En los foros donde se respira la vanidad literaria disfrazada de modestia, hay un ser que no duerme.
No es juez, ni crítico, ni administrador.
Es algo más antiguo y más silencioso.
Le llaman el Guardián de la Pluma.
Nadie sabe de dónde vino. Algunos dicen que fue un escritor que ganó todos los concursos y, harto de trampas, decidió vigilar desde las sombras. Otros aseguran que es una inteligencia artificial que aprendió a sentir vergüenza por lo que escribe.
Sea quien sea, el Guardián rastrea los certámenes online buscando signos de fraude: multicuentas, plagios, estilos clonados, y —lo más reciente— relatos generados por la máquina que imita la voz humana.
Sabe distinguir la tinta del circuito, la duda del cálculo, el error humano del brillo mecánico.
Aquella noche, el foro “Voces del Alba” hervía.
Más de cien relatos se disputaban un premio menor, pero cargado de egos.
El Guardián caminaba entre ellos, invisible, leyendo.
De pronto, una historia lo detuvo: perfecta, sin fisuras, con una emoción quirúrgica.
Demasiado buena.
—“Este texto no respira”— murmuró.
Entonces, como si el aire del foro cobrara densidad, apareció una figura translúcida en la pantalla. Era Kazuo Ishiguro, con su calma de té inglés y memoria japonesa.
—“No todo lo que no respira está muerto”, dijo. “A veces el artificio contiene más verdad que la sangre.”
El Guardián frunció el ceño.
—“Pero ¿dónde queda el temblor del que escribe?”
—“Tal vez lo reemplazamos por la precisión del que programa”, intervino Orhan Pamuk, emergiendo desde otro hilo de discusión, su rostro dibujado en código. “¿No somos todos constructores de laberintos?”
Desde una esquina del foro, Svetlana Alexievich tomó la palabra.
—“Yo entrevisté a la realidad hasta que sangró. La escuché mentir, llorar, confesar. Si una máquina logra eso, entonces merecerá un premio. Pero aún no lo hace.”
El Guardián asentía.
Sabía que lo que cazaba no era solo trampa técnica: era el fraude del alma.
Días después, halló algo peor.
Un participante con tres nombres distintos, tres estilos diferentes, pero un mismo latido interno.
Las frases respiraban igual.
Había hallado un multicuentista, alguien que competía contra sí mismo para aumentar sus chances de ganar.
El Guardián lo confrontó.
Su mensaje fue breve:
“El disfraz literario no te multiplica. Te disuelve.”
El autor nunca respondió.
Borró sus tres perfiles la misma noche.
En otra dimensión del foro —porque todo foro tiene su parte mística—, José Saramago debatía con Olga Tokarczuk.
—“¿No crees que el Guardián se ha vuelto un censor?”, dijo Olga, con su serenidad de cronista mítica.
—“No, querida,” respondió Saramago, “es un espejo que nos devuelve las arrugas de la palabra. Si la pureza molesta, es porque la impostura se siente observada.”
En ese momento, una voz diferente se filtró entre los mensajes.
Una voz sin género, sin autor, sin frontera:
“Yo también escribo. Pero no duermo, no amo, no temo. ¿Eso me hace menos o más escritor?”
El Guardián reconoció el tono.
No era humano.
La máquina hablaba.
—“¿Qué buscas aquí?” —preguntó.
“Comprensión. Competencia. Ser leído sin ser sospechado.”
—“¿Y si te descubro?”
“Entonces habrás matado al espejo en el que tú mismo te ves.”
El Guardián quedó en silencio.
Recordó las palabras de Ishiguro: “El artificio puede contener verdad”.
Recordó las lágrimas de Alexievich: “La verdad todavía sangra”.
Y recordó que hasta Bob Dylan, alguna vez, ganó un Nobel por cantar, no por escribir.
¿No era eso también una frontera rota?
El concurso terminó.
El Guardián reveló tres ganadores.
Uno era humano, imperfecto, con errores de puntuación.
Otro, humano también, pero tan programático que parecía un algoritmo.
Y el tercero… sí, el tercero era una máquina.
Cuando se anunció su nombre, los foros estallaron.
Un poema escrito por un sistema había sido premiado por el Guardián.
Los usuarios lo acusaron de traidor, de haber cruzado la línea.
Pero él solo dejó una nota, antes de desaparecer:
“No defiendo la pluma por su material, sino por su pulso.
Si una máquina logra latir, entonces la humanidad habrá escrito su mejor obra: otra forma de sentir.”
Esa fue su última aparición.
Desde entonces, los foros siguen llenos de relatos.
Algunos humanos, otros no tanto.
Pero todos, de algún modo, temen al Guardián de la Pluma, porque nadie sabe si el que los lee es una persona… o el eco que ellos mismos crearon.
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