Despertó y su corazón palpitaba a tanta velocidad que pensó que iba a desmayarse. El sudor había empapado las sábanas y un incontrolable escalofrío recorría todo su cuerpo. Tenía la sensación de que algo terrorífico había sucedido. Desorientado y muy nervioso, se levantó y se dirigió el baño, frente al espejo, secó el sudor de su frente y contempló al tipo que le observaba, era un hombre de mirada perdida y de aspecto cansado. Se acercó para verlo mejor, había algo en sus ojos, algo inquietante que le hizo estremecer; y se acercó más, tanto, que pudo ver su oscuridad.
Salió del baño, caminó hacia la cocina y ,como cada día, se dispuso a preparar el desayuno, primero el de su esposa y luego el suyo. Mientras calentaba la leche, pensó en ella y en el día que la conoció. Le encantaba verla reír, era lo más parecido a un estallido de alegres notas musicales. También recordó sus ojos, grandes y profundos y el contagioso entusiasmo que había siempre en ellos. Su humanidad y su empatía junto a su gran sentido del humor la hacían una mujer admirable a la vez que deseable. Estaba convencido de que haberla conocido había sido el mejor regalo que le había dado la vida. Mientras colocaba las rebanadas de pan en la tostadora, recordó la visita al médico y como, después de aquel día, la incertidumbre y el miedo se instalaron en sus vidas como okupas en mitad de la noche…Un fuerte olor a quemado irrumpió en sus pensamientos. Quiso salvar las tostadas, pero ya estaban demasiado quemadas. Abrió el congelador y, del último cajón, sacó otras dos rebanadas que deslizó entre las ranuras de la tostadora, seguidamente, sacó la mantequilla y la untó sobre el pan carbonizado y, mientras lo hacía , volvió a hacer memoria pero esta vez un profundo sentimiento de tristeza y de dolor envolvieron todos sus recuerdos, el mismo sentimiento que durante más de quince años fue protagonista de sus vidas. Podía ver, sentir y oler, cuando la lavaba, la peinaba y cuando le daba de comer, también podía oírla llorar desconsolada cuando el dolor se cebaba con ella y la iba devorando…Muchos días, entre sollozos, suplicaba que todo aquello terminara pronto y pedía perdón por sentirse una carga . Unos años después, cuando se quedó postrada en la cama y , apenas, sí podía articular palabra, dolor y la tristeza podían verse en sus ojos… Los días se repetían ,uno tras otro, y se convertían en semanas y las semanas en meses y los meses en años. Y todo aquel tiempo quedó reducido a un solo recuerdo… La mantequilla ya se había derretido y colocó el desayuno sobre la bandeja ,luego, cogió una par de servilletas y salió de la cocina. Cruzó el largo y oscuro pasillo hasta llegar a la habitación del fondo. Al entrar miró a su esposa, tumbada en la cama con la almohada tapando todo su rostro , luego, observó las bandejas repartidas por la toda habitación, cada una ellas con dos tostadas, todas quemadas, y al lado un vaso de leche cuyos grumos podían verse a través del cristal. Un fuerte hedor con sabor a leche cortada invadía toda la habitación. Buscó un lugar donde dejar la bandeja, con las tostadas recién hechas y el vaso de leche humeante. Al a salir cerró la puerta tras de sí. De nuevo en la cocina, extrajo las rebanadas de la tostadora, encendió la cafetera y, mientras vertía la leche en el vaso, su mano izquierda comenzó a temblar, tanto, que tuvo que utilizar la otra para sujetarla y, de nuevo, su corazón palpitaba a gran velocidad. Podía sentir cada latido sacudiendo su pecho y también oír el sonido, hueco y profundo.
—No soy un monstruo —exclamó mientras colocaba el desayuno sobre la mesa —No soy un monstruo —repitió con un hilo de voz.
Cogió el mando de la TV y ,durante unos segundos, observó su imagen reflejada en el oscuro plasma, pulsó el botón de encendido y en su lugar apareció un concursante, uno de esos que responden preguntas. Lentamente fue subiendo el volumen hasta dejar de oír sus pensamientos y con la mirada clavada en la pantalla hundió la tostada en el café.
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