¿Cómo empezar a escribir sobre alguien con la que he convivido hace ya 30 años?
¿Cómo poder definir a esa persona con la que vívidamente convivo pero, que aún hoy, me cuesta tanto descifrar?
¿Cómo además, escribir sobre ella, ignorando lo que es obvio?
¿Debo entonces escarbar? Y, ¿cómo la voy a encontrar?
¿Acaso estará descalza y temblorosa en una esquina olvidada? O, ¿será más bien que está deseosa por salir y vivir al fin?
Quiero pensar que será la segunda… que una vez que la encuentre, ella se me presente y su personalidad me asombre tanto que sea irreal; que sean tan nueva para mí, pero que a la vez se me haga tan conocida que la quiera de inmediato abrazar y pedirle perdón; eso, sobre todo pedirle perdón por avergonzarme, por amordazarla, silenciarla y abandonarla a su suerte sin querer pelear por ella.
Porque durante tres décadas no fui capaz de salir a buscarla, o más bien, entrar a buscarla… por miedo justo a encontrarla.
Pero, también le diré que estoy preparada, que hoy, nada de lo que diga o haga me hará abandonarla; que como armadura y espada estaré aquí para abrirnos paso en esto que tantas veces llamé vida, pero que nunca me he aventurado a vivirla por miedo a lastimarla.
Le diré que tontamente inventé varias personalidades que consideré más fuertes para poder salvarla, porque hasta hoy creí que ella no era suficiente. Pero, ¿qué pasó?… me perdí, no pude encontrar el camino y entonces me oculté en los quehaceres y cosas del día a día.
Y sí, luego la intenté buscar pero, ¿cómo la iba a encontrar si ella odia lo cotidiano?
Ahora que la hallé, sé que habita en la paz y en la tranquilidad; en esos ambientes con luz tenue, en donde reina la quietud y el silencio y se respira serenidad.
Su pasatiempo es mirar hacia adentro… es predecir lo que no se ha dicho, ni se dirá jamás. Es tan inteligente pero tan complicada…
¡Y yo queriéndola amarrar y exigiéndole que sea como los demás! Como esos que solo van de aquí para allá, y que no tienen ni un minuto para detenerse a pensar, callar y observar.
Entonces, ahora solo me queda mirarla, mirarla de verdad y orgullosa invitarla a que tome el control; ella, que siempre ha sabido su camino, que no necesita instrucciones, que con convicción camina hacia su propósito y que nunca más permitirá que la dominen el miedo, la desilusión ni el fracaso.
Desde ahora y para siempre, ¡ella y yo somos una misma!
Ella me habitará, y yo destruiré cualquier máscara que la quiera ocultar, ¡porque esté es su lugar!
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