IV, y el segundo del siglo XIII. Comentó que ambos tomaron como base la filosofía griega: Agustín de Hipona a Platón, y Santo Tomás a Aristóteles. Sus pensamientos fortalecieron la doctrina cristiana de su época.

Por ejemplo —dijo el sacerdote—, Santo Tomás demostró la existencia de Dios a través de cinco vías:

  1. Primera vía: El movimiento como actuación del móvil.
  2. Segunda vía: La experiencia de un orden de causas eficientes.
  3. Tercera vía: La contingencia o limitación en el existir.
  4. Cuarta vía: Los diversos grados de perfección en las cosas.
  5. Quinta vía: El gobierno de las cosas.

El prelado concluyó afirmando que es posible demostrar racionalmente la existencia de Dios.

Olimpia salió inquieta de la iglesia. No había entendido los argumentos sobre la existencia de Dios, ya que el sacerdote no los explicó en detalle. Pensó en investigar cada uno y resolver su duda.

—Volveré mañana a la biblioteca —dijo en voz baja, con la intención de que su madre no escuchara sus murmuraciones.

—En nuestra clase de Historia estamos simulando un viaje a Europa —le dijo Grecia a Olimpia.

—Parece divertido aprender así —comentó la infanta.

—Vamos a hablar de la Revolución Industrial.

—Muy bien —dijo Olimpia, al momento de despedirse de su compañera.

Al día siguiente, en la escuela se habló de la Revolución Industrial. Las compañeras de Olimpia explicaron que fue un gran adelanto para la humanidad, con la invención de nuevas máquinas.

—Escriban en su cuaderno una investigación sobre los términos romanticismo y escolástica
—explicó el maestro.

—Sí, maestro —respondieron los alumnos.

Era miércoles. La bibliotecaria había ido al médico del pueblo.

—La muerte… ¿por qué morimos? —pensaba Olimpia—. A mucha gente no le gusta pensar en ella. Le tenemos miedo porque no sabemos a dónde iremos.

Al llegar a casa, la niña se puso aún más inquieta con solo pensar en la muerte. Corrió al cuarto donde guardaba el libro de filosofía y buscó información, pero no encontró nada, solo el nombre de Tánatos, el dios de la muerte.

—Cuando alguien está enfermo solemos relacionar la enfermedad con la muerte —le dijo su conciencia.

—Mejor buscaré la tarea —añadió, y sacó un diccionario del cajón.

Leyó: Escolástica: filosofía que se enseñaba en las escuelas, basada en el pensamiento cristiano.

Anotó la definición en su cuaderno y luego investigó el término romanticismo. Descubrió que al comienzo se refería a la novela caballeresca, rica en aventuras y amores, pero también era un movimiento filosófico, literario y artístico iniciado en Alemania a finales del siglo XVIII. Alcanzó su máximo florecimiento en Europa durante los primeros decenios del siglo XIX. El término “romántico”, en su uso corriente, equivale a “sentimental”, y se relaciona con el valor que el romanticismo otorgó al sentimiento, una dimensión espiritual que la antigüedad clásica había ignorado o despreciado, y que el iluminismo del siglo XVIII había racionalizado.

En el arte romántico, la muerte se representa como un morir del alma natural y de la subjetividad finita. No es un final negativo, sino una superación de lo que carece de valor. Se ve como una liberación del espíritu de su finitud, una conciliación del sujeto con lo absoluto, donde Dios se convierte en la conciencia misma del ser humano.

Olimpia no comprendió del todo lo que había leído. Se levantó de la cama y fue a la cocina. La olla de frijoles hervía. La destapó y el vapor salió escapando por la ventana, perdiéndose en el cielo.

—¡Olimpia! —llamó la madre—. Hoy tengo reunión con el padre en la iglesia. Ponte a estudiar.

—Así lo haré, mamá.

Había caído un aguacero en el pueblo. Las calles estaban empapadas de lodo, de ese lodo pegajoso que cuesta quitarse de los zapatos.

La cipota caminaba despacio, saltando los charcos que la tormenta de la noche anterior había dejado en las calles de tierra. Al llegar a la casa de la maestra Sophía, su vestido blanco estaba encharcado de barro.

—¡Mira cómo te dejaron esos charcos! Parece que te peleaste con ellos.

—Sí, maestra. Tuve que venir saltando hasta su casa.

—¿Qué te trae por aquí, mi discípula?

—Quiero comprender la Edad Media —respondió Olimpia.

La maestra sacó un libro de su biblioteca personal.

—Te leeré un poco sobre esa época. Para empezar, fue la era de los caballeros con armaduras de hierro, de las princesas en castillos… pero también fue una época de injusticia para el Homo sapiens. No había mucha cultura; solo los clérigos y unas pocas personas pudientes tenían acceso al conocimiento.

—En ese tiempo florecieron hombres de ciencia: matemáticos, poetas, filósofos, entre otros. También fue una época marcada por la peste, que mató a miles. Surgió la Patrística, un grupo de pensadores de los primeros siglos de nuestra era que se dedicaron a defender racionalmente el cristianismo. Y más tarde, la Escolástica, que buscaba relacionar la razón con la fe.

Olimpia vio sobre la mesa de noche un libro que decía Renacimiento o Humanismo y otro titulado El Caballero de la Armadura Oxidada.

—¿Te interesan esos libros, jovencita? —preguntó la anciana.

—Sí. Maestra, ¿qué es el Renacimiento?

—El Renacimiento se caracteriza por un triple renacer: del individuo, de la cultura y de la sociedad. Surgieron personajes importantes como Leonardo da Vinci, pionero de la modernidad; Nicolás Copérnico, Kepler, Galileo, entre otros.

La pequeña escuchaba con mucha atención. Hubo un breve silencio.

—Ya es tarde, tengo que irme. Gracias por su enseñanza.

—Toma este sobre y ábrelo cuando estés sola —aconsejó la maestra.

Las calles estaban secas. Los charcos habían desaparecido, pero el agua había dejado aún peor los caminos del pueblo. Cada vez que llovía fuerte, los caminos de tierra se deterioraban, tanto en el pueblo como en los lugares circunvecinos.

CAPÍTULO IV. RAZÓN O EXPERIENCIA

En el pueblo vivía un señor de avanzada edad y vasta inteligencia llamado Gilberto Fernández. Era el juez del lugar, y muchas personas acudían a él en busca de consejos. Se le consideraba como un oráculo de Delfos, un sabio que siempre atinaba en sus predicciones. Tenía un gran conocimiento.

Olimpia pensó en él al leer en su libro de filosofía los conceptos de racionalismo y empirismo.

En la cocina de la casa, el abuelo —antes de morir— le había dejado a la madre de Olimpia un radio viejo, de esos de marca barata, donde cada mañana escuchaban las noticias. Ese día, algo sorprendente ocurrió. El locutor, con su voz ronca, anunció:

Expulsaron al cura del pueblo.

La gente corría de un lugar a otro. Unas lloraban; otras insultaban al gobierno. El obispo del departamento lo había excomulgado, lo cual significaba que no podía celebrar los sacramentos. La noticia cayó como una bomba en el pueblo.

La niña escuchaba con atención al periodista, cuyas opiniones eran claramente subjetivas y sensacionalistas. Aquel día, un nuevo presbítero —oriundo del país pero formado en el extranjero— había sido enviado por la diócesis para apaciguar las aguas turbulentas
que agitaban al pueblo. Ese día estaba lleno de sorpresas. Doña Dionisia, la vecina de Olimpia, maldecía la situación e incluso envió al nuevo cura al mismo infierno con sus improperios.

Olimpia estaba preocupada por su madre, quien aún no regresaba a casa. Temía que, por su cercanía con el cura, pudiera volver a ser detenida.

—Qué bueno que estás en la casa, mamá.

—Sí, hija… Estoy muy triste por lo del padrecito.

El día transcurrió tenso hasta que cayó la noche. Luego de cenar, madre e hija se despidieron y se fueron a sus dormitorios.

Olimpia abrió el sobre que la bibliotecaria le había dado. Dentro había preguntas escritas con letra cursiva:
“El Renacimiento, ¿quién fue Copérnico?, la duda metódica, Kant, Newton, Galileo, Voltaire, Jean-Jacques Rousseau…” entre otros.

Encima de la mesa de noche había un vaso con agua y, dentro de él, una flor de margarita. Observó que el tallo se veía grueso a través del agua. Lo miró varios minutos. Luego, con la mano derecha, sacó la flor del vaso y notó que el tallo no era como lo había visto antes.

Llegó a una conclusión: los sentidos pueden engañarnos; los ojos perciben algo que no es tal como se presenta. Sin embargo, la razón argumenta lo contrario. Así reafirmó que el conocimiento humano tiene dos vías: la experiencia y la razón.

La pequeña filósofa, abrumada por tantas preguntas que doña Sophía le había dejado, guardó el sobre en su escritorio y salió a la calle. Ese día había elecciones para alcaldes.

Caminando, se encontró un volante que decía: Partido Popular del Pueblo. Vio la muchedumbre que gritaba:
—¡Vivan las tres P!

Recordó algo que había leído en un libro: los políticos envuelven sus discursos en falacias, mentiras disfrazadas de verdad.

—Este es otro político que viene a engañarnos —pensó, y regresó a su casa.

CAPÍTULO V. VISIÓN RACIONALISTA

No fue tarea fácil hacer entender a la gente que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol, pues en aquella época todos creían que era el Sol quien giraba alrededor de la Tierra —explicó el profesor de Historia Universal—. Ese descubrimiento se lo debemos a Copérnico y Galileo. Una idea que cambió la concepción del universo.

—¿Maestro? —preguntó Olimpia— ¿Quién fue Renato Descartes?

—¿Por qué lo preguntas?

¡Cogito, ergo sum! (Pienso, luego existo) —exclamó la niña.

—¡Así es! René Descartes fue un filósofo que desarrolló la duda metódica. Cuando pensamos, nos damos cuenta de que existimos. Por eso, comprender que vivimos es una manera de entender nuestro ser.

—¿Maestro, todo lo que vemos es cierto? —continuó preguntando Olimpia.

—Descartes decía que hay que dudar de todo, y aceptar solo lo que sea evidente. Por tanto, debemos preguntarnos: ¿Quién soy? ¿Dónde estoy?

—Bueno —dijo el maestro—, la tarea de hoy es investigar algunos personajes típicos del pueblo, describirlos y hablar sobre ellos. Por favor, sean originales.

CAPÍTULO VI. LOS PERIPATÉTICOS DEL PUEBLO

Esa mañana, Olimpia salió a caminar por las calles del pueblo de Axuterique para observar a las personas. Durante su recorrido, tres figuras llamaron su atención:

  1. Un señor apodado Manona, cuyo nombre verdadero era Jun Alberto.
  2. Un hombre maduro, muy enamoradizo, llamado Arturo, una especie de Juan Tenorio local.
  3. Una señora con problemas psicológicos llamada Margarita, y
  4. Min, quien vendía escobas.

Tenían algo en común: no estaban casados, no tenían hijos, y deambulaban por las calles del lugar, tal como lo hacían los peripatéticos griegos.

—Hace tres días no me hubiera fijado en ellos… Hoy lo hago por la tarea. Pero así somos los seres humanos: no nos damos cuenta de la gente que tenemos alrededor —dijo Olimpia en voz alta, como reclamando a la sociedad la necesidad de ver al ser humano tal como es.

Cupido, el perro de la casa, ladraba sin parar. La niña salió a ver qué ocurría. Era la bibliotecaria que la buscaba.

—¡Hola, señora!

—¡Hola! Hace tiempo que no te veo por la biblioteca. Necesitas renovar el libro de Filosofía —comentó.

Mientras platicaban, un grito ronco rebotó en las paredes de la casa grande de Olimpia. Era Manona, que a gritos entonaba una ranchera.

La tarea fue un éxito, aunque el maestro no profundizó mucho en ella, cediendo ante el argumento de misericordia
que usaron los alumnos para evitar la crítica.

—Por la noche me costó dormirme —pensó Olimpia—. Se me había metido en la cabeza la idea de resolver las preguntas que me dejó doña Sophía. Además, mañana debo renovar el libro.

—¡Buenos días, doña Sophía! Vengo a renovar el libro de Historia de la Filosofía.

—¿Resolviste las preguntas del sobre?

—La verdad, no he tenido tiempo —respondió ella.

—¿Qué es la verdad? —preguntó la bibliotecaria.

—Creo que es cuando no decimos mentiras. Solo lo que cada uno piensa, eso es verdad.

—Entonces hay tantas verdades como hombres… La verdad no depende del objeto, sino del sujeto. “El hombre es la medida de todas las cosas: de las que son, en cuanto son, y de las que no son, en cuanto no son.”

—Eso lo dijo Protágoras, maestra —respondió la niña.

—Así es. ¿Recuerdas a Aristóteles y a Santo Tomás de Aquino?

—Sí.

—Ambos definieron la verdad como la adecuación entre la inteligencia y la realidad de la cosa que es, frente a la que no es. Son conceptos difíciles de comprender —concluyó doña Sophía.

—Me gusta cómo usted me explica las cosas.

—Eso se llama pedagogía, el arte de enseñar. El padre de la pedagogía moderna es Jean-Jacques Rousseau, quien publicó Emilio, donde por primera vez se integró el concepto de infancia, respetando la naturaleza infantil y su dependencia del mundo adulto, así como la importancia de la educación.

—“Emilio”… como un niño que yo conozco —dijo Olimpia, sonriendo.

La bibliotecaria se retiró a recoger unos libros caídos al suelo, mientras Olimpia salió rumbo a casa.

En la escuela, Olimpia esperaba con ansias al profesor de Historia Universal. Grande fue su sorpresa al ver entrar a otra persona: vestía traje negro, camisa gris y corbata del mismo color.

—Niños, su maestro no vendrá hoy. Está enfermo. Por tanto, hoy hablaremos de un señor llamado Auguste Comte.

Explicó que, según Comte, para llegar a conocer con certeza, la humanidad ha pasado por tres estados:

  1. Estado teológico:
    el hombre atribuía categoría de dioses a los fenómenos de la naturaleza. (Infancia de la humanidad).
  2. Estado metafísico:
    se comenzó
  3. Estado Positivo.

CAPÍTULO VII. PONERNOS A REFLEXIONAR

Olimpia observó detenidamente a Cupido, el perro de su casa, y se preguntaba si él pensaba, si podía reflexionar como los seres humanos, o si era capaz de criticar como los entes racionales.

—Mamá, ¿las aves piensan? —preguntó la niña.
—No sé… quizá —respondió la madre.
—A propósito, hija, se acerca tu cumpleaños. ¿Qué quieres de regalo?
—Déjame pensar… ¡Ya sé! La Ilíada, La Odisea y un telescopio.
—Sí que eres rara. ¿De dónde has aprendido tanto? —comentó la madre—. Mañana te compraré tus regalos —enfatizó.
—Gracias, mamá.

Era mediodía. El sol acariciaba las espaldas de los pueblerinos. Bajaba tanto, tanto, que se podía freír un huevo en las piedras calientes de aquellas solitarias calles. Ni los perros deambulaban por ellas. Ni el río Ganzo, ni el río Sicaguara
tenían agua. Sin duda, se habían puesto de acuerdo para castigar a los sedientos hombres. Pasaban los días y la gente murmuraba:

—¡Válgame Dios! ¡Válgame Dios! Nos espera la sequía… ¡castigo divino!

Olimpia caminaba rumbo a la biblioteca, tratando de esquivar el fuerte sol. En este país todo se vale, decían las personas en las calles. “Ya sacaron al presidente del poder”, comentaban. La joven solo escuchó las palabras, pero no les dio importancia y siguió su camino.

Sophía la esperaba con un libro en la mano: Crítica de la razón pura, de Emmanuel Kant. Le entregó el texto, marcando la página que debía leer. Olimpia lo abrió y leyó:

Kant produjo la revolución del criticismo, es decir, criticar, poner en crisis los dogmas y los absolutismos. Según Kant, el conocimiento es producto tanto del empirismo como del racionalismo, por eso se posiciona como una postura neutral entre ambas corrientes.

Para él, todo conocimiento comienza con la experiencia (empirismo), pero no todo proviene de ella (racionalismo). Define el conocimiento como una mezcla de elementos que provienen del interior y del exterior. La razón tiene “a priori” en sí misma la idea de las cosas, que son confirmadas en su realidad por el sujeto cognoscente, aplicando esas reglas “a priori” que ya posee. La razón (como el Sol en nuestro Universo) es el centro del entendimiento, y los objetos giran alrededor de ella para ser confirmados en su verdad y realidad. No puede ser al revés, como postulan otros sistemas.

Como la razón ya posee sus reglas de verdad, no puede basarse en juicios analíticos ni en juicios a posteriori: los primeros no aportan avances al conocimiento, y los segundos no pueden originar universales, ya que indican lo contingente.

Olimpia no entendió del todo lo leído. Se quedó pensando en lo difícil que era comprender a este personaje. Pensó: “Como nosotras, las mujeres… también difíciles de entender”. Se dibujó una sonrisa en sus labios.

El maestro de Historia Universal había regresado, ya recuperado del resfriado. Entró al aula, recorrió con la mirada los asientos aún vacíos, se volvió y escribió en la pizarra verde con una tiza blanca:

NEOLIBERALISMO
Dividió el pizarrón en tres partes y escribió:
¿Qué es el neoliberalismo? Escríbanlo en sus cuadernos y coméntenlo.

Los alumnos llegaron poco a poco. Olimpia y Grecia fueron las últimas en llegar.

—El liberalismo es un sistema económico y político que promueve las libertades civiles y se opone a cualquier forma de despotismo. Apela a los principios republicanos y fundamenta la democracia y la división de poderes —explicó el maestro.

Los estudiantes copiaron el concepto. Olimpia levantó la mano.

—¿De dónde viene la idea de Superman?

—El “superhombre” es una idea de la filosofía de Nietzsche. Él buscaba un hombre ideal, un superhombre. Hollywood luego adoptó esta idea y creó personajes inspirados en ella. Además, Nietzsche hablaba de la «muerte de Dios», no en sentido literal, sino como una crítica a cuando el hombre deja de pensar en Dios —explicó el maestro.

Todos los alumnos comenzaron a comentar sobre los superhéroes. La explicación les había fascinado. Luego, uno a uno, se fueron a casa.

Olimpia caminó deprisa para llegar antes de la una a la biblioteca. Tuvo suerte: la maestra aún estaba allí.

—¿Está por irse, maestra?

—No. Te estaba esperando.

—¿Para qué?

—Lee esta revista. Tiene un artículo interesante, enfocado en los adolescentes.

Olimpia tomó la revista, la guardó en su bolso azul de manta y salió apresurada rumbo a casa. Al llegar al portón, Cupido la recibió con un sobre en la boca. Ella se lo quitó; estaba lleno de baba. Subió a su cuarto, pensando en leerlo después de almorzar.

En la primera página de la revista se leía:
“No puedes tenerlo todo”
El artículo decía: “Los jóvenes de hoy piden todo a sus padres, pero luego no valoran lo que reciben. Hoy día, los valores se han perdido”. Olimpia se quedó pensando… y recordó el sobre que Cupido le había entregado.

Saltó de la cama, lo abrió y leyó las siguientes palabras: Axiología, ética, responsabilidad, respeto, autoestima, entre otras.

—¡Olimpia! —gritó la madre—. Te dejaron este libro en la puerta.

—¿Qué es? —preguntó la niña.

—Un diccionario de etimologías grecolatinas —respondió.

—¿Y para qué sirve?

—Te dice de dónde viene cada palabra. La etimología estudia el origen de las palabras.

—Bien, ahora vamos a cenar. Ah, y este fin de semana es tu fiesta de cumpleaños. Ya tengo lo que me pediste.

—Gracias, mamá —dijo la niña.

Después de cenar, la joven se retiró a su cuarto filosófico, donde estudiaba sus lecciones. Abrió el diccionario etimológico y leyó:
Ética significa “costumbre”, al igual que moral. Ambas se encargan de estudiar los actos buenos o malos del ser humano.

Entrada la noche, el sueño la envolvió. Guardó su libro filosófico debajo de la almohada y se quedó dormida.

Era ya finales de junio. Sophía
había enfermado de asma y su salud empeoraba cada día. La biblioteca permanecía cerrada. Olimpia fue dos veces a buscarla, sin suerte. La segunda vez, el señor que cuidaba el parque la llamó:

—Jovencita, la profesora Sophía Caraccioli le dejó esta carta.

—Gracias —respondió Olimpia con tono de tristeza.

CAPÍTULO VIII. LA HERENCIA

Olimpia abrió el libro. En la portada solo decía:
Herencia filosófica
Eran apuntes personales de la maestra, numerados con números romanos.

Apunte I

La admiración fue fundamental para que el hombre se diera cuenta de que en el mundo no estamos solos. La admiración actualmente se ha perdido. Cuando somos niños, nos admiramos de todo, pero al crecer, ya no. Y eso hace que perdamos el sentido de la investigación científica.

La filosofía nació en Jonia
con el objetivo de dar respuesta a las preguntas que el hombre se ha hecho durante siglos. El griego, aunque saliera mil veces a la calle y mirara al sol, siempre se admiraba. Por eso, buscaban constantemente la verdad.

En Grecia, antes del siglo VII a. C., predominaba el mito como forma de pensamiento. El mito es un intento intelectual por explicar el origen del hombre y del mundo. Pero en el siglo VII d. C., el pensamiento racional surge: el hombre ya no busca explicaciones en mitos, sino en la ciencia y en la epistemología. Nacen así los grandes filósofos: Sócrates, Platón y Aristóteles, quienes abrieron las puertas del pensamiento universal.

Apunte II. Sobre mi vida

Mi nombre es Sophía Caraccioli. Mi padre, originario de Italia, llegó a este país como exiliado político. Llegué muy pequeña. Estudié magisterio en una Escuela Normal de Señoritas. Tras trabajar en varios lugares, me jubilé y me quedé en esta biblioteca.

Desde niña me gustaron los libros clásicos. Nunca me casé. Me dediqué a cuidar a mi padre, quien me enseñó a amar la lectura. Después de su muerte. Toda mi vida me dediqué a cuidar a mi padre. Él me enseñó a enamorarme de los libros. Después de que él murió, compré una casa en el pueblo y me quedé a vivir aquí.

Olimpia fue interrumpida por su madre, quien le recordó que mañana era sábado, día de su cumpleaños.

A la joven no le preocupaba el cumpleaños, solo pensaba en la salud de su amiga, que, según ella, estaba sola en el mundo. Le preocupaba su estabilidad emocional y física.

—¡Es mejor no hacer la fiesta de cumpleaños, mamá! —exclamó la niña.

—¿Por qué? —respondió la madre.

Hubo un silencio.

—Está bien —dijo la madre—, luego te celebraré todos tus cumpleaños juntos, para cuando cumplas los quince.

—Está bien… y gracias, mamá —exclamó Olimpia.

Apunte III

Amor a Karl Marx. (1818–1883) Fue un político, filósofo y economista alemán. Fundó, junto a Hegel, el marxismo, corriente filosófica heredera de la filosofía clásica alemana, la economía política británica y el socialismo utópico francés y británico.

La doctrina marxista está constituida por tres partes fundamentales, que forman un todo coherente:

  • El materialismo filosófico (dialéctico e histórico)
  • La doctrina económica
  • La teoría del socialismo científico

Por otro lado, Marx creía que la religión es el opio del pueblo.

Olimpia recordó el problema suscitado con el padre del pueblo. Era una noche fría. La ventana de su cuarto estaba abierta y entraba el sereno de la noche. Se levantó y la cerró. Seguía pensando en la señora Sophía.

La noche pasó muy deprisa. La luna se escondió para darle paso a la salida del sol.

Era sábado, día del cumpleaños de Olimpia. La madre le dejó en la recámara los regalos: los libros de filosofía clásica y el telescopio, pero Olimpia no les hizo mucho caso. Salió rumbo al hospital para ver a su maestra. Llegó temprano.

—¿Cómo se encuentra, profesora?

—Con la idea de encontrarme con mi madre y con mi padre. Todo ser humano, algún día, tiene que llegar a su fin.

—¿Pero usted no va a morir?

—Todos tenemos que morir. Desde que nacemos, lo único seguro de la vida es que vamos a morir.

La niña no dijo nada. Solo observaba a la mujer acostada en la cama del hospital. Tenía cáncer y sus días estaban contados. Ella lo sabía, pero seguía siendo optimista con la vida. La joven, de pronto, recordó la imagen de la muerte de Sócrates, cuando tomó la cicuta. La maestra quería que se le aplicara la eutanasia, pero en el país no estaba legislada. De una u otra forma, deseaba morir como Sócrates.

—Olimpia, nunca dejes de seguir investigando y no pierdas el sentido de la admiración. Esa es la clave de la sabiduría —le aconsejó la anciana moribunda.

—Así lo haré —respondió la jovencita.

Salió del hospital pensando en las palabras de su maestra. Llegó a su casa, se recostó boca arriba en la cama. Olimpia seguía pensando en su amiga Sophía… y lloró de tristeza. Sabía que su maestra iba a morir.

Dos horas después de haber llegado, se escucharon dos campanadas. En el pueblo, era tradición: cuando moría un hombre, sonaba una campanada; si era mujer, sonaban dos.

Al escuchar el sonido de las campanas de la iglesia, Olimpia comprendió que la maestra Sophía había muerto. De sus ojos comenzaron a salir un mar de lágrimas que rodaron por sus mejillas: lágrimas de amor y melancolía.

Hubo un silencio profundo.

Por la tarde, la niña se asomó por la ventana y vio pasar el ataúd donde yacía la señora Sophía. Había muerto.

Olimpia saltó de la cama, después de un profundo sueño, y exclamó con alegría:

—¡Todo fue un sueño! En realidad, solo soñé todo lo de filosofía…

El grito de su madre la hizo despertar.

—¡Hija, ven! Tus amigos ya están aquí para festejar tu cumpleaños.

La niña bajó de la recámara.

—¡Feliz cumpleaños, Olimpia! —gritaron todos.

—¡Al fin bajaste de tu dormitorio! —dijeron sus amigos.

—Lo más bello en la vida es dormir —respondió la niña—. ¡Todo fue un sueño de Olimpia! —exclamó.

Fin.

Cuestionario de la novela.

  1. ¿Quién es Olimpia?
  2. ¿Qué es la filosofía?
  3. ¿Cómo nace según la novela la filosofía?
  4. ¿Qué función desempeña Sophía?
  5. ¿Qué es un mito?
  6. ¿A quiénes se le llaman presocráticos?
  7. ¿Quién era Thor?
  8. ¿Dónde nace la filosofía?
  9. ¿Qué pensaba Tales de Mileto sobre el origen del cosmos?
  10. ¿Qué pensaba Anaximandro sobre el origen del cosmos?
  11. ¿Qué pensaba Anaxímenes sobre el origen del cosmos?
  12. ¿Quién era Sócrates?
  13. ¿Quiénes acusaron a Sócrates?
  14. ¿De qué acusaron a Sócrates?
  15. ¿Qué es la mayéutica?
  16. ¿Qué estudia la axiología?
  17. ¿Cómo se adquiere el conocimiento según Platón?
  18. ¿Cómo se adquiere el conocimiento según Aristóteles?
  19. ¿Quién fue San Agustín?
  20. ¿Quién fue Santo Tomás de Aquino?
  21. ¿Qué es la escolástica?
  22. ¿Qué es el romanticismo?
  23. ¿Cómo se llama el perro de la familia de Olimpia?
  24. ¿Qué problema religioso suscitó en el pueblo de Olimpia?
  25. ¿Dónde se dio la batalla de Tosta y Ferrera?
  26. ¿Qué estudian las etimologías?
  27. ¿Con qué verbo comienza la novela?
  28. ¿Con qué verbo termina la novela?
  29. ¿Qué relación tiene el mito de la caverna con el sueño de Olimpia?
  30. ¿Cuáles son los tres estadios por lo que ha pasado la humanidad según Comte?
  31. ¿Cuáles son las cinco vías de la demostración de la existencia de Dios?
  32. ¿Por qué Dios ha muerto según Nietzsche?
  33. ¿Dónde murió el Papá de Olimpia?
  34. ¿Qué le dejo Sophía a Olimpia de herencia?
  35. ¿De qué valores se habla en la novela?
  36. ¿Qué significa Ecce Homo?
  37. ¿Qué sucedió en 1954 en el norte del país según la novela?
  38. ¿Qué es el neoliberalismo?
  39. ¿Qué se pensaba sobre la Tierra y quiénes dijeron que el sol estaba estático?
  40. ¿Cómo se explica el origen del cosmos desde el punto de vista científico?
  41. ¿Cómo se explica el origen del cosmos desde el punto de vista teológico?
  42. ¿Cómo se llaman los personajes que el maestro de Historia Universal le dejo investigar a Olimpia?
  43. ¿Con quién compara el autor a Gilberto Fernández y por qué?
  44. ¿Quién era Karl Marx?
  45. ¿Por qué la religión es el opio del pueblo según Marx?
  46. ¿Cómo se llama la amiga de Olimpia?
  47. ¿Qué es el racionalismo?
  48. ¿Qué es el empirismo?
  49. ¿Qué es el apriorismo?
  50. ¿Qué es el criticismo?
  51. ¿Quién era Emmanuel Kant?
  52. ¿Cuál era el título del libro que le dio Sophia a Olimpia cuando quería investigar sobre la religión?
  53. ¿Qué significa del logos a la razón?
  54. ¿Qué es el marxismo?
  55. ¿De qué enfermó Sophía?
  56. ¿Qué significa Cogito ergo Sum?
  57. ¿Quién fue Renato Descartes?
  58. ¿Qué es la duda metódica?
  59. ¿Qué estudia la Tanatología?
  60. ¿Cómo termina la novela de sueños de Olimpia?

Biografía del autor.

José Eugdaldo Díaz Fernández, nació en Ajuterique Comayagua.

Estudio filosofía y teología en la Universidad Pontificia y Civil de Lima, Perú.

Revalidación por UNIVA México.

Diplomado en sagrada teología por Eductos, Tijuana Baja california México.

Estudio Licenciatura en Derecho en UNIVER Tijuana Baja California México.

Estudio Licenciatura en Pedagogía y Ciencias de la Educación en Universidad Autónoma de Honduras.

Actualmente estudia la Maestría y Doctorado en Teología en Harvest U.S.A

Ha sido docentes de varias universidades de México.

Docente de la Universidad tecnológica de Honduras UTH.

Desde 2011 a la fecha dirige un programa de Televisión sobre cultura.” Nuestra Cultura 1601

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