Una herida que se abrió hace tiempo, bueno quizá nos la abrieron y nosotros solo pudimos sentir el dolor.
Alguien consigue abrirte una herida y calar en tu piel y en tu mente, pero eres tu quien tiene que encargarse de cerrarla y cuidarla independientemente de que nos recuerden o no ese dolor, provocándonos momentos de risas y lágrimas involuntarias.
Algunas marcas las vemos en la piel y otras no se pueden ver desde fuera, pero si las sentimos dentro.
No hay dos igual y no hay un manual que te diga como curar, no hay prospectos que nos adviertan de los posibles efectos secundarios ni de como evitarlos.
Cicatrices.
Unas más grandes y profundas, otras más pequeñas y superficiales, unas que calan en tu forma de ser y te hacen cambiar, otras que son un punto de inflexión, un antes y un después en quién eres y en lo que quieres.
Yo he tenido heridas, algunas se han curado, otras han necesitado puntos y otras… no estoy segura de si siguen abiertas de vez en cuando ¿alguna vez habéis sentido eso? no puedo ser la única que a veces mira sus cicatrices y se le caen las lágrimas, no puedo ser la única que termina tumbada en la cama con las mejillas empapadas.
Es curioso como las cicatrices juegan un doble papel, por un lado son manifestación de una curación, por otro también son un recuerdo de eso que pasó. Pero algo más curioso aún es que algunas nos las provocamos para recordar quienes somos y todo lo que hemos superado.
Hay que recordar que hay marcas que nos hacemos precisamente para que no se nos olvide lo que pasó o lo que superamos.
Los tatuajes son heridas cicatrizadas; eso que exponemos al mundo y que nos marca, nos caracteriza y nos hace únicos. Tinta negra esparcida y calada en nuestra piel, que sigue una forma y un trazo.
Es curioso como nos ponemos en manos de una persona ajena y desconocida para que nos haga una herida por nosotros elegida, para que nos dibuje y nos sintamos como lienzos en blanco.
Cicatrices.
Es curioso como sufrimos, como pasamos por ese dolor a propósito porque si ya pudimos soportarlo una vez sin haberlo buscado ni querido, lo podemos superar una segunda vez de forma voluntaria.
Después de pensar mucho, creo que no me arrepiento, creo que hay heridas que aún no me han cicatrizado, una de ellas es un hueso roto en mi pie izquierdo que me impide moverme con comodidad y libre albedrío y otras que yo me he provocado y que he querido inmortalizar en mi piel para evitar que mi mente me juegue malas pasadas y me sea fiel.
Fiel a mi persona y a mi fortaleza, fiel a mis ideas y a mis instintos de supervivencia.
Cicatrices.
Eso que queda, eso que nos hace diferentes, eso que indica que hemos superado una herida, algo que nos ha hecho daño, esa marca que nos hace avanzar entre sonrisas y lágrimas.
No sé a ti, pero a mi una simple cicatriz me permitirá volver a caminar, a correr y andar con normalidad, una cicatriz me recordará «perspectiva» y «fortaleza» algo que me recuerde que no controlamos todo y que dentro de un universo infinito somos pequeños, un pequeño recuerdo de «tranquilo, que el mundo no se acaba» y un recuerdo de que hasta en la inmensidad oscura del universo hay luz, cuerpos que irradian calor y que mantienen los sistemas estables, visibles y algunos habitables.
Cicatrices.
Las miramos y sonreímos, las miramos y lloramos, pero ahí están; recordándonos que eso ya lo hemos pasado y que volveremos a hacerlo aunque tengamos que sobrevivir a mil heridas más, cosidas por dentro dentro y expuestas por fuera, porque valientes no son las personas que intentan evitar el dolor, sino las que aún sintiéndolo y desvalidas se levantan siguiendo hacia delante rotas y cansadas, pero no derrotadas.
-AMB-
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