El calor esta insoportable. Caminar hasta acá ha llenado la frente de sudor y no puedo quejarme del todo, pues he dicho que iré a cotarme el pelo desde hace dos semanas, pero no he podido hacerlo, tal vez sea por la temporada; no porque se acerque la primavera, sino porque hace dos años que Carmen murió, todo debido a un cáncer de colon que se le desarrollo. Como cualquier cáncer, es fácil de tratar siempre que uno detecté a tiempo el malestar, pero su caso no fue ese. Su diagnóstico fue muy tarde y ni todo el dinero de su familia basto para curarla.

La tumba de Carmen es de la pocas que aún se logran ver con claridad dentro del panteón. Si dejamos de lado a quienes decidieron construir una capilla para su difunto, la cual ocupa perfectamente el espacio que podría ser para otras tres o cuatro tumbas; simplemente con el cemento que delimita donde termina la caja del difunto y la cruz erigida. Pero no, quien tiene suficiente en la cartera, puede permitirse dejar la huella de su familiar, que no se pierda entre las demás tumbas, por culpa de los familiar que por pereza o por desconexión ya no vienen. Mis zapatos han quedado empolvados por toda la tierra suelta que hay en el panteón, han dejado de ser negros y ahora se ven grises, pero de una manera chistosa, como si fueran de esos panes espolvoreados con azúcar.
No solo hoy es cuando vengo a visitarla; en su aniversario de muerte, también suelo venir, durante el catorce de febrero, en navidad, año nuevo, su cumpleaños, y por supuesto que en nuestro aniversario de novios. Siempre trato de llevarle el mismo ramo, girasoles rodeados de una docena de rosas melocotón, siempre es así.
Luego de dejar el ramo me suelo sentar un rato con ella, simplemente a platicarle sobre mis ultimas “hazañas”, si se les puede llamar así; sobre la universidad, los amigos, su familia y la mía. Los ojos se me ponen cristalinos y la voz me tiembla cada que vengo a hablar con ella. Todo termina con mis lamentos y sollozos; con las lágrimas y los mocos que debo de limpiarme de la cara con la manga de mi playera, repasando una y otra vez. Con los ojos y la nariz roja, la voz áspera por el llanto y los múltiples mocos sorbidos que pasaron a través de mi garganta comienzo a guardar silencio. Dejo que el viento panteonero le platique a los árboles y a los rosales plantados alrededor de las tumbas. El panteón alza el polvo y se mezcla en mi rostro, con mis lagrimas medio secas, dejándome huellas de lodo.
Al salir del panteón decido colocarme mis audífonos, ya que no tener nada de ruido que me acompañe y más en este día me pone inquieto, me pica la piel, más específicamente en el cuello y siento la enorme necesidad de rascarme hasta tal punto que me dejo sumamente roja la piel que no se ha bronceado por estar todo el día al sol. Mientras camino, a lo lejos miro una figura delgada y difusa por el calor que no me deja abrir por completo los ojos. La desconocida figura me saluda y cubro con mis manos sobre mi frente para mirar claramente de quien se trata, era Helena. Me quite ambos audífonos y los guarde, salude de beso en la mejilla y con un abrazo. Su piel morena relejaba el brillo del sol, llevaba puesto tan solo una blusa sin mangas muy delgada y algo ajustada la cual dejaba ver que no traía sostén.
–¿Ram que haces por acá? Nunca te había visto cerca de aquí– Me pregunto sorprendida,
–Bueno… es que yo…– No quería contarle del porqué me encontraba cerca del panteón –Pues es que…
–Si no quieres contarme, no pasa nada. Solo me sorprendió verte por aquí– Me interrumpió y continúo hablando ella –Es que tenía rato que no te veía. Desde el bachiller.
Seguimos hablando por un rato mientras se unía a mi caminata en dirección a mi casa. Me conto que ya me había visto varias veces en la universidad; en mi facultad, la de economía, la cual está cerca de la suya que es la de derecho, pero que nunca se había animado a hablarme porque no sabía con certeza si se trataba de mí. Le confirme que en efecto aquella persona que había visto era yo, y que en caso de volver a encontrarme podía acercarse sin problemas para que volviéramos a hablar o salir incluso.
–Por cierto ¿Qué hacías tú cerca del panteón?– Le pregunte.
–Es que yo vivo por allá, de hecho, ya nos pasamos mi casa– Comenzó a reírse modestamente –Pero igual ahorita me regreso, no te preocupes.
–Pues te acompaño y seguimos platicando– Le dije sin evitar que se dibujara una sonrisa en mi rostro.
Tenía rato que no platicaba con alguien así, tan cómodamente. Resulta que estaba estudiando derecho y que cada quince días se quedaba en un cuarto que rentaba cerca de la universidad y luego de eso, regresaba al pueblo para ver a sus padres, igual que yo. Sus dientes brillaban por si solos cuando sonreía; no era un efecto de la luz tan intensa de aquella tarde, sino que estos mismos me deslumbraban y me obligaban a mirar en otra dirección, lo cual terminaba por apenarme y dejarme más rojo de lo que ya estaba por el toque del sol. Ya en la puerta de su casa le pedí que intercambiáramos usuarios de “Ig”, para hablarnos cuando pudiéramos y reunirnos ocasionalmente.
En mi cuarto me la pase revisando su perfil de “Ig”. Ella realmente era muy linda y había sido muy amable y empática, sin duda había notado que me encontraba incomodo por su pregunta. Tal vez incluso dedujo por sí misma que estaba visitando la tumba de Carmen, después de todo, no es como que los “chismes”
no corran en un pueblo tan pequeño como en el que vivimos y más si se trata de cuando muere la hija del dueño de la “blockera” más grande del lugar. Antes de apagar mi teléfono volví a ver a Carmen; tenía una foto de ambos como fondo de pantalla. Su piel güera era más pronunciada que la mía, tal vez porque siempre salía con bloqueador solar puesto, mangas largas en las blusas y un sombrero o una gorra. Su sonrisa sirvió como una cubeta de agua fría sobre mi cabeza. No podía comenzar a salir con otra persona, con otra chica ¿Acaso estaba dejando de amar a Carmen? No, no podía ser, ella es la chica a la que más amo; siempre la estuve mirando desde lejos y esperando el momento adecuado para hablarle, el cual nunca llego, pues fue ella quien se acercó primero, derrumbando mis planes, mis expectativas, mis sueños, pero regalándome algo mejor, el verdaderamente estar con ella.
Un picor en la piel me recorrió el cuello y comencé a rascarme mientras recordaba como fue la primera vez que estuvimos juntos haciendo el amor; ahí desnudos, con nuestros sudores combinados, debajo de las sábanas y adormecidos por el cansancio le dije al odio: “Te voy a amar para siempre”, y luego le di un beso en la frente antes de fusionarnos en un sueño compartido. Tenía que buscar una solución y tal vez el brujo del pueblo, Don Tetela, sabría que hacer.
La casa del Don Tetela está en las orillas del pueblo, cerca del camino que lleva a donde está el cerro del brujo, donde se dice que hay una cueva en la que el diablo escondió sus riquezas. A primera vista la casa del brujo se ve como cualquiera otra en el centro del pueblo, un solo piso, con una puerta de metal y las ventanas abarrotadas, pintada de un color verde menta y varias plantas alrededor de la entrada, junto con un tejado de lámina donde debajo se encuentra su lavadero y sus tendederos donde suele colgar su ropa. Los perros de su azotea comenzaron a ladrar, eran tres de raza mestiza; uno negro y muy robusto, otro bastante delgado y de color marrón claro y por último uno pequeño, pero no menos valiente; todo peludo, parecía un trapeador sucio.

Antes de que tocará la puerta, desde una de las ventanas se corrió una cortina y ahí estaba un ojo observándome fijamente, sin parpadear y con la pupila sumamente dilatada por mi presencia, la cortina volvió a su lugar y la puerta se abrió. Don Tetela era un hombre muy chaparrito, pero no lo suficiente para ser catalogado como enano. La piel cobriza que tenía se había aclarado debido a que casi siempre se la pasa dentro de su casa y cuando sale se echa una infinidad de trapos para cubrirse, tenía una que otra verruga muy grande en su rostro; en la frente y otra al costado de la nariz, ya era alguien mayor y eso se notaba por como las arrugas que tenía acumuladas parecían cada vez más un campo recién surcado.
–¿Qué quieres? – Me pregunto de manera seca.
–Buenas tarde, vengo a verlo a usted. A pedirle un trabajo – Le conteste con nervios en la lengua.
–Entonces pásate rápido chamaco – Abrió por completo la puerta y me hizo pasar adentro.
La casa estaba poco iluminada, casi no contaba con focos de luz, en su mayoría tenía muchas velas, las cuales estaban repartidas por toda la casa; sobre la mesa, sobre los muebles y siempre acompañando a las imágenes de los espíritus a los que les pide favores. Me invito a sentarme en un sillón algo viejo y desgatado, con el forro ya roto y dejando ver partes del relleno, los alambres y la madera, pero que muy contrario a lo que uno esperaría, estaba bastante limpio. La casa no tenía un aroma desagradable, de hecho, olía bastante bien; Aniz con Vainilla. Lo único desagradable era que el aire era bastante denso y complicado de respirar, tenía que hacer grandes inhalaciones por la nariz e incluso tragar bocanadas. Don Tetela solo se río de mi al ver como abría de sobre manera mi boca y se levantó para abrir sus ventanas y que así llegara el aire de fuera.
–Eres hijo de Doña Chayo ¿verdad?– Me cuestiono mientras caminaba balanceándose de lado a lado en dirección de la cocina en busca de una jarra con agua.
–Sí. Venia para pedirle si puede ayudarme con algo.
–Claro que sí papito ¿De qué se trata?– Me acerco un vaso naranja de plástico con agua simple hasta la mitad.
–Pues vera… es que acabo de encontrarme con una vieja amiga del bachiller…
–Ah ya, entonces quieres un amarre para que se quede contigo– Me interrumpió –Es fácil el trabajo, nada más ocupo que me traigas unas cosillas suyas.
–No de hecho es todo lo contrario. No sé si recuerde a la jovencita Carmen, hija de Don Gregorio, dueño de la “blockera”. Pues es que… – Me detuve en seco, el aire volvía a ser denso, incluso más que antes – Le jure amor eterno y siento que me estoy enamorando de esta nueva muchacha, entonces… No quiero – Don Tetela me veía con cierta hostilidad, como un gato cuando está evaluando si atacar o no a su presa.
–Quería saber si había forma de traer de vuelta a la vida a Carmen para que este conmigo – Le solté finalmente casi gritando.
Don Tetela me corrió de su casa, me había tomado del brazo y comenzó a insultarme fuertemente:
–¡Chamaco pendejo, con la muerte no se juega! ¡Lárgate, yo no me presto para esas chingaderas!
Comencé a caminar de regreso a casa con la mirada resignada y fija en el piso. No podía amar a alguien más que no fuera Carmen, tenía que encontrar la manera de volver a estar con ella, y quizás aún había una manera, extremista, pero la única en la cual podría volver a estar con ella, o al menos asegurarme de no dejar de amarla hasta mi último día.

–Parece que algo te preocupa– Me dijo susurrante una voz que parecía provenir de una carpa con miles de plantas debajo de ella; la cual no estaba cuando pase por primera vez –¿Qué pasa joven? ¿Necesita alguna ayuda?
Se trataba de una hombre bastante alto, casi rozando los dos metros, era bastante delgado y sumamente blanco como la leche, de la poca piel que mostraba se alcanzaba a ver como sobresalían sus venas de color verde. En el rostro contaba con unas ojeras muy marcadas, tal vez se debía al hecho de que este mismo era esquelético, casi como si su piel se estuviera pegando apropósito a sus huesos. El hombre estaba tapado con una chamarra extremadamente holgada, tenía un paliacate negro en el cuello que contrastaba mucho con su piel y un sombrero de palma.
–Perdona que no me haya presentado aún, soy el señor Tollez– Se alzo el sombrero un poco.
–¿Torres dijo?– Le pregunte confundido.
–No jovencito. Tollez, con doble “L” y “Z” al final– Se rio por mi confusión a su apellido. –Parece afligido, tal vez una planta le ayude con su dolencia. Cuidar de otro ser vivo, como lo puede ser una planta siempre da alegría; regarla, alimentarla, hablar con ella, es una manera de animarse la vida.
La sonrisa que el tipo mostraba era muy artificial, como si a una foto de alguien que no sonríe le sobrepusieran una sonrisa ajena. Quería seguir con mi camino, volver a casa y consumar mi último acto de amor por Carmen.
–Creo que yo sí puedo ayudarte con tu inconveniente– Me le quede viendo confundido, como podría siquiera conocer lo de Carmen, no lo había mencionado en ningún momento y para escucharlo desde la casa de Don Tetela se encontraba bastante lejos –Puedo ayudarte con el problema de tu amada que se fue antes de tiempo– Los músculos se me congelaron, la garganta me temblaba, como si quisiera ponerme a llorar por sus palabras.
–¿Cómo sabes de Carmen?– Le cuestione con todo el valor que podía desprender mi boca, el cual era poco, casi nada realmente.
–Es un pueblo pequeño, además de que suelo visitar el panteón para dejar encargos de plantas y flores– Su excusa parecía creíble, pero no dejaba de ser menos inquietante.
Me mostro una semilla, era muy parecida al corazón de un aguacate cualquiera, solo que esta tenía una especie de rugosidad verde que la cubría, se sentía como musgo. El Sr. Tollez me explico que lo único que necesitaba era plantar esta semilla en compañía de los restos de Carmen, que la regara, le platicara y la alimentara con un abono especial que el vendía y que en cuestión de días ella volvería a mí.
–La solución que te ofrezco es mejor que cualquiera que estes pensando– Volvió a darme su sonrisa falsa mientras extendía su larga y huesuda mano para darme la semilla.
El frio es mortal por las noches, la temperatura casi baja al cero y eso a pesar de que pronto la primavera llegará. La tierra se vuelve más dura, agarra cierta humedad, por lo cual excavar se vuelve complicado. La tierra vuela por el aire acompañada del sonido de metal oxidado al caer sobre más tierra. Se escucha un crujir, finalmente llegué al ataúd donde se encuentra Carmen. Debía apurarme, el único sonido que acompañaba la noche era el cantar de los grillos y las cigarras, cualquier otro ruido, como el de una pala intentando abrir un ataúd de madera seria escandalo total y terminaría por hacer que el velador viniera hasta acá.
El ruido del ataúd era inevitable, los crujidos de la madera se anteponían a los cantos de los insectos y con ellos mi cuerpo comenzaba a tener calor, sentía que la piel se me iba a quemar por completo. Me descubrirían y terminaría en la cárcel, o aún peor, en algún manicomio o anexo por intentar desenterrar el cuerpo ya descompuesto de la que alguna vez fue mi novia. La tierra sonaba aplanada, los pasos del velador estaban cerca. La tapa del ataúd salió casi volando y entre un eructo de la tierra maloliente y más polvo se dejó ver su cadáver, solo quedaban ya los huesos de mi Carmen. Los arrojé en un costal que traía y saltando desde el agujero comencé a correr sin mirar atrás, mientras alcanzaba a escuchar: “¡Cabrón regrésate!
La próximas Semanas hice lo que el Sr. Tollez me dijo que hiciera, en una maceta enorme enterré los huesos de Carmen junto con la semilla, la regué, dejaba que el sol la acariciara y hablaba con ella cuando regresaba de la ciudad. De entre la tierra salió un capullo, enorme, de color marrón y con rugosidades verdes, como la semilla de la cual venia.

Eran más de las diez de la noche y había luna llena, todas las calles se habían llenado de un manto ligero y pálido que la luna les regalaba. Comencé a escuchar su voz de nuevo, la voz de Carmen me pedía que la fuera a ver, estaba de vuelta. Salte de la cama y apenas pudiendo ponerme las pantuflas subí a la azotea, donde había dejado la maceta de Carmen. Cuando la mire, mi rostro se apagó, ni siquiera la luz lunar pudo esclarecer mi rostro de decepción, de asco. Lo que había salido del capullo no era Carmen, solo era su esqueleto el cual a duras penas estaba recubierto por algunas raíces, algunas verdes y otras blancas; como si trataran de sustituir sus ya inexistentes músculos. Estaba tratando de alcanzarme; estiraba ambos brazos para intentar darme un abrazo, pero yo estaba a una distancia considerablemente lejos de ella.
A mis espaldas las palabras del señor Tollez me dejaron con el corazón a punto de explotar: “Parece que este año no podrás ver la primavera”.
OPINIONES Y COMENTARIOS