Filosofía, religión o ciencia. ¿Quién tiene la última palabra sobre el origen humano?
03/10/2025
Clemente Vogel Hernández.
¿De dónde venimos?
A lo largo de la historia se ha generado un intenso y largo debate sobre nuestro origen, protagonizado por distintos puntos de vista. Los tres más importantes han sido la Religión, la Filosofía y la Ciencia, los cuales nos han dejado teorías muy influyentes en el pensamiento desde tiempos antiguos.
Entre ellas encontramos la conocida historia de Adán y Eva, recogida en el Antiguo Testamento (Génesis 1:26-31). También aparece la teoría con mayor fuerza y respaldo científico actual, el Big Bang, que sitúa el origen del universo hace unos 13.800 millones de años (Georges Lemaître, 1920). Por último, surge una teoría contemporánea de gran influencia en la filosofía actual: la teoría de la simulación informática, que plantea que vivimos dentro de un programa avanzado controlado por una entidad incomprensible (Nick Bostrom, 2003).
Estas tres visiones nos dejan pensando: ¿cuál es la más acertada?
Según la religión:
La religión nos plantea un relato a través de la Biblia, específicamente en el Antiguo Testamento: la historia de Adán y Eva. Según el texto bíblico, Dios creó a los primeros seres humanos y los ubicó en el Jardín del Edén. Allí podían comer de todo, excepto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Eva, tentada por la serpiente, comió del fruto prohibido y lo compartió con Adán. Al desobedecer, ambos se dieron cuenta de que estaban desnudos y fueron expulsados del paraíso.
Este relato ha sido interpretado como el origen del pecado y de la separación entre Dios y la humanidad (Génesis 2 y 3). Aunque sigue siendo enseñado en contextos religiosos, hoy es visto por muchos como un relato simbólico o mítico, más que como una explicación literal del origen del ser humano. En gran parte del mundo moderno, esta visión ha perdido fuerza frente a explicaciones científicas respaldadas por evidencias.
Según la ciencia:
La teoría que a día de hoy tiene más fuerza y respaldo por parte de la gente es indiscutiblemente el Big Bang, la cual nos dice: antes del Big Bang, toda la energía, materia y espacio-tiempo del universo observable se encontraba concentrada en un estado de densidad y temperatura extremas, reducido a una escala microscópica. Este estado inicial, apenas comprensible desde nuestra perspectiva actual, habría existido durante una fracción infinitesimal del primer segundo.
La teoría del Big Bang, ampliamente respaldada por la comunidad científica, sostiene que hace entre 10.000 y 20.000 millones de años ocurrió una expansión repentina y masiva del universo. A partir de una forma de energía aún no del todo comprendida, el cosmos se infló casi instantáneamente en una trillonésima de segundo desde un punto minúsculo hasta alcanzar proporciones astronómicas. Esa expansión continúa hoy, aunque a un ritmo considerablemente más lento (National Geographic, 2010). En conclusión, la teoría del Big Bang es hoy la explicación científica más sólida y aceptada sobre cómo comenzó y ha evolucionado el universo. Aunque todavía quedan preguntas abiertas, especialmente sobre los primeros instantes y la naturaleza de la energía que lo originó, esta teoría nos ofrece un marco claro que une observaciones clave, como la expansión del cosmos y la radiación de fondo. Más que una simple explicación, el Big Bang nos invita a seguir explorando y entendiendo los grandes misterios del tiempo, el espacio y nuestra propia existencia.
Según la filosofía:
La filosofía, a diferencia de la ciencia o la religión, no busca necesariamente verdades absolutas comprobables, sino que se centra en cuestionar y abrir caminos de reflexión. Desde sus orígenes ha planteado innumerables teorías sobre el origen y la naturaleza de la realidad.
Algunos pensadores antiguos ya habían puesto sobre la mesa preguntas que todavía hoy parecen actuales. Platón, en su famoso Mito de la Caverna, sostenía que lo que vemos no es más que una sombra de la auténtica realidad. Según esta metáfora, vivimos atados en una caverna observando reflejos, sin percibir lo verdadero que se encuentra más allá. Esta idea resuena con teorías modernas como la de la simulación: ¿y si nuestra vida es solo una ilusión bien construida?
Siglos después, René Descartes llevó la duda aún más lejos con su célebre frase “pienso, luego existo”. Descartes partía de una duda radical: tal vez todo lo que percibimos sea un engaño, una ilusión creada por un “genio maligno”. Sin embargo, concluyó que la sola capacidad de dudar demuestra que la mente existe, pues para engañarnos debemos, al menos, existir como sujetos que piensan.
Hoy en día, la filosofía contemporánea retoma estas dudas a través de teorías como la simulación informática (Nick Bostrom, 2003). Según esta hipótesis, podríamos estar viviendo en un programa controlado por una civilización avanzada. Aunque a muchos les parece una idea extravagante, a otros les resulta lógica: si la tecnología sigue avanzando, ¿qué impide que una civilización superior ya lo haya hecho?
Este debate nos abre la puerta a dos grandes corrientes filosóficas:
El escepticismo, que afirma que nunca podemos estar completamente seguros de la realidad, pues todo podría ser una ilusión, un sueño o una programación.
La metafísica de la mente, que sostiene lo contrario: que el simple hecho de cuestionarnos y reflexionar es prueba suficiente de nuestra existencia y de la realidad que habitamos.
A partir de aquí surgen reflexiones más profundas: ¿qué pasaría si quienes nos “controlan” quieren que nos cuestionemos, justamente como parte de un experimento? ¿Y si nuestro destino es preguntarnos sobre el propio destino? De esta manera, la filosofía se convierte en un círculo infinito de pensamiento.
Estas teorías resultan fascinantes porque son las más complejas de abordar: todo se vuelve relativo y cada respuesta abre nuevas preguntas. Nos dejan en un estado constante de pensamiento, en el que cada conclusión se transforma, al final del día, en otra duda. Y quizá esa sea la esencia de la filosofía: no ofrecer respuestas definitivas, sino mantener viva la inquietud por entendernos a nosotros mismos y al universo.
¿Es más importante de dónde venimos o hacia dónde vamos?
Como el propio nombre lo dice, son teorías. Es decir, hasta el día de hoy no se pueden comprobar, lo que nos hace cuestionarnos qué tan importante es saber la verdad. Desde tiempos inmemorables, el ser humano se ha volteado a mirar al cielo y preguntarse sobre su origen. Las grandes civilizaciones construyeron leyendas y mitos para darle respuesta; la religión trató de explicarlo a través de lo sagrado y lo bíblico; la ciencia lo ha abordado desde lo lógico y lo comprobable.
Si observamos con atención, todos los puntos de vista analizados en este texto buscan lo mismo: dar una respuesta. Entonces surge la duda: ¿realmente necesitamos saber para avanzar? La respuesta puede variar en cada persona, dependiendo de cómo fue criada y de la relación que tenga con cada visión. Sin embargo, para mí es clara: necesitamos saber de dónde venimos para avanzar.
Según muchos filósofos, uno vive para morir. Yo, en cambio, pienso que uno vive para encontrar el sentido de la vida y sus respuestas. Sea desde lo científico, lo religioso, lo filosófico o desde cualquier otro ámbito, el ser humano siempre intenta comprender su existencia. Saber de dónde venimos nos ayuda a encontrar significado, a formar una identidad, a conectar con el universo y a darnos un propósito para avanzar.
Esto, a su vez, nos facilita ver hacia dónde vamos, porque estoy seguro de que los seres humanos, con determinación firme y el apoyo de todos, son capaces de lograr una gran cantidad de cosas positivas. Pero solo se puede conseguir con responsabilidad. Conociendo el pasado, podemos proyectar el futuro. Quizás la clave no sea encontrar una única respuesta, sino construirla: aportar un grano de arena desde cada ámbito y de cada persona.
Unidos como sociedad, sin importar diferencias políticas, sociales o económicas, podemos llegar a acuerdos, desarrollar un pensamiento crítico, analizar nuestras decisiones y dejar el egoísmo de lado por un bien mayor. Por eso, si quieres creer en una u otra teoría, hazlo; pero hazlo con determinación y con la mente abierta. Tal vez la verdad esté frente a ti y simplemente la sobrepiensas demasiado… o la pienses muy poco.
La única realidad que tenemos es que vamos a seguir hacia adelante. Y, pese a las circunstancias, cada uno puede crear sus propias respuestas y dar sentido a las cosas a su manera.
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