Dicen —y quién soy yo para contradecir a los que dicen cosas que nadie ha visto, pero todos temen— que en algún rincón de ese universo que no se cansa de expandirse como un bostezo cósmico, hay un planeta donde un número infinito de monos, con la solemnidad de burócratas celestiales, se sentaron frente a computadoras y escribieron en Word una letra. Cada uno, con la dignidad de quien cree estar fundando una civilización, tecleó una sola letra. Una letra, nada más. Pero el tiempo, que en ese planeta se mide en carcajadas de galaxias, hizo su trabajo: al cabo de un lapso finito —porque incluso el absurdo tiene límites—, los monos habían parido todos los libros de texto que explican todas las ideologías, desde el neoliberalismo con corbata hasta el anarquismo con guitarra. Le dieron nombre a todos los partidos políticos, incluso a los que aún no han sido fundados, pero ya tienen escándalos pendientes.
Ahora, en un gesto que mezcla desesperación con poesía, los estamos convocando de nuevo. Se busca ese planeta como quien busca el último verso de un poema que podría salvarnos. Queremos sentarlos otra vez, uno por uno, con la paciencia de quien pela cebollas para llorar con dignidad, y pedirles —no exigirles, porque los monos tienen sindicato— que borren su letra. Que deshagan, tecla por tecla, el alfabeto de las maldades. Que el mundo, al quedarse sin ideologías escritas, se vuelva analfabeto de odio. Y que en ese silencio tipográfico, tal vez, tal vez, se escuche por fin el murmullo de lo humano.
OPINIONES Y COMENTARIOS